Wopke Hoekstra, el rostro de la dureza frente al sur de Europa en tiempos de la Covid-19

El responsable de Finanzas de los Países Bajos, convertido estos días en la UE en la imagen de la intransigencia, afianza su protagonismo en casa

El ministro neerlandés de Finanzas, Wopke Hoekstra, en La Haya el 7 de abril.BART MAAT (EL PAÍS)

Como otras lenguas, la neerlandesa tiene apellidos toponímicos, y el de Wopke Hoekstra, ministro de Finanzas de los Países Bajos, puede significar dos cosas: alguien que vive en una esquina, o bien la curva de un río. Nadie elige su nombre de familia, desde luego, pero la crisis provocada en la Unión Europea por la Covid-19 ha convertido el del político democristiano, de 44 años, casi en una metáfora de su situación. Opuesto de entrada a emplear el fondo europeo de rescate (Mede) sin condiciones, y contrario a los eurobonos para cubrir los costes de la reconstrucción tras la emergencia sanitar...

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Como otras lenguas, la neerlandesa tiene apellidos toponímicos, y el de Wopke Hoekstra, ministro de Finanzas de los Países Bajos, puede significar dos cosas: alguien que vive en una esquina, o bien la curva de un río. Nadie elige su nombre de familia, desde luego, pero la crisis provocada en la Unión Europea por la Covid-19 ha convertido el del político democristiano, de 44 años, casi en una metáfora de su situación. Opuesto de entrada a emplear el fondo europeo de rescate (Mede) sin condiciones, y contrario a los eurobonos para cubrir los costes de la reconstrucción tras la emergencia sanitaria, Hoekstra ha esgrimido el aval del Parlamento de La Haya desde el ángulo donde su país —socio fundador comunitario y contribuyente neto— se ha situado para cerrar un acuerdo que permita contrarrestar el impacto socioeconómico de la pandemia.

Hoekstra es un político en alza en su tierra. La estrella de la democracia cristiana local, que destaca por su eficacia y altura física (casi dos metros) incluso en una tierra de personas altas. La Covid-19 ha afianzado en casa su imagen, porque abogar por la solidaridad, pero no de balde, es un enfoque secundado, con algunas voces disidentes, “por el que manda en los Países Bajos, el Parlamento”, subraya él mismo. En la UE, el ámbito externo natural de los neerlandeses, el ministro se ha convertido estos días, sin embargo, en el rostro de la intransigencia financiera. Es el que señalaba con energía los deberes mal hechos a España o Italia, y pedía garantías de reforma económica una vez pasada la emergencia. Quien sigue recalcando que los eurobonos no proceden, si bien reconoce que le faltó “empatía hacia el sur de Europa” cuando pidió una investigación sobre el estado de las arcas de sus socios.

Su disculpa, por el tono empleado, fue más diligente que la de su antecesor, Jeroen Dijsselbloem, expresidente del Eurogrupo. Este último tropezó en 2017 con su peculiar interpretación del gasto de los países meridionales “en vino y mujeres para luego pedir ayuda”. En estos momentos, hasta el eco de dichas palabras suena frívolo, y Hoekstra ha lamentado: “Lo mal que lo hemos hecho, porque no se ha entendido lo que quisimos decir”.

Superado desde su punto de vista ese bache, las dificultades para lograr el acuerdo de este jueves, que franqueaba el acceso de España e Italia a una línea de préstamos del fondo de rescate europeo, sin sujetarse a un programa de ajustes y reformas, tiene una explicación añadida. Hoekstra reconoce haber echado de menos “la posibilidad de estar en grupos reducidos para entenderse mejor”. En otras palabras, le faltaba el escenario vital para ejercer lo que en lenguaje político local se llama polderen: la práctica del pacto y el consenso para avanzar juntos. Es el conocido modelo neerlandés para aliviar tensiones socioeconómicas, pero requiere verse con la mayor cantidad posible de colegas y adversarios, y el confinamiento internacional de los titulares de Finanzas no lo ha facilitado.

Además, como ejercicio de estilo, polderen tiene el inconveniente de que las negociaciones suelen alargarse. Y el tiempo es un bien del que no disponían los ministros. El pacto, que ha calificado de “satisfactorio porque quien precise de un rescate financiero sí deberá ajustar y reformar”, le permite salir airoso sin dar la sensación de que ha cedido demasiado, después de haber sido tan directo. Cortante, incluso.

Licenciado en Derecho por la Universidad neerlandesa de Leiden, estudió luego Política Internacional y Derecho en Roma, además de Administración de Empresas en la escuela de negocios INSEAD, en Fontainebleau (París) y Singapur. Fue socio de la consultora McKinsey y trabajó en la multinacional Shell antes de entrar en el Senado, donde permaneció entre 2011 y 2017. Allí se desvió de la línea democristiana en dos ocasiones. Llegado el momento, votó a favor de los derechos de las madres lesbianas, y en contra de permitir que los funcionarios rechacen oficiar matrimonios de personas del mismo sexo. Casado con su novia de la universidad, Liselot, que es médica, tienen cuatro hijos, uno de los cuales padeció cáncer de hígado al año de nacer. La enfermedad del pequeño, que ahora está bien, le apartó de la política para concentrarse en su familia, y asegura que tener cerca a su hermano y hermana “es estupendo”.

A pesar de que recién nombrado ministro de Finanzas, en 2017, se estrenó en Bruselas defendiendo con vigor la disciplina presupuestaria de la eurozona, en 2019 reconoció que “el lenguaje puede llegar a ser destructivo”, en una entrevista publicada en el rotativo Trouw. A la pregunta que siempre le hacen, esto es, si quiere ser primer ministro de los Países Bajos, contesta con una ambigüedad que restalla: “Tengo el mejor trabajo del mundo”. El actual titular del cargo, el liberal de derechas Mark Rutte, cumple una década en el poder con más popularidad que nunca debido a la gestión de la Covid-19. Y si Hoekstra juega con las palabras en su respuesta, Rutte no da muestras de cansancio.

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