La Rusia del futuro se prepara también en el exilio

La construcción de un futuro libre y democrático para ese país impone a Occidente apoyar a los rusos exiliados por su oposición al Kremlin

Un manifestante sostiene una pancarta que insta a parar al presidente ruso, Vladímir Putin, en alusión a la guerra de Ucrania, en Belgrado, el 28 de mayo.OLIVER BUNIC (AFP)

El espíritu de libertad, tolerancia y de preparación para la sociedad civil en la Rusia del futuro están vivos y se fortalecen en el exilio —pese a las dificultades— más de tres meses después de que este país invadiera Ucrania. De la vitalidad y poder de cohesión de ese espíritu sobre el telón de fondo de la guerra dio testimonio en Segovia un seminario que tuvo lugar del 23 al 27 de mayo a iniciativa de los fundadores de la Escuela de Educació...

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El espíritu de libertad, tolerancia y de preparación para la sociedad civil en la Rusia del futuro están vivos y se fortalecen en el exilio —pese a las dificultades— más de tres meses después de que este país invadiera Ucrania. De la vitalidad y poder de cohesión de ese espíritu sobre el telón de fondo de la guerra dio testimonio en Segovia un seminario que tuvo lugar del 23 al 27 de mayo a iniciativa de los fundadores de la Escuela de Educación Cívica de Moscú (EECM), una entidad creada en diciembre de 1992 con apoyo del Consejo de Europa, que fue declarada “agente extranjero” en Rusia en 2014.

La Fundación Valsaín y el Instituto de las Transiciones Económicas de Estocolmo fueron los organizadores de este seminario destinado a promocionar los valores de la EECM en torno al proyecto global Sapere aude (“atrévete a saber”), un lema utilizado por Enmanuel Kant, que se aplica ahora a un turbulento escenario transfronterizo.

En Rusia, la EECM dejó de existir definitivamente como entidad jurídica en 2021, cuando un tribunal de Moscú etiquetó como “organización indeseable” a la Asociación de Escuelas de Estudios Políticos, que hasta hoy aglutina una veintena de instituciones de educación cívica en diversos países del Consejo de Europa. Precisamente, el modelo de referencia para todas esas escuelas había sido la desaparecida EECM, por cuyos seminarios pasaron miles de intelectuales y políticos de diferentes niveles y territorios de la Administración rusa y también del extranjero.

Tras la invasión de Ucrania, las relaciones entre el Consejo de Europa y Rusia se han roto, pero desde el exilio los fundadores de la EECM, la especialista en teoría del arte Elena Nemiróvskaya y el filósofo Yuri Senokósov, siguen impulsando encuentros y construyendo puentes con quienes —“al otro lado”— sufren la persecución y la tiranía.

En Segovia se reunieron una cincuentena de personas (en su mayoría rusas, pero también bielorrusas, ucranias, georgianas y de otros Estados postsoviéticos). Tras el lema “Paz, Libertad y Responsabilidad” y tras los debates de temas históricos o filosóficos, se filtraban las nuevas y duras realidades que impone la guerra y la precariedad en que están los ciudadanos rusos que llegan a la Unión Europea, huyendo de la persecución en su país por sus ideas o actividades cívicas.

A diferencia de los refugiados ucranios, a los cuales los países de la UE aplican desde el pasado marzo la directiva europea de protección temporal, los rusos obligados a exiliarse se ven hoy en muchos casos condenados a la ilegalidad y la marginación en Occidente. Periodistas, politólogos, activistas de oposición, intelectuales y profesores críticos sobreviven en distintos Estados de la UE con visados turísticos de tres meses o con inseguras fórmulas de residencia, a no ser que gocen de la protección de alguna entidad occidental que se responsabilice de ellos o les proporcione un empleo, como ocurre con diversos medios informativos en ruso que se han afincado en los países del Báltico tras ser expulsados de la Federación Rusa.

La gama de los exiliados rusos es amplia. Los hay afortunados, acogidos con entusiasmo en instituciones científicas o de enseñanza o con empleos de su especialidad; los hay con soluciones temporales como becas y existen también los condenados a cambiar de profesión, acogidos a la hospitalidad de amigos o abandonados por todos. Por su parte, los países de acogida se portan de forma variada con los exiliados rusos. Los Estados del Báltico, tal vez por estar en la OTAN, parecen más flexibles y más dispuestos a acoger a rusos y bielorrusos marcados por su oposición a Vladímir Putin o al dictador Aleksandr Lukashenko. Fuera de la Alianza, otros Estados procuran no irritar al Kremlin y son reticentes a abrir sus puertas a las personas distinguidas por su actitud crítica.

Característica generalizada en los países de destino en Europa es el desbordamiento de los servicios burocráticos para tramitar los estatus de los que llegan. En el seminario, que se realizaba según las normas de confidencialidad de Chatham House, se constató que, dado el peligro de la presencia de agentes del Kremlin entre los emigrantes, es necesario encontrar mecanismos selectivos adaptados a la realidad actual para acoger a quienes huyen de Rusia. Contactados online, varios ciudadanos rusos residentes en Ucrania contaron su experiencia personal, que les sitúa del lado de Kiev. Para ellos, en la Unión Europea, rigen las mismas normas que para los refugiados ucranios.

Los pronósticos de especialistas sobre la eficacia de las sanciones o la duración de la guerra fueron diversos. En el primer caso, iban desde una transformación de Rusia al estilo de Irán o un retorno a la URSS y, en el segundo, de un plazo desde seis meses a un largo periodo de desgaste. Entre los asistentes hubo consenso sobre la necesidad de concluir la contienda y de prepararse hoy para posibilitar una Rusia libre y democrática en el futuro, aunque ese futuro parece muy lejano y poco deseado por la mayoría de la población local.

“La construcción de una Rusia democrática necesitará de ciudadanos formados en valores democráticos”, afirmó Álvaro Gil-Robles, presidente de Valsaín y excomisario de Derechos Humanos del Consejo de Europa (1999-2006). “El potencial democrático existente en Rusia ha sido promovido por la Escuela de Educación Cívica de Moscú. El Consejo de Europa tiene el deber moral de no abandonar a estos luchadores por la libertad y el respeto a los derechos humanos”, señaló Gil-Robles en Segovia.

Otros temas abordados en el seminario fueron la trayectoria de Putin —desde un oportunismo inicial a un destructivo sentido de misión— y las lecciones de las guerras de Chechenia (1994-1996 y 1999-2003), el temor al cansancio en Occidente por la duración de la guerra en Ucrania y la necesidad de ayudar a los defensores de derechos humanos y a los ucranios deportados a remotas regiones de Rusia. Se constató también que en las reacciones ante la invasión rusa lo emocional predomina aún sobre lo racional.

En el tiempo de espera inevitable, la EECM puede cumplir la importante misión de aglutinar, apoyar y ser una plataforma de discusión abierta, pero no afiliada a ninguna de las fuerzas políticas de oposición al régimen de Vladímir Putin, existentes en el exilio. EECM recupera estos días, 30 años después de su fundación, el papel de refugio familiar y se perfila como una cálida extensión de la cocina moscovita en la que Nemiróvskaya y Senokósov recibían amigos y animaban discusiones de gran nivel intelectual hasta que se vieron forzados a exiliarse cuando la represión desatada por el régimen actual sofocó la libertad de expresión en Rusia.

Coincidiendo con el seminario en Segovia, en Moscú se presentó a trámite en la Duma Estatal (Cámara baja del Parlamento ruso) una enmienda al Código Penal que recoge castigos para aquellos ciudadanos rusos que colaboren en el extranjero con organizaciones declaradas “indeseables” por el Kremlin.

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