El líder abatido de Al Qaeda lega una telaraña yihadista desde el Sahel hasta Oriente Próximo

Al Zawahiri descentralizó la red que creó junto con Bin Laden y la mantuvo interconectada frente a la emergencia del ISIS

Combatientes de Hayat Tahrir al Sham, el viernes en la provincia siria de Idlib. Anas Alkharboutli (Getty)

Efraim Halevy, jefe del Mosad (espionaje exterior de Israel) durante el 11-S, se despertó el martes con la satisfacción de ver pasar el cadáver de su archienemigo Ayman al Zawahiri, abatido en un golpe de mano de la CIA en Kabul. “Ha sido el revés final contra la estrategia de Osama Bin Laden”, declaró al diario Haaretz tras la confirmación por la Casa Blanca de la muerte del líder que sucedió al fundador de Al Qaeda al frente de la red terrorista que marcó a sangre y fuego el inicio del sig...

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Efraim Halevy, jefe del Mosad (espionaje exterior de Israel) durante el 11-S, se despertó el martes con la satisfacción de ver pasar el cadáver de su archienemigo Ayman al Zawahiri, abatido en un golpe de mano de la CIA en Kabul. “Ha sido el revés final contra la estrategia de Osama Bin Laden”, declaró al diario Haaretz tras la confirmación por la Casa Blanca de la muerte del líder que sucedió al fundador de Al Qaeda al frente de la red terrorista que marcó a sangre y fuego el inicio del siglo XXI. Al Zawahiri, enfermo y oculto sin rumbo fijo en los últimos años, deja como legado una telaraña de organizaciones yihadistas que se extiende desde África occidental y el Sahel hasta Oriente Próximo y Asia central.

La red unitaria que Bin Laden y Al Zawahiri establecieron en 1988 se descentralizó tras el 11-S, como recordaba en EL PAÍS el profesor e investigador Fernando Reinares en el 20º aniversario del mayor atentado cometido en suelo estadounidense. Liquidado el primero de los fundadores en una operación de Estados Unidos en Pakistán en 2011, el segundo se ha empeñado hasta su muerte en que los grupos regionales dotados de autonomía permanecieran interconectados. También en no cometer errores en el trato a las comunidades locales en sus zonas de influencia.

La emergencia del Estado Islámico (ISIS, por sus siglas en inglés) en 2013 tras desplazar en la guerra de Siria al Frente al Nusra, filial local de Al Qaeda, amenazó con arrebatar a Al Qaeda la posición de dominio global sobre el yihadismo, alcanzada mediante el terror masivo en el 11-M en Madrid (2004) y el 7-J en Londres (2005), y privarle de influencia sobre las corrientes más radicales del islam.

La red de Bin Laden ya había mostrado su determinación de atacar a Occidente en los atentados de 1998 contra las embajadas de Estados Unidos en Tanzania y Kenia. La presencia de Al Qaeda sigue aún patente en África. El Sahel es el principal centro de operaciones de sus organizaciones afines, como el denominado Grupo de Apoyo al Islam y los Musulmanes (JNIM, por sus siglas en árabe) en la semidesértica estepa que enlaza Malí, Burkina Faso y Níger. También se despliega en Nigeria a través de sus vínculos con Boko Haram, grupo que ha perpetrado secuestros masivos de menores. Y se afianza desde hace más de dos décadas en Somalia mediante las poderosas milicias de Al Shabab.

Pero es en Oriente Próximo donde Al Qaeda logra todavía una de las mayores representaciones territoriales. La provincia de Idlib (noroeste de Siria), último bastión de la rebelión frente al régimen de Damasco, está controlada en su mayor parte por las fuerzas yihadistas de Hayat Tahrir al Sham, herederos del Frente al Nusra, bajo la tutela de Turquía.

Desde el califato instaurado entre 2014 y 2019 a caballo de las fronteras de Siria e Irak surgió el mayor desafío contra Al Qaeda. El Estado Islámico trató de apropiarse del liderazgo del yihadismo global cuando filiales de Al Qaeda en varios países siguieron los pasos de la rama sirio-iraquí para rendir pleitesía al ISIS. Los combatientes del califato quedaron aplastados en Siria hace tres años bajo los bombardeos aéreos de Estados Unidos y el avance sobre el terreno de las fuerzas kurdas aliadas de Washington. Sus células durmientes despertaron el pasado enero en una inesperada ofensiva para intentar liberar a cientos de presos. Pero kurdos y estadounidenses les cerraron el paso de nuevo.

Cuando los talibanes se hicieron con el poder en Kabul, hace casi un año, y forzaron la desbandada de Estados Unidos y sus aliados, la ONU acababa de constatar la presencia de unidades de Al Qaeda en 15 de las 34 provincias de Afganistán. En la frontera con Pakistán siguen encontrando apoyos al amparo de la red familiar Haqqani, rama radical de los talibanes.

El exdirector del Mosad Halevy, que colaboró durante más de tres décadas con los servicios de inteligencia de Estados Unidos, recuerda ahora que tanto Bin Laden como Al Zawahiri emprendieron hace 40 años actividades yihadistas en Afganistán con el patrocinio de Washington, que buscaba poner fin a la ocupación de la extinta URSS sobre el país centroasiático. “Recibieron apoyo de Estados Unidos y después mordieron la mano que les había llevado hacia la victoria”, aseguró a Haaretz.

Relevo en el mando

Tras la muerte a los 71 años del último líder de Al Qaeda, se plantea como previsible sucesor al también egipcio Seif al Adi, de 60 años, un exmilitar que controlaba los campos de entrenamiento yihadistas y fue jefe interno de la organización tras la operación en la que perdió la vida Bin Laden. Washington ofrece una recompensa de 10 millones de dólares por su captura. Su cercanía al régimen chií de Teherán puede incapacitarlo para tomar el timón de la red de grupos radicales suníes.

Imagen de satélite del barrio Sherpur en Kabul. Foto: REUTERS | Vídeo: REUTERS

También es citado por expertos en Al Qaeda como eventual relevo de Al Zawahiri su yerno, el marroquí Abderramán al Magrebí, de 52 años y responsable del aparato de propaganda de la organización. Ha tejido una estrecha red de contactos en Afganistán y Pakistán. Al igual que el argelino Yezid Mebarek, más conocido como Abu Ubaydah Yusuf al Anabi, de 53 años. Fue designado como emir de Al Qaeda en el Magreb Islámico (AQMI) tras la muerte de Abdelmalek Drukdel en un ataque de fuerzas francesas en 2020.

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