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Pesadilla en el parque de fuegos artificiales de Tultepec

EL PAÍS reconstruye el suceso con testimonios de los supervivientes

Varios hombres cargan a una víctima de la explosión en Tultepec.Vídeo: ISRAEL GUTIERREZ / Efe
David Marcial Pérez
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Alejandra Velázquez mira desde la valla cómo los perros de la policía militar olisquean los escombros. “Mi sobrina aún sigue ahí”. Un día después de la monumental explosión en el parque pirotécnico de Tultepec, los animales han podido comenzar la tarea de rastreo sin quemarse las patas. Arrasado y negro, el recinto se parece al escenario de una de las películas de Mad Max. El estallido –unas 300 toneladas de pólvora- ha dejado por ahora 33 muertos, 58 heridos y 12 personas sin localizar. La investigación está abierta y aún no hay ninguna posición oficial sobre cuál fue la causa. EL PAÍS reconstruye el suceso con testimonios de los supervivientes.

A las ocho de la mañana, Ernesto Rivero entró a trabajar en el puesto 106 del tianguis. Desayunó unos chilaquiles en salsa roja, subió la persiana y barrio la tienda. “El día empezó bien. En Navidad es cuando más gente le cae al parque”. Recuerda que vendió muchos cometas, unas espirales con una mecha de colores que se disparan al aire soltando luces de colores. Antes de comer, fue a por más material a un almacén cerca del aparcamiento. “Estaba cargando el diablito cuando se escucharon tronar los primeros petardos en una de las casetas”. La 120 o la 121. Alejandra Velázquez coincide en que todo empezó en ese pasillo cerca del estacionamiento. “Estábamos decidiendo qué comprar. Entonces sonó bien fuerte y salimos corriendo. Cayó un muro delante de nosotras y ahí perdí a mi sobrina”.

La hipótesis, el rumor que circula de boca en boca entre los vendedores y los vecinos de Tultepec, es una caja de brujitas o pops. “Unas bolitas de aluminio que las tiras al suelo y truenan”, explica Rivero. La caja repleta de brujitas se habría caído sin querer y así habría empezado la explosión, como un efecto dominó. De brujitas a cohetes, de cañones a palomas, de varitas a chifladores. La investigación oficial se mantiene en silencio. “Los peritos están buscando el origen y en eso se pueden tardar un poquito”, dice uno de los funcionarios de prensa de la PGJ a las puertas del parque.

Ángel Sánchez ya iba a almorzar cuando poco antes de la tres de la tarde escuchó las primeras detonaciones. “Al principio creí que era el montacargas. Pero siguió tronando”. Todos en la fábrica de Volvo donde trabaja salieron a la calle a mirar. “Haz de cuenta que fue como si aventarán una bomba ahí adentro”. La fabrica está a cuatro kilómetros del parque pirotécnico y Sánchez habla de un “hongo de humo que subía cada vez más alto”.

Las imágenes que han circulado por las redes recuerdan más a un escena de guerra que a un parque de fuegos navideños. Sánchez Intentó llamar a su esposa, que regenta una tienda de abarrotes pegada al tianguis. No había red. En moto, llegó hasta la tienda. Por el camino vio coches en llamas y mucha gente corriendo. “De tanto shock, la personas se aventaban contra la valla para intentar salir. Yo conseguí saltar”, recuerda Rivero. Sus cinco compañeros de la caseta 106 están bien. A él sólo lo queda un rasguño en la mejilla. Cuando Sánchez llegó a la tienda, las paredes aún temblaban. “Los tabiques volaban hacia fuera de la feria. Todo el concreto salió volando y la onda expansiva quebró los cristales”.

No ha sido el primer suceso en Tultepec. Hace siete años el recinto también ardió. La diferencia es que entonces los puestos eran de lona. Construyeron los nuevos de cemento y metal. “Es uno de los tianguis pirotécnicos más seguros de México”, decían hace apenas dos semanas las autoridades locales. Con el calor, los nuevos materiales se convirtieron en una bomba de racimo.

Alexander Ramos estaba sirviendo dos cervezas en la terraza del Coco Loco, en frente del parque. Recuerda cómo cimbraba el techo de lámina y los cascotes volantes rompieron los cristales. “A la que tronó, tronó”. En el restaurante, cerraron las tomas de gas. Los bomberos tardaron casi una hora de apagar o, más bien, dejar que se agotara la pólvora.

A las cinco de la tarde, Fernanda Garcia, 18 años, llegó al parque con su madre para ayudar con comida y agua para la policía y los militares. En uno de los baños encontró las medias de una mujer agujereadas y llenas de sangre.

-¿Con que más cosas te encontraste?

- Vi un dedo tirado en el piso y al lado, un niño llorando.

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Sobre la firma

David Marcial Pérez
Reportero en la oficina de Ciudad de México. Está especializado en temas políticos, económicos y culturales. Ha desarrollado la mayor parte de su carrera en El País. Antes trabajó en Cinco Días y Cadena Ser. Es licenciado en Derecho por la Universidad Complutense de Madrid y máster en periodismo de El País y en Literatura Comparada por la UNED.

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