¿Es mejor un chiste que una promesa electoral? Cómo usan los políticos el humor

El humor siempre se ha usado en campañas y debates políticos. Puede ser eficaz para ganarse al votante, pero también puede aumentar la división y el enfrentamiento

El cómico Jimmy Fallon, presentador de 'The Tonight Show', con Donald Trump durante una entrevista de 2015.Douglas Gorenstein (NBCU/Getty Images)

Los políticos tienen una fama merecida de personas serias y sobrias, casi aburridas. Pero de vez en cuando intentan seducir a los votantes con humor, ya sea con algún chiste bienintencionado sobre sí mismos o con algún insulto con voluntad más o menos cómica. ¿Pero el humor es un arma política útil o hace que los votantes no se tomen en serio las propuestas?

La respuesta es la que daría un gallego en un chiste viejo: depende. Depende del político y depende del humor.

Ronald Reagan llegó a la presidencia de Estados Unidos con 69 años y la dejó con 77. Aunque era más joven que Joe ...

Suscríbete para seguir leyendo

Lee sin límites

Los políticos tienen una fama merecida de personas serias y sobrias, casi aburridas. Pero de vez en cuando intentan seducir a los votantes con humor, ya sea con algún chiste bienintencionado sobre sí mismos o con algún insulto con voluntad más o menos cómica. ¿Pero el humor es un arma política útil o hace que los votantes no se tomen en serio las propuestas?

La respuesta es la que daría un gallego en un chiste viejo: depende. Depende del político y depende del humor.

El humor autocrítico

Ronald Reagan llegó a la presidencia de Estados Unidos con 69 años y la dejó con 77. Aunque era más joven que Joe Biden y que Donald Trump en la actualidad, en su momento fue el presidente de más edad de la historia. En un discurso citó a Thomas Jefferson (1743-1826): “No hay que juzgar a un presidente por sus años, sino por sus obras”. Y siguió: “Desde que me dijo eso, dejé de preocuparme”.

Muchos políticos se han reído de sí mismos, aunque siempre de forma calculada. Los estudios muestran que este tipo de humor, que asociamos a la inteligencia, ayuda a que veamos a los políticos como personas más cercanas y accesibles, como recuerda Jody C. Baumgartner, profesor de Ciencia Política en la Universidad de Carolina del Este y coautor de Politics Is a Joke! (la política es una broma, sin traducción al español).

Hay más ejemplos: en la Convención Demócrata de 1996, el exvicepresidente Al Gore anunció que iba a bailar La Macarena. Y se quedó quieto durante varios segundos, sin mover ni una ceja, en referencia a su fama de soso. Y también podemos mencionar cómo algunos políticos se apropian de los insultos de la oposición, como hicieron los socialistas con el “perro sanxe” en la campaña de las elecciones de julio de 2023, o el alcalde popular de Madrid, José Luis Martínez-Almeida, cuando dijo aquello de “seremos fascistas, pero sabemos gobernar”. Ambos seguían una tradición con historia: en 1828, a Andrew Jackson le llamaban jackass (asno). Jackson incluyó al animal en sus carteles electorales, ganó las elecciones y desde entonces el burro es el símbolo del Partido Demócrata.

Cómo llamar la atención

El Partido Liberal Demócrata británico a menudo pasa inadvertido en la pugna por el poder entre conservadores y laboristas. Una solución que han buscado es la de organizar campañas electorales llamativas y humorísticas para que los medios de comunicación no les olviden. En las elecciones del pasado julio, el candidato del partido, Ed Davey, hizo paddle surf, participó en una carrera de obstáculos y se atrevió con el puenting para convencer a los electores de que “dieran un salto de fe” y votaran por su partido. No le fue mal: consiguió 72 escaños, el mejor resultado de su historia.

El candidato liberal Ed Davey durante un acto de campaña de las elecciones del pasado julio.Gareth Fuller (AP)

Es difícil saber cuántos votos deben los liberales a su campaña y cuántos a la debacle del Partido Conservador, pero la iniciativa venía respaldada por lo que sabemos de teoría del humor: Baumgartner explica que el humor ayuda a llamar la atención y a que recordemos mejor los mensajes. Según un análisis publicado en Political Research Quarterly, también ayuda a plantear de forma sencilla asuntos complejos, aunque hace menos probable que los ciudadanos estudiemos esa información para ver si es correcta o no, por lo que puede hacer más fácil que nos creamos historias falsas.

Además, los mensajes humorísticos se comparten más en redes sociales y por eso muchos políticos y partidos publican vídeos breves que aspiran a seguir el estilo de memes y publicaciones de Instagram. Por ejemplo, en 2019 el ex primer ministro británico Boris Johnson compartió un anuncio en el que parodiaba la escena de los carteles de Love Actually y prometía concluir el Brexit y dejarlo atrás. Ganó las elecciones, aunque resulta más difícil saber hasta qué punto logró sus objetivos.

La profesora de Asuntos Internacionales en la Universidad de Penn State, Sophia McClennen, también recuerda el fenómeno de las “campañas electorales satíricas” de candidatos y partidos en el margen y contra el establishment, como el caso del presidente de Ucrania, Volodímir Zelenski. El ahora político era un actor cómico que en 2019 planteó una campaña casi exclusivamente en redes sociales y con la voluntad de acabar con la corrupción del país… Sin sospechar que tendría que convertirse en una especie de Churchill del Este. Tiene un predecesor: el cómico islandés Jón Gnarr, alcalde de Reikiavik de 2010 a 2014, en su caso por el voto protesta tras el desastre financiero de 2008.

Para McClennen, autora del libro Trump Was a Joke (Trump era una broma, sin edición en español), estos candidatos “mezclan el comentario satírico con la política práctica”, con un humor que intenta transmitir la idea de que “el mundo se ha vuelto absurdo”.

Los políticos abusones

En los últimos años, muchos políticos se dejan llevar por un humor más agresivo, en el que lo más importante es insultar al rival. El objetivo es indignar al contrario y luego defenderse con la respuesta clásica de que solo era una broma. Como explica Carmelo Moreno, profesor de Ciencia Política en la Universidad del País Vasco, es un humor más grueso, en el que se espera provocar el escándalo: “En lugar de buscar la complicidad, busca la trinchera”.

El mayor experto en la técnica de maquillar insultos con humor es Donald Trump, que busca apodos para sus rivales, como Sleepy Joe (Joe Dormilón) y Camarada Kamala, y que llegó a imitar con gestos a un periodista con discapacidad. Trump no es el inventor del humor agresivo, que tampoco es patrimonio de la derecha. Hay antecedentes en España, como Alfonso Guerra, vicepresidente socialista entre 1982 y 1991, en una tradición que llega hasta los tuits del ministro Óscar Puente y los apodos que la derecha ha puesto a Pedro Sánchez, como falconetti, su sanchidad o el okupa de La Moncloa. Lo que sí es novedoso, explica McClennen, es que se haga de forma tan abierta.

Matt Sienkiewicz y Nick Marx analizan el humor de la nueva derecha estadounidense en su libro That’s Not Funny (esto no es gracioso, sin edición en español), y también en redes sociales, en podcasts y en programas televisivos como Gutfeld, en la Fox, presentado por el cómico Greg Gutfeld. Muchos conservadores se sienten cómodos con la transgresión y algunos apuestan por tratar de normalizar mensajes homófobos, machistas y racistas con una pretendida pátina de humor. Y los políticos pueden sacar rédito de esta tendencia: las provocaciones marcan la agenda y desvian la atención de asuntos que pueden resultarles más perjudiciales. Esto pasó con Trump en la campaña de 2016, en una estrategia que Vox intentó replicar en España.

Este humor genera sentimiento de comunidad entre los que comparten y disfrutan el código. Pero también dificulta el diálogo, contribuye al atrincheramiento y facilita la deshumanización del adversario, que queda reducido a un mote despectivo.

En el caso de Estados Unidos, hay otro cambio reciente: los demócratas también han entrado en el juego. Hace unas semanas, el candidato demócrata a la vicepresidencia, Tim Walz, dijo que Trump y J. D. Vance eran “raros”, lo que propició una buena ración de memes humorísticos. ¿Se trata de una respuesta adecuada? Carmelo Moreno recuerda que en la izquierda hay un debate acerca de cómo responder a las provocaciones del populismo de ultraderecha y él cree que este humor, menos agresivo y menos divisivo, puede ser una buena opción. Pero McClennen no está de acuerdo: en su opinión, también contribuye a la división.

En definitiva, no hay una fórmula clara para usar el humor en política y la mayoría de los efectos positivos se encuentran con efectos secundarios, en ocasiones muy tóxicos. De hecho, McClennen sugiere que quizá sea mejor dejar el humor para los humoristas. No es una idea loca: no hace falta que todo el mundo sea gracioso y a veces puede ser hasta contraproducente, como si un dentista nos contara un chiste durante una endodoncia.

Sobre la firma

Más información

Archivado En