El impetuoso Philip que descubrió ‘The Crown’
La serie de Netflix acercó la figura del consorte de Isabel II a varias generaciones de espectadores
Hay gente que en la mente colectiva siempre fue anciana. Gloria Fuertes, Gandhi, el duque de Edimburgo. Pero entonces llegó Netflix y resucitó a Philip, el amante, el aventurero, el bravucón petulante y racista, el padre que jugaba con sus retoños mientras la madre distante regía la Commonwealth. La mandíbula, el pelazo. Los ojitos de “lo siento tanto, querida” tras la enésima metedura de pata. La serie The Crown ha acercado y humanizado las contradicciones del consorte de Isabel II para varias generaciones de espectadores a las que ni siquiera les interesaba demasiado su enigma. Muchos...
Hay gente que en la mente colectiva siempre fue anciana. Gloria Fuertes, Gandhi, el duque de Edimburgo. Pero entonces llegó Netflix y resucitó a Philip, el amante, el aventurero, el bravucón petulante y racista, el padre que jugaba con sus retoños mientras la madre distante regía la Commonwealth. La mandíbula, el pelazo. Los ojitos de “lo siento tanto, querida” tras la enésima metedura de pata. La serie The Crown ha acercado y humanizado las contradicciones del consorte de Isabel II para varias generaciones de espectadores a las que ni siquiera les interesaba demasiado su enigma. Muchos recordarán al duque fallecido este viernes a los 99 años como el galán de la serie que salía pitando en descapotable del tedio de Buckingham Palace.
Philip, el personaje, es uno de los hallazgos de la serie precisamente por el misterio del que se rodeó siempre el príncipe Felipe de Edimburgo verdadero, del que apenas conocemos su saludo regio y sus incorrectos chistes salidos de tono. El misterio concede más carta blanca sobre la que construir una ficción verosímil, te lo crees más que a Carlos, porque le conoces menos. Con la imagen del eternamente anciano duque en la cabeza, sorprende el vigoroso y rebelde Philip juvenil, interpretado por Matt Smith en las primeras dos temporadas, capaz de enfrentarse descamisado a un elefante furibundo en África y de tener tremendas pataletas de niño pijo. De sacrificar por amor una vida de acción por otra de protocolo y en la escena siguiente carecer de la mínima empatía matrimonial, burlándose del peinado de su esposa o yéndose de copas con los amigotes con la que ella tiene encima (pongamos una crisis de Estado, una sangrienta revolución en las colonias...). El retrato general no es muy amable, pero aporta humanidad a la protagonista.
Porque en la ficción, como en la realidad, el Philip narrado también es consorte. “Ella es tu trabajo, ella es tu deber”, le dice su suegro en la típica escena anterior a toda boda fílmica. El personaje sirve como muleta para completar al de la reina, para entenderla y dibujar un arco romántico con más colorido que el que ella se permite. Es a través de Philip que el espectador siente las pasiones y la nostalgia por una vida “normal” que palpita en Cabbage (repollo, el apelativo doméstico de su majestad).
Pero Philip también tiene en The Crown entidad propia. La vida de película del duque de Edimburgo real da para tramas secundarias de sobra. El exilio del aristócrata apátrida, la enfermedad mental de su madre, la dureza de los internados donde se educó, sus hermanas nazis, sus intentos de modernizar la casa real, sus hazañas marineras, su interés en la teología... Todo aparece en la serie hilado por una desasosegante búsqueda de pertenencia y propósito.
Hay sin embargo un episodio novelado de la tercera temporada (donde le da vida el actor Tobias Menzies, que será sustituido por Jonathan Pryce en la quinta, cuya emisión se espera para 2022) que resulta clave para el arco del personaje, ya que es el momento en el que el impetuoso Philip empieza a mutar en el Felipe que conocemos. Los tres astronautas estadounidenses del Apollo 11 visitan el palacio tras su paseo lunar y Philip anda como loco por reunirse con ellos en privado. Obsesionado con la misión espacial, con ilusión casi infantil, Philip prepara las preguntas esperando respuestas trascendentes que le acerquen al sentido que podría haber tenido su vida de no estar atado a la sombra de la reina. Qué puede querer alguien que lo tiene todo más que la Luna. Lo que se encuentra son tres jóvenes resfriados que narran los pormenores de la aventura sin épica ni heroísmo alguno. La cara de decepción total y aburrimiento infinito del aristócrata es un poema y la cita le catapulta a la búsqueda de respuestas existenciales en la fe y la teología.
En realidad, cuentan sus biógrafos, el príncipe Felipe nunca soñó con ser astronauta, y aunque sí conoció brevemente a Buzz Aldrin y compañía a su paso por Buckingham, la conversación/epifanía nunca ocurrió. Pero para cualquiera que haya visto The Crown, la escena es inseparable del recuerdo del difunto duque. El actor Matt Smith contó en una entrevista a The Guardian que un conocido le preguntó al mismísimo duque en una cena si había visto la serie. “No sea ridículo”, contestó con un mohín. Sin embargo, millones de personas lo hicimos.