Análisis

Foco sobre Hillary Clinton

Solo una derrota clara de Trump acabaría con la polarización que paraliza a EE UU

La candidata demócrata a la Casa Blanca, Hillary Clinton.BRENDAN SMIALOWSKI (AFP)

Estados Unidos vive una situación de emergencia que solo puede ser resuelta, el martes 8 de noviembre, con la clara derrota en las urnas de Donald Trump, que mande de vuelta a sus negocios inmobiliarios a un personaje incompetente para asumir la presidencia, movido por impulsos peligrosos que ponen en peligro a la democracia americana. Quizás EE UU no necesite ahora un gran líder, sino baste con alguien que no sea un botarate, que admira a Putin al que ha introducido de matute en la campaña...

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Estados Unidos vive una situación de emergencia que solo puede ser resuelta, el martes 8 de noviembre, con la clara derrota en las urnas de Donald Trump, que mande de vuelta a sus negocios inmobiliarios a un personaje incompetente para asumir la presidencia, movido por impulsos peligrosos que ponen en peligro a la democracia americana. Quizás EE UU no necesite ahora un gran líder, sino baste con alguien que no sea un botarate, que admira a Putin al que ha introducido de matute en la campaña presidencial. Hillary Clinton está preparada y sabe de lo que habla.

Nunca prometería nombrar un fiscal especial para meter en la cárcel a su adversario, como ha hecho en directo en televisión el charlatán de Nueva York, recordando a los peores dictadores africanos, en el momento más miserable de la campaña presidencial. En los mítines del candidato republicano, sus airados seguidores, el destilado de la clase blanca atemorizada, que se ve diluida en un país cada vez más mestizo, gritan: ¡Encarcélala! Y responden al eslogan negro: Black lives matter con el White lives matter.

Hillary Clinton es el único bote salvavidas disponible en la tormenta perfecta de emociones desatada por el tsunami del populismo. Es un bote frágil, no despierta excesiva confianza pero no hay otro. Conocemos ya de sobra a Trump: ha dinamitado al Partido Republicano. Se lo tiene merecido por su política sectaria de destrucción de Obama mantenida durante ocho años, al que no ha dado cuartel negándole incluso su condición de estadounidense. Nunca ha tragado a un negro en la Casa Blanca, y su cobardía ya no puede ser compensada con los signos emitidos a última hora de abandono del charlatán sin pelos en la lengua.

Conviene poner ahora el foco en Hillary. No logró noquear a Donald en el segundo debate, a pesar de la aparición del vídeo con los miserables comentarios de Trump jactándose del asalto sexual a las mujeres. Hillary no es una buena candidata: está demasiado vista. La idea de la dinastía en la Casa Blanca, ella en el ala Oeste, y Bill, primer caballero, en el ala Este, es perturbadora. La sociedad limitada montada por Bill y Hillary, que les ha hecho ricos gracias a la política, es una fuente peligrosa de conflicto de intereses.

Tiene dificultades para empatizar con los votantes, que desconfían de su honestidad. Su gran experiencia: ex secretaria de Estado, ocho años en el Senado, se le vuelve en contra como un boomerang , cuando gran parte del electorado abomina de los políticos. Hillary encarna el viejo establishment de Washington, más de lo mismo. No proyecta un relato inspirador de cambio. Defiende a las clases medias pero es percibida como demasiado próxima a Wall Street. Su tirón entre el electorado joven es mínimo.

Su probable presidencia será lo contrario al sueño excesivo, defraudado, que despertó Obama en 2008. Una victoria contundente de Hillary, que permita también a los demócratas recuperar el control del Congreso, es la única posibilidad para deshacer la polarización que paraliza a Estados Unidos y enterrar políticamente a Trump, apagando el incendio populista. Si esto no es posible, lo lamentaremos.

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