Rusia levanta sospechas, y más en la cumbre de la OTAN. Así que no podía tolerarse que en el gran evento de la Alianza Atlántica, en el que la organización le ha calificado como la “amenaza más directa y significativa”, hubiera un plato del menú de la cafetería de la prensa que se llamara ensaladilla rusa.
La voz de alarma la dio la periodista de la agencia Reuters Belén Carreño el primer día que los reporteros pudieron ...
Rusia levanta sospechas, y más en la cumbre de la OTAN. Así que no podía tolerarse que en el gran evento de la Alianza Atlántica, en el que la organización le ha calificado como la “amenaza más directa y significativa”, hubiera un plato del menú de la cafetería de la prensa que se llamara ensaladilla rusa.
La voz de alarma la dio la periodista de la agencia Reuters Belén Carreño el primer día que los reporteros pudieron acceder a Ifema, donde se organiza la gran reunión de jefes de Estado y Gobierno. Incisiva desde que decidió estudiar periodismo en Salamanca, la ovetense decidió lanzar un tuit llamando la atención sobre este paradójico hecho. ¡¿Cómo puede ser que en la cumbre en que la OTAN y su gran jefe, el presidente Joe Biden, iban a apuntar con el dedo a Moscú, un plato se llamara ensaladilla rusa?! La magia de Internet hizo el resto y el asunto ya se ha solucionado: el típico plato español ha pasado a llamarse ensaladilla tradicional… en el último día.
Esta parte ya se ha arreglado, pero lo que no parece tener remedio es lo de los precios —ya lo advertía este miércoles el INE con su dato de inflación—. La organización del evento está siendo un éxito incuestionable, quienes han vuelto de la reunión del G-7 en el pueblecito bávaro de Elmau —léase el corresponsal de Asuntos Globales de este diario, Andrea Rizzi— lo atestiguan por contraposición. Pero ese esmero se paga en la tercera planta, en la cafetería que hay junto a la grandísima sala de prensa: ocho euros por la ensaladilla tradicional, 3,75 euros por una Coca-cola (por si no fuera suficiente carga ya ser adicto a la chispa de la vida), 2,75 euros por 33 centilitros de agua (Solán de Cabras, eso sí), siete euros por un bocadillo vegetal.
No está de más incidir en la buena organización de la cumbre, que costará en torno a 50 millones de euros. El Instituto de Educación Secundaria Gabriel García Márquez, en el barrio de Hortaleza, junto a la parada del metro Mar de Cristal, sirve de punto de recogida de las acreditaciones y de puerto de salida de un flujo constante de autobuses de la EMT que llevan y traen hasta Ifema. Una vez se entra empiezan los controles de seguridad, tornos de detección de metales, examen a los ordenadores y un largo paseo por los pasillos hasta el gran pabellón donde se celebra realmente la cumbre… y donde la temperatura del aire acondicionado cuestiona que la OTAN (o España) se tome en serio lo del ahorro energético.
Allí se ven pocos uniformes militares, pese a ser una reunión de la mayor alianza militar del mundo. Sí que hay muchos uniformes de policía. Los agentes, casi siempre serios, están muy atentos para que nadie se cuele en las zonas restringidas, donde están los dirigentes negociando y aprobando el Concepto Estratégico. También cortan el paso a todos cuando el presidente del Gobierno, Pedro Sánchez, y la delegación española salen de esa zona a las nueve de la mañana de este jueves camino al set de TVE donde le van a entrevistar, a unos metros está el ministro de Exteriores, José Manuel Albares, hablando con periodistas. Aunque los agentes también encuentran tiempo para posar amablemente con sus perros policía delante de los omnipresentes carteles de la OTAN, al acabar la jornada.
La seguridad, en cambio, no pone problema alguno para deambular por los innumerables sets de televisión o por las 14 salas de prensa, todas con sus cabinas para la traducción simultánea. Había cerca de 2.000 periodistas acreditados de todo el mundo. La mayor de todas las salas —la número uno tenía que ser— tiene cerca de 700 sillas, aunque solo se pueden utilizar la mitad. Entre cada asiento válido, hay uno que no lo es. Es una de los pocas pruebas, junto con la mascarilla obligatoria para subir al autobús con el que se sale de la cumbre, de que el otro enemigo, la covid-19, sigue ahí.
Es corresponsal en Bruselas. Ha desarrollado casi toda su carrera en la sección de Economía de EL PAÍS, donde se ha encargado entre 2008 y 2021 de seguir el mercado laboral español, el sistema de pensiones y el diálogo social. Licenciado en Historia por la Universitat de València, en 2006 cursó el master de periodismo UAM/EL PAÍS.