Opinión

El talón de Aquiles de AMLO

López Obrador ganó las elecciones con una contundencia sin precedente histórico, y con un discurso digno del canon populista: había triunfado el pueblo bueno, en contra de la “mafia del poder”

El presidente electo de México, Andrés Manuel López Obrador.Rebecca Blackwell (AP)

El triunfo de Andrés Manuel López Obrador (AMLO) se incubó en un liberalismo condescendiente y mediocre que llevaba dos décadas pidiendo paciencia para dar resultados. Una ortodoxia de libro de texto que desestimaba las exigencias populares como ignorantes, y que defendía el status quo de desigualdades y pobreza por ser “menos malo” que otros escenarios imaginados.

Fue la falta de visión de estos liberales, la que les impidió crear plataformas políticas que cuestionaran los magros resultados económicos del país ...

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El triunfo de Andrés Manuel López Obrador (AMLO) se incubó en un liberalismo condescendiente y mediocre que llevaba dos décadas pidiendo paciencia para dar resultados. Una ortodoxia de libro de texto que desestimaba las exigencias populares como ignorantes, y que defendía el status quo de desigualdades y pobreza por ser “menos malo” que otros escenarios imaginados.

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Fue la falta de visión de estos liberales, la que les impidió crear plataformas políticas que cuestionaran los magros resultados económicos del país y que entendieran la raíz del descontento. Encogidos, pequeños, los autonombrados liberales no atinaron más que a llamar a los seguidores de López Obrador “los enojados”. Y ello lo empoderó aún más.

Así, Andrés Manuel ganó las elecciones con una contundencia sin precedente histórico (30 millones de votos; mayoría en ambas cámaras), y con un discurso digno del canon populista: había triunfado el pueblo bueno, en contra de la “mafia del poder”.

Y su triunfo detonó lo que serán, a lo largo de su presidencia, sus dos talones de Aquiles: el pánico de sus adversarios y las desmesuradas expectativas de sus seguidores.

El primero puede tener a AMLO sin cuidado, por ahora. La bancarrota intelectual y política de la oposición es profunda y precede a la elección. Faltos de tacto social y políticas públicas ambiciosas, la oposición solo ha propuesto, una y otra vez, plataformas basadas en cambios ínfimamente marginales. Algo para lo que el México de los escándalos de corrupción cotidianos y lacerantes ya no tiene paciencia.

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El partido del presidente saliente (PRI) está tan desacreditado que discute si se debe cambiar el nombre a fin de camuflarse como algo fresco (la propia propuesta es irrisoria y digna representante de su sin-rumbo).

La derecha (PAN) y la izquierda no lopezobradorista (PRD) se fusionaron en un intento por ser competitivos, logrando con ello una plataforma esquizofrénica de luchas tribales internas que no les permiten reinventarse.

Más allá de ello, durante los cinco largos meses que han pasado entre el día de la elección (julio) y la próxima toma de protesta (diciembre), la oposición no ha atinado a encontrar cómo exigir que López Obrador los tome en cuenta. A diferencia de otros presidentes electos, Andrés Manuel comenzó a adelantar decisiones (nombramientos de gabinete, por ejemplo) antes de comenzar oficialmente su mandato. Ante ello, la dinámica política entre el próximo presidente y la oposición ya puede evaluarse y no deja buenos resultados.

La oposición no da una. Piden que los planes de AMLO cambien con base en “recomendaciones expertas” de una tecnocracia desacreditada por su falta de resultados. Critican a López Obrador por dar muestras de no confiar en las instituciones autónomas, sin reconocer que algunas de éstas instituciones han sido autónomas del poder político pero no del económico. Tildan a Andrés Manuel de poco democrático sin darse cuenta de que, en el México de las desigualdades y la falta de oportunidad, las personas ya están dispuestas a sacrificar algunos procesos democráticos con tal de ver resultados. Siguen preguntándose por qué la gente no está desencantada con López Obrador, sin darse cuenta de que el mayor desencanto es con el status quo.

A pesar de ello, no es del todo descabellado que la oposición pueda reinventarse en el mediano plazo, sobre todo si AMLO no cuida su segundo, y más delicado, talón de Aquiles: las expectativas desmesuradas de sus votantes.

López Obrador llega a la presidencia con el mayor nivel de aprobación desde la transición democrática mexicana (66%), y con altísimas esperanzas de cambio inmediato. El 63% de los mexicanos cree que logrará resolver los problemas de corrupción, y 70% espera reducciones en la pobreza y mejoras en la economía.

Será difícil que AMLO logre cumplir con las expectativas. Sobre todo porque, como parte de un esfuerzo por satisfacer al poder económico, prometió evitar una reforma fiscal durante sus tres primeros años de gobierno.

Esta promesa, le ató las manos. México es uno de los países de América Latina que menos impuestos recauda como porcentaje de su PIB, similar a paraísos fiscales como Panamá. Sin una herramienta para lograr una recolección más progresiva de impuestos, será difícil que AMLO logre implementar su ambiciosa propuesta de inversión pública y programas sociales.

Más aún, algunas decisiones recientes le han costado el apoyo de muchos de sus votante de centro. La organización de consultas populares sesgadas, la presentación de planes de gobierno que militarizan la fuerza pública, y la creación de alianzas con políticos y empresarios de dudosa reputación, lo alejan de un grupo que lo llevó al triunfo y le han bajado 9 puntos de popularidad en un mes de acuerdo a algunas fuentes.

La común desconfianza de los mercados internacionales a los gobiernos de izquierda fungirá también como una limitante al cambio. Cuando hace unas semanas el líder de la bancada de Morena (partido de López Obrador) presentó una muy burda iniciativa para eliminar las comisiones del oligopolio bancario, la Bolsa Mexicana de Valores perdió 5.8% puntos. Efectos similares sucedieron cuando se habló de regular la contaminación ambiental de las mineras y, cuando reiteró su programa de aumento de pensiones en un mitin público, el peso perdió valor debido a temores financieros.

Más aún, es común que durante el primer año de un nuevo gobierno la economía se desacelere por la curva de aprendizaje. Esta vez, la desaceleración va a acentuarse porque AMLO planea recortar al 70% los empleos públicos y reducir el sueldo de los mandos altos poder aumentar el gasto público sin aumentar los impuestos. La falta de capacidad y la desmotivación de la burocracia le pondrán el pie.

El futuro político de México está por escribirse. Hay mucho en juego. Un Andrés Manuel sin resultados y una oposición sin brújula pudieran llevar a México hacia el Brasil de Bolsonaro. Recordemos que las democracias ya no perecen, como antes, en manos de generales que toman el poder de forma violenta. Lo hacen cuando la desesperanza empodera a quien proponer soluciones radicales, sin un balance opositor.

Viridiana Ríos es académica y analista mexicana (@Viri_Rios).

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