El sistema siempre se está cayendo
En Italia todo es como si pendiera de un hilo, pero luego se levanta. Tal como está el mundo, es un lugar esperanzador. Eres consciente de la precariedad de la existencia, pero nunca se acaba el mundo, sigue alocadamente
Es curioso lo que le ocurre a tu identidad cuando viajas, y parece más acusado en Italia. Para empezar, nada más llegar perdí mi DNI. Esa sensación de extrañamiento cuando estás en otro lugar aumenta si a los dos minutos de comprar tu primer teléfono una desconocida te envía mensajes diciéndote que ese es el número de su novio y lo has usurpado. Después de insultos y amenazas concluí que, o me habían dado el número de otro, o era un intento de estafa, y cambié de teléfono (la compañía en todo caso me volv...
Es curioso lo que le ocurre a tu identidad cuando viajas, y parece más acusado en Italia. Para empezar, nada más llegar perdí mi DNI. Esa sensación de extrañamiento cuando estás en otro lugar aumenta si a los dos minutos de comprar tu primer teléfono una desconocida te envía mensajes diciéndote que ese es el número de su novio y lo has usurpado. Después de insultos y amenazas concluí que, o me habían dado el número de otro, o era un intento de estafa, y cambié de teléfono (la compañía en todo caso me volvió a cobrar). También a mi mujer empezaron a llegarle mensajes, esta vez de la propia compañía telefónica, como si fuera otra persona, concretamente una tal Felicitas. Llamó varias veces para corregir el error, pero los operadores le colgaban en la cara. Siguieron mensajes y llamadas, la compañía insistía en que ella era Felicitas, hasta que convenimos en que en Italia es inútil enfrentarse a la realidad, mejor asumirla tal como es. Decidimos que empezara a llamarse Felicitas. Yo mismo entraba en casa llamándola Felicitas y lo dijimos a nuestras amistades. La siguiente vez que llamó la compañía confirmó que ella era Felicitas y todo fue como la seda. Pero ocurrió lo que temía: dejaron de llamar. Demasiado fácil.
El reto está en lo difícil. Ocurren cosas increíbles con una facilidad asombrosa. El miércoles tenía que coger un tren, pero todos los trenes de Roma, todos, y por tanto los de media Italia, se suspendieron por un fallo eléctrico. Casi medio millón de viajeros colgados. Turistas fuera de sí, pobres (“en Australia esto no pasa”, decía uno, qué gracia). ¿Sabotaje? ¿Ataque hacker? No, más sencillo: alguien puso un clavo en un cable, que por lo visto tenía el poder omnímodo de parar el país. De haberlo sabido antes tenía una entrevista. Pasa mucho, no hay gestión en que no llegue la frase fatídica: “Se ha caído el sistema, hay que volver a empezar”. En Italia el sistema siempre se está cayendo, como si pendiera de un hilo, o de un clavo, pero luego se levanta. Tal como está el mundo, es un lugar esperanzador. Eres consciente de la precariedad de la existencia, pero nunca se acaba el mundo, sigue alocadamente.
En España también hay líos con los trenes, pero en Italia desarma la naturalidad con que se acepta. No sé si es fatalismo, sentido práctico o mera estadística: no se ve como un evento excepcional, casi se espera lo inesperado. Es fascinante la capacidad de la gente de encajar el golpe sin inmutarse e improvisar. Esto también está alterando mi identidad, te adaptas, y al final me las arreglé para hacer mi viaje. Aún no sé cómo, pero hay que ser realista: la posibilidad del milagro siempre está ahí. Sucede si le das la oportunidad, y aquí abundan las ocasiones. Cómo va a intervenir el azar o la divinidad si no le dejas hueco. Si todo va como debe ir no hay espacio para lo imprevisto, esa sorpresa existencial. En Madrid no me pasaban tantas cosas raras —bueno, alguna sí— y es verdad que no cogía el Cercanías, pero ocurren más cuando te mueves de tu sitio.
Es interesante que además la gente aprovecha en su beneficio los fallos del sistema. Lo que me preocupa, relativamente, de mi integración es eso, la habilidad que estoy desarrollando para captar espacios de ilegalidad: llevo dos meses aparcando en prohibido sin que me pongan multa, en el barrio se conocen los ángulos muertos de autoridad. Tiene más mérito si se piensa que el coche está junto a una comisaría, pero sería exagerado castigar esta minucia, tal como está el problema del aparcamiento. Humanamente es comprensible. Es una extraña forma de sabiduría, no entiendes nada, pero lo comprendes todo.