Renata Salecl, socióloga: “En la empresa se valora la ausencia de piedad. Los psicópatas ascienden con facilidad”
La pensadora eslovena analiza los estragos del neoliberalismo en nuestro interior. Dice que percibimos al resto como obstáculos, incluso a los más desfavorecidos
Renata Salecl (Slovenj Gradec, Eslovenia, 1962) creció viendo los soporíferos noticieros que emitían por televisión durante el comunismo de Tito, en la extinta Yugoslavia. Tras el cambio de régimen, y durante más de tres décadas, la socióloga y filósofa eslovena ha conocido bien la vertiente más salvaje del capitalismo y ha acabado hastiada del sensacionalismo que puebla sus telediarios. Aficionada desde su juventud al psicoanálisis y al pensamiento de Lacan —al igual que ...
Renata Salecl (Slovenj Gradec, Eslovenia, 1962) creció viendo los soporíferos noticieros que emitían por televisión durante el comunismo de Tito, en la extinta Yugoslavia. Tras el cambio de régimen, y durante más de tres décadas, la socióloga y filósofa eslovena ha conocido bien la vertiente más salvaje del capitalismo y ha acabado hastiada del sensacionalismo que puebla sus telediarios. Aficionada desde su juventud al psicoanálisis y al pensamiento de Lacan —al igual que Slavoj ŽiŽek, con quien estuvo casada y comparte un hijo—, Salecl lleva veinte años preguntándose qué ha pasado entre los bostezos y la excitación que provocan hoy los informativos y analiza qué es lo que el neoliberalismo nos está haciendo por dentro. Angustia, La tiranía de la elección (ambas de ediciones Godot) y Pasión por la ignorancia (de Paidós) son algunos de sus libros. En el último, Maleducados (publicado hace un mes también por Godot), aborda cómo han caído en todos los frentes las caretas de la cortesía: en la política —los insultos se han colado en los Parlamentos—, la televisión —la crueldad reina en los reality shows— y entre nosotros. En el metro, señala, apenas se cede el sitio a las personas mayores o a las embarazadas.
Siendo muy joven, la ensayista consiguió plaza de investigadora en el Instituto de Criminología de la Facultad de Derecho de la Universidad de Liubliana y ha dado clases en la London School of Economics o en la Facultad de Derecho Benjamin N. Cardozo, de Manhattan. Hoy enseña en el Birkbeck College, de la Universidad de Londres, y colabora con la Universidad de Hiroshima junto a la artista danesa-escocesa Shona Illingworth en un proyecto que insta a renovar las leyes internacionales que regulan los ataques que recibimos desde el aire por drones, satélites, misiles o los efectos de la emergencia climática. “Estas leyes están más que desfasadas”, señala Salecl, que este mes de octubre acudió a Madrid para hablar, en el ciclo de Pensamiento y Literatura de Contemporánea Condeduque, de la descortesía del fin del mundo. La cita fue al día siguiente en su hotel.
Pregunta. Lacan es una gran influencia para usted. ¿Por qué?
Respuesta. Siendo joven, mientras estudiaba el pensamiento de Michel Foucault y estando en plena etapa socialista, empecé a echar de menos la dimensión psicoanalítica para explicar el porqué tras las distintas ideologías. Lacan desarrolló el pensamiento de Freud sobre nuestra inconsciencia y le añadió la dimensión social, por eso es tan relevante. Me interesaba mucho el clima social, los mecanismos inconscientes que operan en el lado emocional de la política.
P. Cuando vemos las noticias es imposible ignorar lo que describe en Maleducados. Vivimos en tiempos de una grosería ilimitada. La violencia ha dejado de enmascararse. ¿Cómo hemos llegado hasta aquí?
R. Ha sido un proceso de degradación lento, se ha colado en los estándares de la comunicación y ha sido promovido por el neoliberalismo. Tenemos eslóganes en los que el ganador se lo lleva todo y reina un individualismo descortés. Programas como MasterChef me enferman. Para destacar tienes que ser provocador, agresivo, grosero. En la empresa se valora la ausencia de piedad. Serpientes con traje de chaqueta. Los psicópatas ascienden con facilidad.
P. Muchas personas han sido educadas en el amor y el respeto y están educando a sus hijos en estos mismos valores. Amor y respeto en casa, descortesía fuera.
R. Lo vemos en la calle, ni nos fijamos en los demás. Estamos pegados al móvil. Muchos no interiorizan las normas de educación, no ceden el paso y no se dan cuenta de que no lo hacen. Fíjese en las personas que entregan comida a domicilio. Son recibidas sin educación, no nos planteamos que es un trabajo que necesitan. Estamos percibiendo a los demás como obstáculos. Ha habido un cambio sobre el terreno.
P. Muchas personas se identifican con esta falta de modales. ¿Por qué?
R. Es parte de esta mala educación. Ha dado paso a un espacio de identificación, abriendo la puerta a impulsos agresivos que habíamos reprendido. Ideaciones de agresiones con las que fantaseamos. Es el poder de los populistas, que parecen decir lo que los demás no decimos, desatan nuestras pulsiones. La ignorancia de la que hacen gala, por ejemplo, cuando manifiestan que es un orgullo no leer. Así consiguen que muchos no se sientan mal por no abrir un libro. La identificación en la ignorancia aporta autosatisfacción. Pasa lo mismo con el lenguaje obsceno, abren también esa identificación.
P. ¿Cómo podemos gestionar el sufrimiento ante este cambio de paradigma?
R. Hay que encontrar formas de desconectar. Entiendo a quien necesita hacer retiros, que abandona las redes sociales para conservar la cordura. Estamos rodeados de información que no es más que mierda, como en el vídeo de Trump bañándolo todo de caca. Pero también va a ser más y más importante estar bien informado. Puede haber una vuelta al periodismo de investigación.
P. En España esta falta de educación ha permeado la comunicación política, a la que recientemente se ha unido, aunque con cierta distancia, la izquierda.
R. Lo que describes es un triste desarrollo. El lenguaje de la extrema derecha era tan provocador que la gente reaccionaba ante ellos. Puede que sus votantes pensaran como los de Milei, algo bueno vendrá del caos, habrá una renovación, todo cambiará. Es la pulsión de muerte de Freud. Hay una fantasía de una sociedad que empieza de nuevo. Y eso da mucho poder a las fuerzas destructivas. Trump está incluso destrozando físicamente la Casa Blanca, el símbolo del poder. ¿Por qué no lo para nadie? Ahora es su casa. Puede hacerlo.
P. ¿Qué análisis hace de esta izquierda que se une a esta forma de comunicar?
R. Supongo que necesitan atención, ayuda de los algoritmos, que aportan más atención a los mensajes disruptivos. Refleja que la agresión ha permeado la sociedad. El idioma que usamos es lo que le da forma a la cultura que construimos. Pero somos responsables cuando usamos este lenguaje. [La filósofa] Judith Butler decía que cuando juzgamos a las personas que incorporan el discurso racista que ya existía de antes, nos equivocamos, pues esta persona está repitiendo algo que no ha inventado. Yo sostengo lo contrario: estamos repitiendo y somos responsables por encontrar un disfrute en ello. No es necesario repetir esta forma de expresarse.
P. En Maleducados cita el “pesimismo de la inteligencia y el optimismo de la voluntad” del que habló el teórico marxista Gramsci.
R. ¿Por qué nos cuesta encontrar la voluntad para hacer cosas? Falta movilización para un hipotético cambio social. Hay pocos pensadores sociales, no hay una movilización alrededor de ideas que propongan una mirada optimista de cambio. Mira a Zohran Mamdani [el alcalde demócrata de Nueva York]. Utiliza un lenguaje populista. Es como si hubiera una fuga en el pozo de las ideas. Nadie está pensando cuál debería ser el cambio. Solo se piensa en durar 4 años.
P. Usted nació y conoció bien la sociedad comunista y hoy conoce bien el individualismo neoliberal. Cuando imagina un sistema político, ¿qué ve usted?
R. Durante el colapso del socialismo se copiaron cosas de los regímenes capitalistas, no hubo una reflexión sobre si había una tercera opción. Ahora revisito algunas de aquellas ideas. Me interesan las cooperativas autogestionadas. La educación y la sanidad públicas. Y añadiría baja por nacimiento de descendiente compartida entre hombres y mujeres y una organización comunitaria del cuidado de los menores. Y acabaría con todo este consumo agresivo tan dañino.
P. Hace 35 años usted se presentó a las elecciones en Eslovenia en oposición a la estela comunista. ¿Por qué partido vota hoy?
R. Por Levica, un partido pequeño que defiende ideas sociales en las que creo: educación y sanidad públicas. Es proaborto, un derecho que está recogido en la Constitución eslovena. No queremos perderlo.