El duelo de Trump y Merkel
La relación entre dos líderes en las antípodas es a la vez un pulso de ideas y el dolor de Occidente por el desgarro de viejas alianzas
Trump vs Merkel. Es el duelo que define esta época de Occidente, tanto en su acepción de pulso como en la de dolor. Es a la vez un combate de ideas y un desgarro de alianzas que han plasmado el mundo desde 1945.
Es el populismo incendiario frente al pragmatismo racional; unilateralismo frente a multilateralismo; sociedades cerradas frente a abiertas; ...
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Trump vs Merkel. Es el duelo que define esta época de Occidente, tanto en su acepción de pulso como en la de dolor. Es a la vez un combate de ideas y un desgarro de alianzas que han plasmado el mundo desde 1945.
Es el populismo incendiario frente al pragmatismo racional; unilateralismo frente a multilateralismo; sociedades cerradas frente a abiertas; adoración de Twitter frente a fe en la ciencia; vida lujosa frente a hacerse sola la compra en el supermercado tras salir de la cancillería; Gobierno 100% partidista frente a Ejecutivo de coalición con el principal oponente; instinto frente a reflexión; exceso frente a contención. Son las antípodas en casi todo lo imaginable. Son tesis y antítesis, y a todos nos afecta cuál será la síntesis de esta suerte de proceso hegeliano.
Atención: el currículo político de la canciller alemana no es inmaculado. Pueden argumentarse graves zonas de sombra. Hay motivos para pensar que su gestión de la crisis económica que empezó en 2008 fue equivocada (EE UU salió de ella mucho antes con una respuesta keynesiana que la zona euro con la reacción ordoliberal de inspiración alemana); puede señalarse que ha fallado en una tarea que define a los grandes líderes: propiciar una estable y exitosa sucesión meritocrática. Pueden aducirse muchas otras críticas.
Pero, aquí y ahora, Merkel es el mayor referente de aquellos que creen en los valores de moderación, diálogo y apertura de las democracias liberales. Hay otros líderes en esa longitud de onda. Pueden citarse Macron y Trudeau. Sin embargo, Merkel comanda una economía mayor que aquellas (Alemania, 3,8 billones de dólares de PIB anual; Francia, 2,7; Canadá, 1,7), un país más poblado, tiene más experiencia y mayor capacidad de arrastre de un bloque relevante a escala global (la UE) que los anteriores. Desde tiempo queda claro que no tiene ninguna disposición a contemporizar con Trump y, en la recta final de su trayectoria, se la ve cada vez más proclive a gestos y decisiones de calado. Su mandato termina en septiembre de 2021, y anunció que no volverá a presentarse.
Hace tres años ya, afirmó que Europa no podía dar por descontado y depender de la alianza con EE UU (y el Reino Unido). Desde entonces la relación ha sido marcada por desencuentros en múltiples áreas, empezando por la comercial, pasando por la relación con Rusia y culminando con el papel de instituciones y pactos internacionales de los que la Administración Trump se retira o erosiona. En los últimos días la brecha ha sido más evidente que nunca. Merkel se negó a ir al G7 previsto en EE UU en septiembre (Macron sí estaba dispuesto a ir); Trump anunció su intención de reducir las fuerzas estadounidenses desplegadas en Alemania.
El célebre gesto de apertura a los refugiados sirios en la crisis de 2015 y la inquebrantable firmeza en el rechazo del discurso del odio son quizá los elementos que más sitúan a Merkel en las antípodas políticas de Trump. Encuestas del Pew Research Center muestran un fuerte rechazo al presidente estadounidense en Europa central y occidental. Ello, por supuesto, no excluye que este tenga argumentos de peso, como por ejemplo que Alemania, siendo una potencia económica, incumple el compromiso de un gasto militar equivalente al 2% del PIB adquirido en la OTAN.
La pandemia ha exacerbado la dicotomía entre intentar respuestas nacionales o multilaterales a los problemas. La ironía histórica es que Alemania —que en anteriores etapas históricas fue adalid de un nacionalismo descarnado— se halla ahora en primera fila en la defensa de grandes rasgos del orden internacional que EE UU impulsó a partir de 1945. Washington en cambio se retira de él. Desde lejos, otros actores interesados en una reformulación de orden global, observan con interés —probablemente satisfacción— el duelo de Trump y Merkel en Occidente, en ambas acepciones.