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Columna
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¿Cuánto vale la fuerza creadora de las mujeres?

¿Cómo se puede ver el producto de una cariñosa sonrisa, de un beso, de un cálido abrazo, de una palabra que te da aliento para seguir? ¿Se puede pagar?

Dos mujeres conversan durante la marcha por el día internacional de la mujer en la Ciudad de México el día 08 de marzo de 2018.
Dos mujeres conversan durante la marcha por el día internacional de la mujer en la Ciudad de México el día 08 de marzo de 2018.Hector Guerrero (El País)

Las mujeres poseen una increíble fuerza creadora, que da vida, que construye desde el cuidado y el amor. El cuerpo femenino es un vivo misterio, capaz de formar a otro ser en su interior, lo cual expresa fuerza vital y potencia creadora sin igual. La mujer es fuente de vida humana y esa potencialidad impregna todo su ser tenga o no tenga hijos, y se manifiesta en diversas ocupaciones, obras y creaciones. Esas obras y acciones, por lo general, se dirigen a los otros y a las relaciones con ellos, que son valiosas para las mujeres. Las mujeres no solo creamos hijos, ayudamos a otros, los animamos, los sostenemos, los nutrimos y cuidamos. La mayor parte de nuestras creaciones pasa desapercibida, porque son invisibles, son intangibles. ¿Cómo se puede ver el producto de una cariñosa sonrisa, de un beso, de un cálido abrazo, de una palabra que te da aliento para seguir? ¿Cuánto vale en dinero todo eso? ¿Se pueden pagar esos productos? ¿Qué precio se le puede poner a dar vida día a día a otros? Gracias a las acciones de las mujeres de cuidado y de amor la especie humana ha podido sobrevivir a pesar de tantas guerras y de violencia sin sentido.

Las mujeres creamos mundos constantemente, y son mundos de relación con otros con los que convivimos. Solemos ser más compasivas, pacientes y sacrificadas que nuestros compañeros los hombres. Nos es más fácil ponernos en el lugar del otro para entenderlo mejor. Desde su amor, la mujer comprende mejor la vida y la valora más, comprende a otros en su humanidad, es más humana en relación con los otros. Cada mujer crea su mundo y es un mundo que solo ella puede crear, no es reproducible, es único y peculiar.

Las mujeres no solemos darle demasiada importancia a lo que hacemos, y entregamos nuestro tiempo a los otros con excesiva facilidad. Ese tiempo representa trocitos de vida, que dedicamos al cuidado de otros, a menudo, posponiendo nuestras propias necesidades y deseos, incluso, sacrificando nuestros planes de realización personal. Las mujeres estamos acostumbradas a hacerlo desde la noche de los tiempos. Es una sagrada entrega de energía vital que, sin embargo, no se valora ni por los otros, ni por nosotras mismas. Es importante que las mujeres valoremos nuestro tiempo y que reivindiquemos el derecho a un tiempo propio, tiempo en igualdad de condiciones para ambos sexos. Nuestro tiempo tiene mucho valor, es vida.

Las mujeres tejemos telares, seres, vidas, narraciones, realidades... Nos gusta el proceso de la creación instante a instante vivido. Nos abstraemos en el placer del sentir, del soñar, del recordar; disfrutamos con las pequeñas cosas, aunque haya excepciones, claro está. Solemos ser pacientes y perseverantes. Estamos habituadas a resistir y a sobreponernos a las dificultades y a los impedimentos que encontramos en nuestros caminos simplemente por ser mujeres en un orden social que nos sitúa en un segundo lugar, en una posición social subordinada. Esta injusta disposición de las cosas no la creamos nosotras, ni la queremos; nos la imponen desde fuera sin que apenas seamos conscientes de ello. Las mujeres aguantamos y seguimos adelante intentando mejorar la vida, la nuestra y la de otros. Somos capaces de soportar el dolor y el sufrimiento, tanto físico como emocional, para alcanzar el objetivo marcado. Somos fuertes y frágiles a la vez, incluso duras en nuestro afán de supervivencia en un medio que demasiado a menudo resulta hostil para las mujeres.

Las mujeres tenemos que reconocer nuestras propias experiencias y reclamar su legitimidad. Ya no nos contentamos con los discursos de otros sobre nosotras. Tenemos voz y queremos decir nuestras verdades. No nos vale ser un verso mudo que no acaba de encontrar su rima con los vocablos disponibles. Es bueno que comprendamos por qué y sobre todo para qué construimos nuestras experiencias como mujeres en un orden social dado, en el cual nos relacionamos con otros adecuándonos a unas normas internalizadas en nuestro proceso de socialización. Conviene no confundir lo innato con lo adquirido, aunque en el ser humano resulte difícil diferenciarlo, porque somos profundamente sociales, nos hacemos en continuada relación con otros.

Es hora de que las mujeres y los hombres reconozcamos los méritos femeninos y el inmenso valor que tienen nuestras experiencias del día a día. Cada instante vivido es un comienzo. Es una trepidante aventura de creación en la que podemos cambiar de actitud en cualquier momento y empezar a andar en la vida de una manera nueva. Cuidemos nuestras experiencias cotidianas para que se graben en nosotras con palabras buenas, bellas y verdaderas, pues lo que creamos nos crea a su vez. Las mujeres podemos cuestionar lo aprendido en el proceso de nuestra socialización, podemos reflexionar, eligir con propósito y decidir con lucidez, sabiendo cómo queremos vivir en relación. No nos equivoquemos de objetivo.

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La mujer que consiga estar a gusto en su piel creará un mundo mejor, porque expresará su amor a la vida y la alegría de sentirse ella misma en relación con otros. Esa mujer influirá en otros, pues todos lo hacemos. Podemos aprender unos de otros y cuidarnos mejor, y también cuidar el mundo en que vivimos, pues respiramos su aire, bebemos su agua, cultivamos su tierra... Todos, mujeres y hombres, formamos parte activa de ese mundo constantemente cambiante y todos podemos practicar la ética de cuidado para crear un mundo mejor en que vivir.

Anna Arnaiz Kompanietz es médica, sexóloga y escritora

 

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