Columna

Putin apaga el transpondedor

Las aún tímidas sanciones de Estados Unidos y Europa rebotan en la coraza del frío exmiembro del KGB

Como en el misterio de la desaparición del vuelo MH370 no sabemos qué piensa Putin, si va a aflojar o continuar su escalada geopolítica. El presidente ruso ha apagado, como el Boeing 777 sepultado presuntamente en el océano Índico, el transpondedor. Los mensajes alarmados y las aún tímidas sanciones de Estados Unidos y Europa r...

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Como en el misterio de la desaparición del vuelo MH370 no sabemos qué piensa Putin, si va a aflojar o continuar su escalada geopolítica. El presidente ruso ha apagado, como el Boeing 777 sepultado presuntamente en el océano Índico, el transpondedor. Los mensajes alarmados y las aún tímidas sanciones de Estados Unidos y Europa rebotan en la coraza del frío exmiembro del KGB, que ya ha advertido que cuando un muelle es aplastado al máximo se dispara con fuerza hacia delante. Una de las claves de la crisis de Ucrania radica en las diferentes longitudes de onda en las que emiten, por una parte, el Kremlin, y por otra Washington y Bruselas. Resultado: un inquietante silencio en la radio. Urge restablecer el contacto.

Obama, el primer presidente del Pacífico, reconvertido súbitamente en europeo, garantiza el compromiso americano con Europa y ofrece, como arma diplomática para taponar la brecha abierta por la anexión de Crimea, el tratado de libre comercio transatlántico y el gas de esquisto que comienza a sobrarle. Necesita restaurar su amenazada credibilidad como líder de Occidente, principal daño colateral de la realpolitik del camarada Putin. Primero se detuvo en Ámsterdam ante la genial obra de Rembrandt, La ronda de noche, que retrata una dubitativa compañía de arcabuceros de la milicia civil que recibe órdenes de su capitán, reflejo de la Europa indecisa y dividida ante Rusia. La suma de EE UU y la UE no ha impedido que las fronteras de Europa sean redibujadas por la fuerza en el siglo XXI.

La conciencia de cerco occidental está muy viva en Rusia sobre todo desde el ingreso de Polonia y los países bálticos en la OTAN. Lo mismo que la sensación de frustración y humillación sufrida desde la implosión de la URSS, y la amenaza existencial que percibe en Ucrania. Ahora escuchamos con mayor claridad, como recientemente los cosmólogos, las vibraciones inmediatamente anteriores al Big Bang, los ecos de la mal cerrada disolución de la URSS. A la vista del nuevo desorden mundial resultante se entiende mejor la afirmación del presidente ruso de que la caída de la Unión Soviética constituye la mayor catástrofe geopolítica del siglo XX. Como si contra la URSS viviéramos mejor. La respuesta más errónea y un regalo para Putin sería asumir la vuelta al mundo perversamente confortable de la guerra fría. La UE desbordó el vaso con su torpe error de cálculo: presentar a Ucrania una opción binaria, o con la UE o con Rusia.

Regresan la geografía y la historia. La idea de la extensión del imperio ruso y la protección de sus nacionales en su periferia es muy antigua.

En 1830 la Rusia zarista había aplastado una rebelión en la actual Polonia. El gran poeta ruso Alexander Puskhin respondió a las críticas en el poema A los calumniadores de Rusia. “¿Por qué deliráis y os asombráis? / ¿Por qué amenazáis a Rusia con el anatema? / Dejadlo, es una batalla entre eslavos / una bronca antigua y doméstica / una cuestión que no decidiréis vosotros”.

fgbasterra@gmail.com

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