El voto extranjero se atasca en Nueva York

La revocación de la ley que concedía el derecho de voto a los inmigrantes con papeles, aprobada en diciembre por el Ayuntamiento, indigna a políticos y activistas

Un grupo de inmigrantes reclama el derecho de voto ante el Ayuntamiento de Nueva York, en diciembre pasado.EDUARDO MUNOZ (Reuters)

Orlando Sedano, de origen colombiano, juró como ciudadano estadounidense al tiempo que el Consejo Municipal de Nueva York aprobaba una ley para permitir votar en las elecciones locales a los inmigrantes con papeles, entre 800.000 y un millón de residentes en la Gran Manzana —casi uno de cada nueve electores—, titulares de permisos de trabajo, residencia y beneficiarios de asilo o amparo temporal. Fue una decisión pionera, histórica para la comunidad inmigrante en una ciudad forjada por extranjeros llegados de todas partes del mundo. Pero apenas seis meses después, ...

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Orlando Sedano, de origen colombiano, juró como ciudadano estadounidense al tiempo que el Consejo Municipal de Nueva York aprobaba una ley para permitir votar en las elecciones locales a los inmigrantes con papeles, entre 800.000 y un millón de residentes en la Gran Manzana —casi uno de cada nueve electores—, titulares de permisos de trabajo, residencia y beneficiarios de asilo o amparo temporal. Fue una decisión pionera, histórica para la comunidad inmigrante en una ciudad forjada por extranjeros llegados de todas partes del mundo. Pero apenas seis meses después, un tribunal de Staten Island, uno de los cinco condados de la ciudad, revocaba esta semana la norma, dando la razón a un grupo de representantes republicanos que considera que el voto extranjero devalúa el propio.

Ese fue el concepto esgrimido por el juez para explicar la revocación de la ley, aunque la explicación oficial fue que el voto de un no estadounidense viola la Constitución del Estado, ya que solo es beneficiario de sufragio activo quien pueda ser elegido, y también que para cambiar el sistema se requeriría un referéndum. La norma, aprobada el 9 de diciembre por amplia mayoría, se convirtió en ley un mes después e iba a entrar en vigor en la práctica el próximo mes de enero, permitiendo a los extranjeros elegir no solo al alcalde y los concejales, sino también a otros cargos locales como el de defensor del pueblo y presidente del condado, además de participar en referendos.

“Es tremendamente injusto, se podría entender una decisión así en tiempos de Donald Trump, pero ahora…”, se indigna Sedano mientras vigila la descarga de un proveedor en su supermercado, en East Harlem. “Esperemos que los promotores de la iniciativa sigan peleando por algo que la comunidad de inmigrantes se merece, porque aporta más de lo que recibe de la ciudad, y la ciudad le debe buena parte de su prosperidad y actividad, incluso su funcionamiento. ¿Quién mantuvo la ciudad viva durante la pandemia? Los inmigrantes, que asumieron muchos riesgos, incluido el de enfermar, para seguir llevándonos comida a casa, o limpiándonos las calles o los hospitales. Es una comunidad dura, brava y también esencial, como demostró entonces, y sólo recibe discriminación”, concluye Sedano. Que unos vecinos que pagan impuestos y cumplen “escrupulosamente” con la ley, subraya, “no tengan voz para reclamar mejores escuelas para sus hijos, es indignante”.

El varapalo infunde nuevo brío a la campaña Nuestra Ciudad, Nuestro Voto, para revertir un fallo que explícitamente certifica la categoría inferior de los extranjeros. “Permitir a los extranjeros votar viola la ley del Estado y devalúa la ciudadanía. Nueva York está invitando abiertamente a quienes no son estadounidenses a modelar nuestra democracia como más les beneficie, y eso es inaceptable”, decía esta semana el analista Hans von Spakosvy en la cadena ultraconservadora Fox. Idéntico argumento, el de la devaluación o dilución del voto bueno, que el esgrimido por el juez responsable del fallo, de origen italiano para más señas, al igual que los principales promotores de la demanda, un grupo de representantes republicanos de Staten Island.

Mark D. Levine, el presidente del condado de Manhattan, no oculta su enojo por la revocación de la ley. “El fallo del tribunal es, como mínimo, decepcionante”, declara por correo electrónico. “La ciudad de Nueva York fue construida por inmigrantes, que trabajan y pagan impuestos aquí y hacen de este un lugar mejor para vivir para todos, independientemente de su estatus de ciudadanía. Este casi millón de neoyorquinos merecen participar y tener una voz real en nuestra democracia local”.

En el planteamiento de los republicanos que arremetieron contra la norma aparece, nada veladamente, un sesgo xenófobo: el voto de los inmigrantes es de peor calidad y devalúa el de los locales. Pero ¿y si el inmigrante fuera un expatriado de la UE? ¿O un profesional indio o japonés de acreditada solvencia económica, radicado en la Gran Manzana por trabajo o estudios? Parece que los detractores de la ley solo apuntaron a ciertos inmigrantes. El miedo a un voto mayoritariamente conservador fue de hecho el polémico argumento esgrimido por una exconcejal demócrata, Laurie Cumbo, que se opuso a la ley por considerar que el sufragio de los latinos, muchos de los cuales votaron por Donald Trump en 2020, podría debilitar el de los afroamericanos (Cumbo lo es). La disimulada desconfianza entre comunidades atraviesa horizontalmente la poliédrica identidad de la ciudad, en cuya escena pública —política— los latinos aparecen como los últimos invitados.

O penúltimos, más bien. En la calle 116, al norte de Central Park, se reúne cada tarde un grupo de senegaleses a las puertas de un restaurante africano. Todos tienen la green card —permiso de residencia permanente—, pero ni siquiera conocían la ley que les habría permitido votar. “Somos los últimos del escalafón. Estamos por debajo de los latinos, y no tenemos ningún contacto con los afroamericanos del barrio, los locales, pese a que tengamos también la piel negra. Somos como el agua y el aceite, no nos mezclamos”, explica Abdou, uno de los camareros del restaurante. “Esta ciudad está hecha por capas, y nosotros ocupamos la última, ¿cómo vamos a plantearnos votar sin asomar siquiera la cabeza?”.

Una agenda política al rojo vivo

Más de una quincena de localidades en EE UU permiten que los no ciudadanos estadounidenses voten, incluidas 11 en Maryland y dos en Vermont. San Francisco, en una iniciativa ratificada por los electores en 2016, comenzó a permitir que los no estadounidenses votaran en las elecciones a la junta escolar, lo que también sucedió en Nueva York hasta que abolió esas juntas en 2002 y le dio el control de las escuelas al alcalde. Pero la aprobación de la ley de voto en Nueva York, tradicional feudo demócrata, no solo es significativa por tratarse de la mayor ciudad del país, la misma por la que a finales del XIX y comienzos del XX entraron tantos miles de extranjeros; también es un contrapunto a las restricciones promulgadas por Estados bajo control republicano, como Alabama, Colorado y Florida, que han blindado su legislación para impedir tal posibilidad tras denunciar infundados fraudes electorales por parte de no ciudadanos en las elecciones generales. Incluso los términos empleados en el contencioso (citizens, por estadounidenses, frente a no citizens, no ciudadanos o metecos) revelan dos varas bien distintas de medir.

Por eso la lucha no se limita a introducir una papeleta en una urna, sostienen los activistas. “Lo que está en juego es más democracia. Cuanta más gente vote, más fuerte es la democracia, por eso el fallo del juez de Staten Island es, sobre todo, antidemocrático”, explica Wennie Chin, responsable de compromiso cívico en la Coalición Inmigración Nueva York (NYIC, en sus siglas inglesas), que agrupa a 200 asociaciones de inmigrantes. Chin elude calificar de racista o xenófoba el fallo del juez: “[Es] una decisión decepcionante pero que esperábamos. Pero Nueva York es mucho más que Staten Island, son cinco condados, no uno solo… Para nosotros nada ha cambiado y estamos dispuestos a luchar. El primer paso será recurrir el fallo, y confiamos en hacerlo con éxito”. “Solo por poder denunciar los recortes del departamento de Educación, que se sentirán especialmente en las escuelas a las que llevan a sus hijos, estos inmigrantes deberían hacer oír su voz”, añade Chin.

La letra pequeña de la ley encierra un compendio de claves de la agenda política, al rojo vivo en vísperas de las decisivas elecciones de medio mandato: el afán por limitar el derecho al voto de determinadas comunidades, por parte de los republicanos; el racismo horizontal entre comunidades; el escaso empoderamiento político de los latinos, que constituyen el 29% de los habitantes de la ciudad, o, en fin, la defensa del feudo político de cada cual: de la circunscripción, de unos votantes casi cautivos. El rediseño del mapa electoral de Nueva York es otro factor añadido, no menor. También la pelea a cara de perro de los republicanos en los tribunales contra cualquier avance social. Nueva York, esa Babel hecha de capas, es también un terreno de juego, y sus vecinos, categorías estancas: estratos de ciudadanos, residentes y metecos.

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