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Los sindicatos peronistas pierden fuerza en el pulso contra Mauricio Macri

La CGT marcha a la Plaza de Mayo y deja para finales de septiembre la discusión sobre una huelga general

Federico Rivas Molina
Marcha de la CGT frente al Cabildo, en la Plaza de Mayo de Buenos Aires.
Marcha de la CGT frente al Cabildo, en la Plaza de Mayo de Buenos Aires.Telam
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La marcha peronista sonó una vez más en la Plaza de Mayo. Sus acordes cerraron una manifestación organizada por la poderosa Confederación General del Trabajo (CGT), enredada en una guerra de baja intensidad con el Gobierno de Mauricio Macri. La CGT quiso dar una demostración de fuerza al Presidente, que viene de vencer al peronismo en las elecciones primarias (PASO) y se encamina a un triunfo en las legislativas de octubre. Los gremios se concentraron frente a la Casa Rosada, pero no pudieron ocultar las divisiones que enfrentan y la falta de acuerdo sobre la mejor estrategia para enfrentar al Gobierno. Los más duros quieren llamar cuanto antes a una huelga general como la convocada el 6 de abril pasado. El ala más dialoguista opina que es demasiado pronto. La protesta fue una demostración de ello: un solo orador, pese a que la CGT está liderada por un triunvirato, y un discurso que estuvo precedido de incidentes entre los camioneros, encargados de garantizar la seguridad. Para Macri, la manifestación fue “una pérdida de tiempo”.

El Presidente sabe del poder que tienen los sindicatos argentinos ante los gobiernos no peronistas. Los padeció Raúl Alfonsín (1983-1989), que enfrentó 13 huelgas generales cuando la democracia apenas despuntaba; Fernando de la Rúa (1999-2001), radical como Alfonsín, apenas logró la paz social en el inicio de su mandato. Macri, en tanto, gozó de unos primeros meses de tregua, sobre todo porque heredó del kirchnerismo un sindicalismo partido e incapaz de elaborar estrategias comunes. Esa tregua terminó en abril cuando, tras la unificación que supuso una dirigencia de tres, la CGT fue a la huelga. Desde entonces, la central apenas logró articular algún tipo de reclamo, en línea con las divisiones que también alcanzaron al peronismo. El éxito de Macri en las PASO celebradas el 13 de agosto descolocó aún más a una dirigencia, que perdió el pulso de la protesta en manos de los movimientos piqueteros. Fue en este escenario que los gremios convocaron a una gran manifestación, pero sin la unidad de otros tiempos.

El único orador del acto fue Juan Carlos Schmid, del sindicato de Dragado y Balizamiento. El dirigente representa en el triunvirato a Hugo Moyano, exlíder de los camioneros, uno de los sindicalistas más poderosos del país y hoy retirado para dedicarse a la gestión de equipos de fútbol. Los “moyanistas” lideran el sector más duro de la CGT y por eso tomaron la palabra en el palco, en nombre de todo el movimiento. Schmid habló durante 15 minutos y atacó con dureza a Macri, a quien acusó de promover la precarización laboral como moneda de cambio para atraer inversiones. “Nos acusan de que somos un freno para las inversiones y un atraso para nuestro país. Somos hijos del peronismo, una década dorada en nuestro país, en donde el pueblo vivió los años más felices. Rechazamos cualquier acusación que diga que nosotros atrasamos la modernización de este país", dijo Schmid.

Palco de la CGT frente a la Casa Rosada, en la Plaza de Mayo.
Palco de la CGT frente a la Casa Rosada, en la Plaza de Mayo.AFP

El dirigente anunció entonces que el 25 de septiembre la cúpula de la CGT volverá a reunirse para analizar la posibilidad de una huelga general. "No venimos a levantar la bandera de ninguna candidatura, ni venimos detrás de ninguna conspiración. Venimos con una demanda central: trabajo digno y salario justo", dijo. El Gobierno entiende que una huelga es innecesaria porque la economía ya ha dado los primeros “brotes verdes”, como le gusta decir al ministro de Economía, Nicolás Dujovne. El INDEC, la oficina oficial de estadísticas, midió este mes que la industria subió en junio 6,6% y la construcción un 17%, impulsada por la obra pública. La industria sigue muy golpeada por el derrumbe de 2016, pero lleva ya dos meses creciendo. Para los sindicatos, sin embargo, las mejoras no llegaron a los salarios de los trabajadores.

A diferencia de otras protestas sindicales, el Gobierno no intentó detenerla en los días previos. De hecho, el ministro de Trabajo, Jorge Triaca, alguna vez al frente de las negociaciones con la CGT, decidió ver la marcha por televisión, mientras estaba reunido con los gremialistas de las 62 Organizaciones, alineadas con el macrismo. El presidente Macri habló más tarde>, cuando anunciaba un plan de empleo joven. La marcha “fue una pérdida de tiempo y no lleva a ningún lugar (…) Hay que dialogar y con los sindicatos lo hemos hecho", dijo. En septiembre la CGT decidirá si profundiza o no su pulseada contra el Gobierno.

Macri se siente fuerte. En las PASO sacó un resultado mejor del que esperaba y sabe, además, que la CGT no tiene la mejor imagen en la opinión pública. Por eso respondió a la marcha sindical enseguida, con la remoción de dos representantes de los gremios en el Ejecutivo. El primero en salir fue el superintendente de Servicios de Salud, Luis Alberto Scervini, el hombre encargado de administrar todo el dinero que financia las obras sociales sindicales, un sistema que recibe aportes del salario de todos los empleados en blanco. El segundo sindicalista que perdió su plaza en el Gobierno fue el viceministro de Trabajo, Ezequiel Sabor. Ambos funcionarios llegaron al Gobierno como muestra de buena voluntad a la CGT. El amor terminó.

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Sobre la firma

Federico Rivas Molina
Es corresponsal de EL PAÍS en Argentina desde 2016. Fue editor de la edición América. Es licenciado en Ciencias de la Comunicación por la Universidad de Buenos Aires y máster en Periodismo por la Universidad Autónoma de Barcelona.

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