Análisis

De la crisis a la gangrena

Hay acuerdo en el desacuerdo: la noción de consenso es ajena a la cultura política griega

El futuro inmediato de Grecia es hoy una cuerda muy tensa de la que tiran por un lado la exasperación de Bruselas y Berlín y, por otro, la incapacidad manifiesta del Gobierno para amañar algo parecido a un acuerdo que satisfaga a la troika y aborte, aun temporalmente, la insolvencia. Desde 2010, fecha del primer rescate, Grecia no ha hecho otra cosa que ganar tiempo, parcheando exigencias y posponiendo compromisos, pero el de ahora es perentorio: o el Ejecutivo recorta en 11.500 millones de euros el gasto público para los dos próximos años, o Grecia saldrá de la eurozona.

En un rasgo de...

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El futuro inmediato de Grecia es hoy una cuerda muy tensa de la que tiran por un lado la exasperación de Bruselas y Berlín y, por otro, la incapacidad manifiesta del Gobierno para amañar algo parecido a un acuerdo que satisfaga a la troika y aborte, aun temporalmente, la insolvencia. Desde 2010, fecha del primer rescate, Grecia no ha hecho otra cosa que ganar tiempo, parcheando exigencias y posponiendo compromisos, pero el de ahora es perentorio: o el Ejecutivo recorta en 11.500 millones de euros el gasto público para los dos próximos años, o Grecia saldrá de la eurozona.

En un rasgo de desesperación que se compadece muy poco con la presunta estabilidad del mismo, los tres partidos que respaldan el Ejecutivo han alcanzado esta semana un acuerdo sin contenido: coinciden en que hay que recortar, pero disienten en la concreción de los recortes. Las diferencias alumbran un porvenir apocalíptico a juzgar por los titulares de la prensa griega: valga como ejemplo “Disienten, pero se han puesto de acuerdo para no ir a elecciones [anticipadas]” (Iefimerida, 2 de agosto). El socialista Pasok está en pie de guerra contra los nuevos planes (en su sede ha habido portazos y sonoras broncas estos días; el aparato contra el líder, Evánguelos Venizelos); el moderado Izquierda Democrática es una comparsa necesaria que no quiere más sacrificios sociales, y Andonis Samarás, primer ministro conservador, se convierte cada día más en un hombre menguante.

Si la noción de consenso es intrínsecamente ajena a la cultura política griega, la imagen que devuelve el espejo de la crisis no deja lugar a dudas: en lo que queda de año se prevé el cierre del 53% de las pymes (o lo que es lo mismo, la quiebra de unos 190.000 negocios y la desaparición de 260.000 puestos de trabajo), según estimaciones de la patronal. Pero desgraciadamente ni siquiera eso resulta ya llamativo; tampoco las decenas de iniciativas individuales que dan de comer al hambriento.

El punto de inflexión que revela el grado de descomposición, de declive moral que, por culpa de la crisis y un sistema inoperante, está alcanzando el país se ha producido esta semana. En la misma plaza Syntagma, epicentro del orden institucional, los neonazis de Aurora Dorada organizaron el miércoles un masivo reparto de comida solo para griegos. La beneficencia no tendría por qué resultar extraña —los ultras llevan meses haciéndolo por doquier— si los ciudadanos que guardaron fila para llevarse unos paquetes de pasta o arroz no hubieran tenido que proporcionar datos de filiación personales, incluido el tipo de grupo sanguíneo. Con 18 diputados en el Parlamento, la gangrena avanza desde la calle hasta el establishment, y viceversa. Pero nadie se decide a empuñar el bisturí para salvar lo poco que aún no se ha necrosado.

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