Análisis

El otro consenso

El acuerdo PP-PSOE sobre cuestiones europeas se juega en dos tableros y en uno están los intereses nacionales, donde ambos partidos deben estar juntos,

 El acuerdo PP-PSOE sobre cuestiones europeas, ampliado posteriormente a otros grupos, refleja la esquizofrenia en la que viven las fuerzas políticas nacionales de los estados miembros de la UE, obligadas a jugar simultáneamente en dos tableros distintos.

En el primer tablero se defienden los intereses nacionales. Aquí toca que Gobierno y oposición estén juntos. ¿Quién se puede oponer a que el crédito fluya hacia España, se ponga fin a la fragmentación del mercado financiero o se inviertan fondos europeos en fomentar el empleo juvenil? España necesita que se rompa el círculo vicioso ent...

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 El acuerdo PP-PSOE sobre cuestiones europeas, ampliado posteriormente a otros grupos, refleja la esquizofrenia en la que viven las fuerzas políticas nacionales de los estados miembros de la UE, obligadas a jugar simultáneamente en dos tableros distintos.

En el primer tablero se defienden los intereses nacionales. Aquí toca que Gobierno y oposición estén juntos. ¿Quién se puede oponer a que el crédito fluya hacia España, se ponga fin a la fragmentación del mercado financiero o se inviertan fondos europeos en fomentar el empleo juvenil? España necesita que se rompa el círculo vicioso entre deuda privada y pública y que la economía europea se reactive para así poder capitalizar la competitividad ganada a base de unas muy dolorosas reformas estructurales. Aquí la ideología no juega.

El problema de este juego es que la dinámica política interna importa muy poco. Aunque el Consejo Europeo parezca una presidencia colegiada donde la unanimidad iguala a los Estados, en el fondo es la institución que más descarnadamente refleja las asimetrías de poder entre unos estados miembros con pesos económicos y demográficos muy diversos: unos pocos mandan y los otros, digámoslo educadamente, se adaptan. Llegar unidos al Consejo Europeo es una señal política a tener en cuenta, pero para un gobierno como el de Rajoy, que ya tiene una mayoría absoluta, el acuerdo interno no añade mucho en cuanto a poder negociador. Al contrario, como mostró Mario Monti en varias ocasiones, la debilidad en casa, si se explota convenientemente, puede constituir una baza negociadora en Bruselas.

España necesita que se rompa el círculo vicioso entre deuda privada y pública y que la economía europea se reactive para así poder capitalizar la competitividad ganada a base de unas muy dolorosas reformas estructurales

Todo esto apunta a que el acuerdo PP-PSOE es oportunista, está destinado al consumo interno y precisamente se hace sobre un tema, el europeo, de bajo coste político para ambas fuerzas. No puede ser coincidencia que dicho acuerdo haya surgido en un momento de debilidad para los dos partidos, cuando las encuestan muestran a un PP que ha consumido su mayoría absoluta en un tiempo récord y a un PSOE en el que muchos votantes no confían porque ven en él el mismo partido al que ya echaron del gobierno en 2011. ¿Podemos imaginar la posibilidad de que ambos partidos, a la manera de los democristianos de Merkel y los socialdemócratas del SPD, elaboraran un programa de gobierno para gobernar juntos la salida de la crisis? Entonces hablemos de acuerdo en lugar de consenso.

Un consenso sobre temas europeos que el PP y el PSOE, junto con los demás partidos, sí que podrían alcanzar, es aquel que tiene que ver con la recuperación de la soberanía democrática frente a los excesos que venimos viendo en estos últimos años por parte de algunas instituciones europeas, desde la Comisión, al Eurogrupo o al BCE, cuyas recomendaciones se desparraman sin ningún orden ni concierto por los ámbitos más sensibles de la vida económica y social, como los mercados laborales o las pensiones, fomentando la desafección ciudadana con la Unión Europea y haciendo aparecer a Gobierno y Parlamento como entes de segundo orden. Si la Comisión Europea fuera un órgano elegido democráticamente, no habría mucho que decir, pero mientras carezcamos de ese gobierno europeo elegido democráticamente, esa tan constante como torpe intervención en asuntos cruciales exige un reequilibrio que evite este vaciamiento de la democracia al que estamos asistiendo.

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Aquí entra el segundo tablero, el ideológico, pero ni la izquierda ni la derecha europea parecen estar por profundizar en este ámbito. Los partidos políticos nacionales deberían saltar por encima de las fronteras e intentan agrupar intereses económicos y clases sociales en torno a identidades políticas e ideologías. Pero no lo hacen. Resulta revelador que mientras Rubalcaba pactaba con Rajoy, los socialistas europeos, reunidos en Sofía, proclamaban como candidato a presidente de la Comisión al socialista alemán Martin Schulz, en la actualidad presidente del Parlamento Europeo. Un primer fracaso de esa candidatura es evidente ya en el hecho de que la noticia haya pasado desapercibida. Y si lo ha hecho no es culpa de los medios, sino de los partidos, entre ellos el PSOE, que no ha sido capaz de contar a sus votantes cómo y por qué ha decidido que este hombre sea su candidato a Presidente. Pueden leer el programa electoral de los socialistas europeos, y seguramente se frotarán los ojos para encontrar una sola línea dedicada a aquello que los socialistas españoles acaban de pactar con Rajoy, como la unión bancaria, los estímulos a la economía o la mutualización de la deuda. Imaginen ahora que después de las elecciones alemanes de septiembre, los socialistas alemanes entran en el gobierno con Merkel y, a la vez, los socialistas españoles piden el voto para un socialista alemán (Schulz) en las europeas. ¿Qué pesará más? Ese sí que será un consenso difícil de explicar.

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