Bruselas esquivará los vetos nacionales con una política exterior a varias velocidades

La nueva Comisión sostiene que la agenda internacional se mueve a un ritmo incompatible con los lentos procesos internos de la Unión

Bruselas -
El Alto Represente de la UE para la Política Exterior, Josep Borrell, se dirige el pasado día 11 a la Eurocámara. VINCENT KESSLER (REUTERS)

Acabar con la parálisis de la unanimidad por la vía de los hechos. La Comisión Europea, según fuentes comunitarias, apostará en esta legislatura por una política exterior a varias velocidades en la que se dejará aparte a los países que, como Hungría o Polonia, suelen resistirse a una posición común. Bruselas quiere pronunciamientos más rápidos, claros y contundentes sobre una agenda internacional que se mueve a una velocidad incompatible con los lentos procesos internos de la Unión.

"Tendremos que acostumbrarnos a posiciones mayoritarias y a coaliciones de los países partidarios de actu...

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Acabar con la parálisis de la unanimidad por la vía de los hechos. La Comisión Europea, según fuentes comunitarias, apostará en esta legislatura por una política exterior a varias velocidades en la que se dejará aparte a los países que, como Hungría o Polonia, suelen resistirse a una posición común. Bruselas quiere pronunciamientos más rápidos, claros y contundentes sobre una agenda internacional que se mueve a una velocidad incompatible con los lentos procesos internos de la Unión.

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"Tendremos que acostumbrarnos a posiciones mayoritarias y a coaliciones de los países partidarios de actuar", señala una alta fuente comunitaria. Y apunta a la reciente declaración de rechazo al plan de paz de Donald Trump para Oriente Próximo, apoyada por 25 de los 27 socios europeos, o a la operación naval encabezada por Francia en el Estrecho de Ormuz, a la que se han sumado siete países, como el modelo a seguir en una política exterior que dejará de moverse al ritmo del más lento o el más reacio.

Algunos líderes europeos, como el presidente francés, Emmanuel Macron, incluso quieren extender esa Europa de varias velocidades a muchas otras áreas de la política comunitaria, desde la fiscal a la social. Y convertirla en el patrón de actuación en un club que alberga enormes diferencias económicas, sociales e históricas y donde la fragmentación política ha ido en aumento y el apego a la integración europea flaquea en varias capitales.

De momento, el Servicio Europeo de Acción Exterior (SEAE), encabezado desde el pasado 1 de diciembre por el vicepresidente de la Comisión Josep Borrell, no parece dispuesto a pasar días o semanas intentando consensuar una postura unánime que, para cuando llega, suele ser tarde y llena de salvedades hasta el punto de hacerla irrelevante.

La primera gran andanada de Borrell como Alto Representante de Política Exterior de la UE ha llegado en respuesta a la iniciativa de Trump para intentar poner fin al conflicto entre Israel y Palestina. Tras una primera reacción (el 28 de enero) concediendo el beneficio de la duda al plan de Washington, Borrell lo rechazó de plano el 4 de febrero y advirtió a Israel que la UE impugnación cualquier ocupación de territorio palestino derivada del presunto plan de paz estadounidense.

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La declaración del Alto Representante salió a la luz a pesar de que no logró la unanimidad de los 27 Gobiernos. La anterior jefa de la diplomacia europea, Federica Mogherini, también solía recurrir a esa fórmula. Pero la italiana fue criticada por sacrificar la ambición en aras del consenso. En el caso de Borrell, en cambio, ha sorprendido su contundencia y que el rechazo al plan europeo fuese presentado como una posición mayoritaria de la UE con vocación de eclipsar las objeciones.

El impacto de la declaración fue inmediato en Israel, que protestó virulentamente. Y Hungría, el país que con más ahínco vetaba la posición común europea, se apresuró a desmarcarse públicamente de la declaración del Alto Representante y a indicarle a los gobiernos de Israel y de EE UU que Budapest no la secundaba. Demasiado tarde porque, de facto, el rechazo mayoritario al plan de paz ya se había convertido en la posición europea ante la escena internacional.

"Hay que entender que en los grandes temas no vamos a tener unanimidad", señalan fuentes de la Comisión. Esas mismas fuentes reconocen que "costará mucho tiempo tener una cultura estratégica común, porque cada socio tiene su propia tradición y su propia historia en ese terreno".

Pero tanto la nueva Comisión, presidida por la alemana Ursula von der Leyen, como la presidencia del Consejo Europeo, ocupada desde hace dos meses por el belga Charles Michel, han dado ya señales de que la UE no puede permitirse después del Brexit quedarse estancada por los vetos nacionales.

Algunos países secundan la idea de Macron de crear círculos concéntricos. "Tiene razón Francia, hay que multiplicar la fórmula del espacio Schengen", apunta una diplomática en alusión a la zona libre de fronteras pactada en 1985 por solo cinco países y de la que ahora forman parte 26, 22 de ellos de la UE.

Otros países sugieren que se utilice la llamada "pasarela" prevista en el Tratado de la UE para que los asuntos que se aprueban por unanimidad puedan aprobarse por mayoría cualificada. En el terreno de la política exterior, por ejemplo, Holanda propone que se aprueben por mayoría cualificada, sin posibilidad de veto, las sanciones como las que se aplican ahora a Rusia o Venezuela.

Soluciones pragmáticas

Borrell, como ya indicó en su audiencia ante el Parlamento Europeo previa a la toma de posesión del cargo, es escéptico sobre la posibilidad de suprimir el veto. Entre otras cosas, porque esa supresión ya requiere de antemano la unanimidad, por lo que es muy probable que algún país lo frustrase.

La nueva cúpula comunitaria prefiere superar el veto con soluciones pragmáticas y ad hoc, aunque suponga buscar fórmulas extracomunitarias o de difícil encaje en el entramado de la UE. Michel ya logró en diciembre esquivar el veto de Polonia al objetivo de emisiones cero de CO2 en 2050. La cumbre europea pactó esa meta y la objeción polaca quedó simplemente recogida en el texto sin impedir que la Comisión siga adelante con los proyectos legislativos necesarios para hacer realidad el llamado Pacto Verde.

El pragmatismo, según fuentes comunitarias, también se impondrá en política exterior y de defensa, terreno abonado para permitir la participación selectiva de los Estados miembros que lo deseen. Esas fuentes señalan el ejemplo de la reciente misión puesta en marcha por Francia para garantizar la seguridad del transporte marítimo de mercancías en el Estrecho de Ormuz, amenazado por la creciente tensión en la zona. Por ahora solo se han sumado siete países (España no está entre ellos). Pero eso no ha impedido que la operación se ponga en marcha desde la base naval francesa en Abu Dhabi.

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