Análisis

El poder militar, por supuesto

La protesta en Argelia persiste y se ensancha. El régimen, en manos de supervivientes de la generación de la independencia, tiene que irse. Y, naturalmente, no quiere

Buteflika y el general Ahmed Gaed Salah, en 2012. En vídeo, declaraciones del jefe de las Fuerzas Armadas.Vídeo: RAMZI BOUDINA

Ya son dos los pasos atrás. El primero lo dio el entorno de Buteflika cuando decidió renunciar a presentar al enfermo por quinta vez. Aunque vistió la jugada de cesión al pueblo argelino, ese sujeto tan adulado como desoído, en realidad se tramaba un auténtico golpe de Estado, otro más: se prolongaba de forma indefinida el mandato presidencial, que termina el 25 de abril, para abrir un proceso pretendidamente constituyente que no ofrecía dudas respecto a su control y a sus límites.
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Ya son dos los pasos atrás. El primero lo dio el entorno de Buteflika cuando decidió renunciar a presentar al enfermo por quinta vez. Aunque vistió la jugada de cesión al pueblo argelino, ese sujeto tan adulado como desoído, en realidad se tramaba un auténtico golpe de Estado, otro más: se prolongaba de forma indefinida el mandato presidencial, que termina el 25 de abril, para abrir un proceso pretendidamente constituyente que no ofrecía dudas respecto a su control y a sus límites.

El segundo paso, la apertura de un procedimiento de destitución de Buteflika, es todavía más grave. Quien lo anuncia es quien manda, el viceministro de Defensa y jefe del Estado Mayor, Ahmed Gaid Salah, un militar que solo tiene por encima al presidente de la República, que acumula los títulos de ministro de Defensa y de comandante en jefe, es decir, al enfermo al que hay que incapacitar. El signo no ofrece dudas y es una reiteración argelina: los militares quieren mantener el control de la sucesión.

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El poder, Le Pouvoir tal como le llaman los argelinos, siempre ha sido militar, hasta el punto de que precede incluso a la independencia y por tanto a la construcción del Estado. Nunca ha existido algo parecido a un poder civil, a pesar de apariencias pasajeras, como el primer presidente Ben Bella, depuesto en un golpe de Estado, o el efímero Mohamed Budiaf, asesinado a los seis meses de tomar posesión en mitad de la guerra civil.

Buteflika ha sido, según su biógrafo, el periodista Mohamed Benchicou, un civil disfrazado de militar y “una criatura del poder militar” (Bouteflika, une imposture algérienne. Editions Le Matin). Fue el poder militar el que le colocó en la presidencia en 1999 y ha sido el poder militar el que le ha mantenido en ella, aun estando gravemente enfermo, hasta presentarle por cuarta vez a unas elecciones en 2014, y el que todavía quería presentarle de nuevo una quinta, a la vista de las dificultades para encontrar un sucesor que mantuviera los secretos equilibrios entre los clanes que gobiernan. Pudo parecer que el último servicio del civil a los militares era permanecer en la presidencia hasta su muerte, pero al final su último servicio es prestarse a la destitución para aplacar la cólera de la calle.

El segundo paso atrás es más esperanzador que el primero. Anula el golpe de Estado en ciernes que suponía la prolongación anticonstitucional del mandato. Es el anuncio de que se aplicará la Constitución, que prevé la destitución por incapacidad física y el nombramiento de un presidente interino. Esta Constitución es un artefacto escasamente fiable, pero menos fiable es que la vulneren quienes la hicieron y la reformaron cuando les vino en gana. El poder más arbitrario y dictatorial es aquel que rompe su propia regla de juego cuando no le favorece. Salah iba a hacerlo con el primer paso atrás pero lo ha corregido con el segundo. Que un militar argelino quiera respetar la regla de juego, en un país que se ha hecho a golpes, militares por supuesto, es una noticia digna de encomio aunque siempre quede la sospecha, a la vista de que quien lo anuncia no es el primer ministro, de que también se trata de un golpe militar.

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La explicación es sencilla. La protesta persiste y se ensancha. Buteflika, con sus 82 años, y también Salah, con 79, son supervivientes de la generación de la independencia, que alcanzaron entonces el poder y no lo han soltado. Eso no hay quien lo pare. Ahora tienen que irse. Y, naturalmente, no quieren.

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