Las debilidades de Pedro Castillo precipitan la segunda crisis de Gobierno en Perú en seis meses

Ante su falta de firmeza contra la corrupción, el mandatario se queda más solo que nunca tras la marcha de dos de sus ministros más importantes

Pedro Castillo saluda a Mirtha Vásquez tras jurar su cargo como primera ministra, el 6 de octubre en Lima.PERU PRESIDENCY (Reuters)

Pedro Castillo vive su momento más difícil desde que llegase a la presidencia, que en su caso no es decir poco. La falta de firmeza del profesor rural contra la corrupción policial de la que le había alertado en repetidas ocasiones su ministro de Interior ha provocado una cascada de dimisiones en su gabinete que amenaza con llevárselo a él también...

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Pedro Castillo vive su momento más difícil desde que llegase a la presidencia, que en su caso no es decir poco. La falta de firmeza del profesor rural contra la corrupción policial de la que le había alertado en repetidas ocasiones su ministro de Interior ha provocado una cascada de dimisiones en su gabinete que amenaza con llevárselo a él también por delante. Castillo se encuentra más solo que nunca.

La última en presentar su renuncia ha sido su mano derecha, Mirtha Vásquez. Se va denunciando que la estructura del Estado permanece secuestrada por elementos incontrolados que torpedean investigaciones por corrupción. El deep state peruano. La primera ministra confiaba en llevar a cabo reformas y cambios en la jerarquía para combatir estas mafias enraizadas en el corazón del sistema. Ante la falta de acción del presidente, al que en repetidas ocasiones sus colaboradores le han presentado pruebas de lo que estaba ocurriendo, Vásquez se va del Gobierno, lo que supone una nueva remodelación de todo el gabinete. La segunda en apenas seis meses.

La inestabilidad en la que está inmersa Perú desde hace cinco años no ha hecho sino incrementarse con Castillo. Casi a presidente por año, el país no ha terminado de encontrar un rumbo político que pueda hacer las reformas necesarias. El líder de izquierdas llegó al poder de forma accidentada por las acusaciones de fraude en las urnas de su rival, Keiko Fujimori, denuncias que no tenían ninguna base, pero que enrarecieron el ambiente. Una vez tomó posesión en verano del año pasado, creó un gabinete repleto de gente cercana a Vladimir Cerrón, el dueño del partido con el que Castillo llegó al poder. Se trata de un extremista con ideas retrógradas en lo social que fungía como una especie de presidente en la sombra.

Sin embargo, a los pocos meses, el presidente cortó con los cercanos a Cerrón. La tensión entre ellos fue máxima. Entonces pareció un golpe audaz. Daba la sensación de que el profesor quería volar por libre. En lugar de uno de los hombres de Cerrón, colocó a políticas con un perfil más socialdemócrata. Entre ellas, Mirtha Vásquez. El Gobierno parecía tomar un rumbo claro. Los problemas, de todos modos, han continuado. No hay semana en la que no haya una crisis, un escándalo, la dimisión de algún ministro que cometió alguna torpeza. Aunque es cierto que Perú devora ministros y presidentes como ningún otro país en América Latina, hasta para sus estándares esta situación resulta excesiva.

La ola la vio venir Castillo en el horizonte desde la semana pasada, aunque por lo visto no calculó su dimensión. El ministro de Interior, Avelino Guillén, le presentó el viernes su renuncia. Guillén llevaba un mes enfrentado al comandante general de la policía, Javier Gallardo, que actuaba por libre y no respondía ante el ministro. El jefe de los policías sacó a más de 1.700 agentes experimentados en unidades claves de la lucha contra la corrupción y el crimen organizado. El ministro, el fiscal que llevó a prisión a Alberto Fujimori y Vladimiro Montesinos, pensaba que era una estrategia para disminuir la capacidad de investigación del cuerpo y le pidió su cabeza al presidente. Castillo no le escuchó, ni siquiera le respondía los mensajes al ministro.

La primera ministra trató de mediar. Le dijo a Castillo que lo mejor era mantener a Guillén y jubilar al policía. Ni así actuó el presidente, que confía más en sus asesores que en sus ministros. La consecuencia es que ella también se va y deja al gabinete a merced de una nueva aprobación en el Congreso, la tercera en medio año. La oposición ha tratado de dinamitar el Gobierno de Castillo desde el exterior, pero no hay duda de que los mayores enemigos los tiene dentro. Castillo no parece necesitar que nadie lo acerque al abismo, él se asoma solito.

El presidente comunicó en Twitter la remodelación del Gobierno como si fuera una idea suya. En realidad, la hace obligado. Horas antes, Vásquez habían hecho saltar todo por los aires. En ese intervalo de tiempo, el ministro más sólido de ese Gobierno, el economista Pedro Francke, anunció en redes sociales que se ponía de parte de los que exigen más contundencia contra la corrupción. Castillo nunca estuvo antes tan aislado. Su supervivencia está en el aire.

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