Trump golpea en Twitter con un pelotazo de golf a Hillary Clinton

El presidente retuitea un videomontaje en el que tumba de un pelotazo en la espalda a su antigua rival demócrata

Trump, en el Trump International Golf Links.Vídeo: DAVID MOIR/ EPV

Donald Trump odia a Hillary Clinton. No es un secreto. Lo ha dicho y repetido mil veces. Para el presidente de EEUU, ella es la quintaesencia de los males de Washington: la burocracia, el egoísmo partidista, el abuso gubernamental… La quiere ver procesada, le llama Hillary la corrupta y cada vez que tiene ocasión la ataca a su modo. Salvaje y agrio. Así lo hizo este domingo por la mañana al retuitear un montaje en el que se ve a Trump golpeando una pelota de golf que acaba impact...

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Donald Trump odia a Hillary Clinton. No es un secreto. Lo ha dicho y repetido mil veces. Para el presidente de EEUU, ella es la quintaesencia de los males de Washington: la burocracia, el egoísmo partidista, el abuso gubernamental… La quiere ver procesada, le llama Hillary la corrupta y cada vez que tiene ocasión la ataca a su modo. Salvaje y agrio. Así lo hizo este domingo por la mañana al retuitear un montaje en el que se ve a Trump golpeando una pelota de golf que acaba impactando en la espalda de Clinton (supuestamente) y derribándola.

“El asombroso swing de Donald Trump”, reza el tuit lanzado el 14 de septiembre por Mike, un usuario que, con arroba, se autodenomina mentejodida (14.900 seguidores), y cuya línea del tiempo está repleta de gatitos, imágenes grotescas de Clinton y odio ultraderechista. Uno más de los miles de agitadores radicales de la red, pero que le cayó en gracia al mismo presidente de Estados Unidos, quien al retuitear su mensaje redobló su efímero estrellato (8.400 comentarios, 6.200 retuits y 15.000 me gusta, en la mañana del domingo).

No es la primera vez que Trump lleva sus impulsos tuiteros al paroxismo. Lo hizo antes, durante y después de la campaña electoral. Para desesperación de sus asesores, el presidente, con 38,5 millones de seguidores, considera que es un vínculo directo con sus votantes, una conexión que le permite bombearles sin intermediarios la nitroglicerina que necesitan. En julio pasado, por ejemplo, sembró la alarma al rebotar un vídeomontaje en el que se le veía a él mismo golpeando en un ring a un hombre que tenía por rostro el logo de la cadena CNN. Fue la sublimación de su guerra contra los medios críticos, aquellos que él denomina fake news y que prácticamente a diario reciben alguna andanada suya.

Darle una paliza a un periodista hostil, derribar de un pelotazo a su antigua rival demócrata, bramar por los cuatro costados cada vez que tiene ocasión. Donald Trump ha hecho de su presidencia un alarido continuo. Un espectáculo de ruido y furia que, más allá del histrionismo, mantiene activo su núcleo electoral. Ese sector radical y en permanente ebullición, con el que el mandatario ha establecido un nexo casi orgánico que alimenta con sus espasmos tuiteros y sus explosivos mítines. No son mensajes inocentes. Ni impulsos irrefrenables. Es estrategia política. La misma que le dio la Casa Blanca.

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