La victoria de un pueblo indignado

Pérez Molina escucha impertérrito las grabaciones presentadas por el fiscal en su contra

Otto Pérez en la Suprema Corte de Justicia de GuatemalaREUTERS

El general entró en la sala del tribunal como un soldado. Se sentó en el banquillo de los acusados y esperó el ataque. Con el rostro seco de quien ha visto correr mucha sangre, Otto Pérez Molina escuchaba las grabaciones presentadas por el fiscal en su contra. Conversaciones sonrojantes y secretas que, poco a poco, iban destapando el fraude aduanero que supuestamente encabezó con la vicepresidenta y antigua aspirante a Miss Guatemala, Roxana Baldetti. Una estructura paralela, denominada La Línea, que con apoyo de medio centenar de implic...

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El general entró en la sala del tribunal como un soldado. Se sentó en el banquillo de los acusados y esperó el ataque. Con el rostro seco de quien ha visto correr mucha sangre, Otto Pérez Molina escuchaba las grabaciones presentadas por el fiscal en su contra. Conversaciones sonrojantes y secretas que, poco a poco, iban destapando el fraude aduanero que supuestamente encabezó con la vicepresidenta y antigua aspirante a Miss Guatemala, Roxana Baldetti. Una estructura paralela, denominada La Línea, que con apoyo de medio centenar de implicados, permitió durante años la importación de bienes sin pagar las tasas aduaneras. A cambio, la organización criminal cobraba gigantescos sobornos.

La imagen tenía la fuerza de las jornadas históricas. Toda Guatemala podía ver a través de la televisión al general victorioso, al presidente empecinado comparecer como un ciudadano más ante la justicia. El hombre que solo doce horas era jefe de Estado, veía ahora su destino en manos del implacable juez Miguel Ángel Gálvez, el mismo que días antes había ordenado el encarcelamiento de la vicepresidenta.

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No flojeó Pérez Molina. Como una fiera a punto de saltar, mantuvo el aplomo. Pero la batalla ya estaba perdida. En la calle, miles de personas festejaban su comparecencia judicial. El país disfrutaba de la victoria. Que fuese encarcelado o no, ya era secundario. La ola de indignación desatada en abril contra la corrupción había logrado su objetivo. Sábado tras sábado, decenas de miles de ciudadanos, armados solo con su furia y la dinamita de las redes sociales, habían forzado el desafuero del presidente. Derribado el muro más alto, caído el presidente, el final de la historia no importaba demasiado. Guatemala, una nación carcomida por la violencia y la pobreza, había dado una lección al mundo.

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