Estados Unidos ya no quiere (ni puede) ser la policía del mundo

El manejo cauteloso de la crisis en Ucrania y la apuesta retórica de Biden por el fortalecimiento de las democracias definen una nueva era de las relaciones internacionales de la potencia

Joe Biden, el viernes en un acto en una universidad de Carolina del Sur.ELIZABETH FRANTZ (Reuters)

La casualidad quiso que el 80º aniversario del ataque a Pearl Harbor cayera en la semana en la que Joe Biden amenazó a Putin con “graves sanciones económicas” si se decidía a invadir Ucrania, adonde ha dicho que no enviará tropas, y en la que celebró una retórica Cumbre de la Democracia, que sentó ...

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La casualidad quiso que el 80º aniversario del ataque a Pearl Harbor cayera en la semana en la que Joe Biden amenazó a Putin con “graves sanciones económicas” si se decidía a invadir Ucrania, adonde ha dicho que no enviará tropas, y en la que celebró una retórica Cumbre de la Democracia, que sentó el 9 de diciembre virtualmente a 110 países a la mesa de las buenas palabras. Aquel bombardeo japonés sacó al país de su ensimismamiento, lo empujó a la Segunda Guerra Mundial y marcó para Washington el comienzo de una era en sus relaciones internacionales. Superada esta, los recientes gestos hablan con elocuencia del nuevo estilo de la política exterior del presidente, caracterizado por la cautela y la contención: en el nuevo orden mundial, Estados Unidos ya no quiere (ni seguramente pueda) ejercer su papel como policía del mundo.

Otra prueba de que las cosas han cambiado la ofreció en verano la retirada de Afganistán, decisión que ha marcado los primeros 11 meses de la presidencia y que obtuvo el respaldo de las encuestas internas y de una mayoría de analistas en Washington. No fue, tras su fachada caótica, una improvisación: obedecía al plan de un imperio en la encrucijada. “El listón de la intervención en el extranjero ha subido mucho”, opina Charles A. Kupchan, profesor de la Universidad de Georgetown, investigador del think tank de Washington Council on Foreign Relations y autor de Isolationism: A History of America’s Efforts to Shield Itself from the World (Aislacionismo: la historia de los esfuerzos de Estados Unidos de protegerse del mundo, Oxford University Press, 2020).

Para Kupchan, Afganistán supuso “un reseteo de las prioridades geopolíticas, que, tras dos décadas de enfocarse en Oriente Próximo, se centrarán a partir de ahora en Europa y Asia”. “La primacía estadounidense ya no se da por hecha, como en el siglo XX. Y a Rusia y a China les ha convenido que en ese tiempo Estados Unidos haya estado librando guerras eternas en lugares como Irak, Siria o Libia. La era de Pearl Harbor, que supuso el principio del internacionalismo liberal y de un consenso entre demócratas y republicanos, es historia. El ‘America First’ de Donald Trump remató ese consenso”, añade.

Biden se mudó al edificio en ruinas de la política exterior de Trump como el presidente con mayor experiencia en la materia desde George Bush padre (1989-1993), y ese bagaje le hace confiar, según sus colaboradores, en su instinto para las relaciones internacionales. Fue vicepresidente con Obama, cuando Estados Unidos no intervino en Siria, pese a que advirtió que lo haría si Bachar el Asad empleaba armas químicas (lo hizo en 2013), y cuando la amenaza a Putin de severas sanciones económicas sirvieron de poco ante la invasión y posterior anexión de Crimea en marzo de 2014. Sus prioridades al llegar a la Casa Blanca se resumieron en “las tres ces”: el clima, China y el coronavirus. Y en su talento para el eslogan planteó una revolución que definió como “la política exterior de la clase media”, que persigue el ideal de una economía global justa con los trabajadores, un grupo demográfico que ya ha soportado suficientes imágenes de hijos volviendo a casa de lugares remotos en ataúdes envueltos en la bandera estadounidense.

“[Biden] Partía de un lugar muy complicado. Ha habido mucho que reconstruir, no solo en el exterior, también en lo puramente burocrático; se encontró el organigrama del Departamento de Estado [al frente del cual puso a Antony Blinken, un experimentado cosmopolita] muy dañado”, aclara a EL PAÍS Judah Grunstein, director de World Politics Review, quien define la política exterior del presidente como “una combinación de declaraciones idealistas [la Cumbre de la Democracia, el boicot diplomático a los Juegos Olímpicos de Invierno de Pekín] y acciones pragmáticas”, como el acuerdo Aukus, alcanzado con el Reino Unido y Australia para poner coto a China en la zona del Indo-Pacífico.

“En estos primeros meses se ha centrado en restaurar relaciones multilaterales. ¿Será eso suficiente para enfrentarse a las crisis que están encima de la mesa? Tengo mis dudas; de momento, la falta de concreción está marcando su mandato”, explica en conversación telefónica Stephen Wertheim, investigador del Carnegie Endowment for International Peace y autor de Tomorrow, the World: The Birth of U.S. Global Supremacy (Mañana, el mundo: el nacimiento de la supremacía global de Estados Unidos, Belknap Press, 2020).

La pandemia ha impedido viajar a Biden tanto como habría deseado para devolver al mundo la imagen de su país como un “jugador de equipo”, según Kupchan. El analista define esta era como “la era de la bipolaridad mixta”, frente al orden unipolar “que trajo el final de la Guerra Fría”. Con una diferencia: “Por primera vez en su historia, Washington se enfrenta a un competidor a todos los niveles, China. La URSS no lo era. Su PIB, nunca superó el 55 % del de Estados Unidos. Esta vez es distinto. Pronto estaremos en un mundo en el que la economía china será la mayor. Y ya estamos en un mundo en el que las dos terceras partes de los países hacen más negocios con ellos que con nosotros”. Un creciente grupo de analistas de Washington otorgan además a China la capacidad militar para enfrentarse a Estados Unidos por Taiwán.

Biden asiste a la Cumbre de la Democracia, celebrada el nueve de diciembre. LEAH MILLIS (REUTERS)

Biden también se vio obligado por la pandemia a celebrar virtualmente la Cumbre de la Democracia, una iniciativa que “no parece haber traído demasiado, ni bueno, ni malo”, opina Wertheim. A Kupchan le tranquilizó, al menos, que no se planteara con la retórica del “ellos contra nosotros”. “Biden está obsesionado, como dejó claro en la campaña, con fortalecer las democracias, y eso le honra, pero presentar el asunto como una pelea entre democracias y autocracias es un error”, considera. “Nos enfrentamos a un mundo en el que está muy interconectado y el poder es más difuso que nunca. Sin llegar a los extremos de Trump, no queda otra que colaborar con esos regímenes”.

La abogada Anne Marie-Slaughter, consejera delegada del think-tank New America, fue más lejos en un artículo publicado en noviembre en la portada del suplemento de debate de The New York Times. En él, defendía un acercamiento “globalista”, que contemple el mundo “como un lugar habitado por ocho mil millones de personas y no solo dividido en 195 países”. “Desde una perspectiva que tiene en cuenta a la gente, el objetivo más urgente debe ser salvar el planeta”, argüía Slaughter, que añadía que pelear con China dejará de parecer tan importante “cuando nuestras ciudades acaben sumergidas [debido al cambio climático]”.

En el plazo no tan largo, todos los expertos consultados coinciden en su preocupación por el rescate del acuerdo nuclear con Irán (que Trump abandonó en 2018) y en que Biden no irá más lejos en la crisis ucrania que la imposición de sanciones económicas, el refuerzo militar del flanco oriental de la OTAN y el envío de equipamiento militar desde Afganistán a la frontera con Rusia que aireó este viernes The Wall Street Journal. Taiwán es distinto, añaden, porque Estados Unidos y sus aliados están de acuerdo en que China es un poder que debe ser contenido. Jake Sullivan, consejero de Seguridad Nacional de Biden, reafirmó el viernes el compromiso con la defensa de los intereses de la isla en una conversación con Richard Haass, presidente del Council on Foreign Relations. Sullivan también reaccionó con diplomacia al último documento de exigencias de Rusia, que pide, entre otras cosas, el compromiso por escrito de que la OTAN no se expandirá hacia sus fronteras y el cese de toda actividad militar en Europa del Este, Asia Central y el Cáucaso que no cuente con el visto bueno de Moscú. “Es muy difícil llegar a acuerdos cuando la escalada [de tensión] no cesa”, dijo Sullivan.

Los analistas también comparten la opinión de que Latinoamérica no está siendo una prioridad. Un funcionario mexicano en Washington reconoce que, al menos, la interlocución ha mejorado en estos meses. Thomas A. Shannon, subsecretario de Estado con Obama, consideró en una reciente conversación con EL PAÍS que “Biden necesita tiempo [en la región]. No creo que esté avanzando con lentitud en Latinoamérica; creo que está avanzando con cuidado y sin prisas”. Parece claro que hay otras urgencias y no están en este continente.

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