DANA: depresión aislada en niveles altos

Es imposible no entender de una vez que la vida de uno es la vida de todos

Vecinos de Paiporta (Valencia), ante los destrozos de la gota fría del pasado jueves.David Ramos (Getty Images)

Depresión. Me refiero a ese malestar íntimo y cotidiano, a la consciencia de que habitamos un mundo que produce dolor de forma sistemática mientras nos esforzamos en divertirnos o en poner foco en alguna tarea productiva. Aislada. No somos pocos los que nos sentimos desolados ante la idea de morir en un mundo que agoniza entre guerras y genocidio pero sí nos sentimos profundamente solos e impotentes. En niveles altos. Sucede que la depresión se ha convertido en el estado del alma de las llamadas sociedades del bienestar. En las esquinas del mundo donde miramos vemos desastres naturales, campos...

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Depresión. Me refiero a ese malestar íntimo y cotidiano, a la consciencia de que habitamos un mundo que produce dolor de forma sistemática mientras nos esforzamos en divertirnos o en poner foco en alguna tarea productiva. Aislada. No somos pocos los que nos sentimos desolados ante la idea de morir en un mundo que agoniza entre guerras y genocidio pero sí nos sentimos profundamente solos e impotentes. En niveles altos. Sucede que la depresión se ha convertido en el estado del alma de las llamadas sociedades del bienestar. En las esquinas del mundo donde miramos vemos desastres naturales, campos de concentración para personas migrantes y hasta las bombas sobre hospitales infantiles con horror, pero también con distancia, incluso con el alivio de sabernos lejos del espanto. Pero la DANA está aquí y las vidas arrancadas están demasiado cerca. Es imposible no entender de una vez que la vida de uno es la vida de todos.

Es imposible no sentir, viendo las imágenes de estos días y de todos los días, que somos parte de una cultura fracasada y profundamente equivocada. Hasta que no se nos meta en la cabeza, no con el horror de la tragedia presente pegada al cuerpo sino en todo momento, que la vida de uno es la vida de todos, no hay nada que hacer. Esta catástrofe no es excepcional sino absolutamente cotidiana: en los cayucos, en Ucrania, en Gaza… Todo forma parte de la misma DANA. Sin embargo, eso que llamamos solidaridad solo parece urgente cuando tenemos el agua al cuello y el cuerpo congelado. Como si viviéramos en un tipo de sociedad que no es capaz de entender que cada uno de nosotros es todos. Que en democracia todo el mundo tiene derecho a vivir su vida, y que la vida no es tal cosa sin soportes comunitarios, sin servicios de emergencia, sin espacio público, sin aire limpio, sin una sociedad decidida a protegernos a todos. En vez de eso, tenemos a Trump diciendo que las personas migrantes se comen a las mascotas en EE UU y a Núñez Feijóo viajando a Valencia para hacer uso político de la desgracia en defensa de sus propios intereses. Esa forma tan extendida y “democrática” de hacer política sobre el dolor ajeno y en beneficio del propio interés también es DANA.

Pero ¿qué son y en qué consisten exactamente los propios intereses cuando pisamos sobre un planeta que se recalienta hasta la asfixia? ¿Qué es el propio interés cuando tenemos cientos (miles) de niños no acompañados durmiendo literalmente hacinados en centros de menores de Canarias? Creo que el propio interés es también DANA y un reflejo de nuestra falta absoluta de solidaridad. Una clase de solidaridad que es imposible en un tipo de cultura política que no entiende que cada uno es todos y que se esfuerza en convencernos cada día de que cada uno es uno.

Por supuesto que todos nos sentimos solidarios y acongojados estos días. Pero creo que la empatía se ha convertido en una forma de disfrazar el miedo y de pensar que podría pasarme a mí, cuando la empatía debería ser una forma de entender y de sentir que de hecho los intereses de los otros son, objetivamente hablando y todos los días, también los nuestros. La empatía de la que hablo no es capaz de evitar la tragedia pero sí de exigir un mundo que deje de una vez de provocarla.


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