La nueva maquinaria del negacionismo: ideas, dinero y académicos para aplazar la lucha por el clima

Las evidencias científicas han hecho retroceder a los que rechazan la crisis climática. Ya no niegan que exista, sino que sea tan urgente frenarla. Hay incluso universidades que, financiadas por industrias tóxicas, contribuyen a ese discurso

El huracán 'Ian' se aproximaba el 28 de septiembre al suroeste de Florida.NASA (EFE)

El 8 de abril de 2021, José Francisco Contreras Peláez, diputado de Vox, tomó la palabra durante una sesión de la Comisión de Transición Ecológica y Reto Demográfico del Congreso de los Diputados. Portavoz del partido de extrema derecha en esa comisión con competencia legislativa plena, Contreras iba a explicar por qué ...

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El 8 de abril de 2021, José Francisco Contreras Peláez, diputado de Vox, tomó la palabra durante una sesión de la Comisión de Transición Ecológica y Reto Demográfico del Congreso de los Diputados. Portavoz del partido de extrema derecha en esa comisión con competencia legislativa plena, Contreras iba a explicar por qué Vox era la única formación que había presentado una enmienda a la totalidad de la Ley de Cambio Climático y Transición Energética, aprobada poco después.

Con voz grave y cadencia pausada, Contreras dijo que “la idea de la emergencia climática” era una “paranoia en la que ha caído gran parte de la sociedad occidental y sin ningún fundamento científico”. No negó la existencia del calentamiento global, pero sí que éste fuera una cuestión urgente, lo que constituye una premisa contraria al consenso científico y ciudadano. Entonces Contreras hilvanó un discurso que sintetiza las principales estrategias argumentales de quienes buscan obstruir la transición energética.

“El Estado no es omnisciente, no sabe qué tecnologías a finales del siglo XXI serán capaces de compatibilizar mejor la sostenibilidad económica con la ecológica”, aseveró Contreras, evocando una de las principales tesis de la maquinaria de la postergación: que alguna innovación científica, de la que no se tiene noticia aún, nos salvará de la actual degradación del planeta y, por tanto, podemos seguir quemando combustibles fósiles y emitiendo gases de efecto invernadero.

Un sheriff del condado de Lee en Florida camina ente los escombros que ha dejado a su paso el huracán 'Ian'. JOE RAEDLE (AFP)

Contreras enumeró posteriormente una serie de indicadores económicos negativos (reducción del crecimiento, aumento de la deuda pública) que se materializarían, según él, si la Unión Europea cortara las emisiones. No citó, sin embargo, los miles de millones de euros en pérdidas globales causados por incendios, olas de calor, inundaciones y sequías, entre otros eventos climáticos extremos cuya intensidad y frecuencia el calentamiento global exacerba, según los científicos.

Contreras, catedrático de Filosofía del Derecho por la Universidad de Sevilla, llegó a decir que, si “se calienta un poquito el planeta, para empezar, reducirá muertes por frío”. Hubo entonces un murmullo entre los asistentes, pero no impidió al diputado seguir con su argumentación y aseverar que un aumento de los niveles de mares y océanos —una consecuencia del deshielo provocado por el calentamiento— no tendría consecuencias dramáticas pese a que estudios pronostican que este fenómeno amenaza a 300 millones de personas.

“Eso se soluciona con una cosa llamada dique”, dijo Contreras, que no contestó a las múltiples solicitudes de entrevista realizadas por este diario. La última frase de su intervención aquel día —”De ningún modo es el fin del mundo. Sin embargo, ustedes están reaccionando como si esto fuera un asteroide que se acerca hacia la Tierra y la va a destruir”— bien podría haberse inspirado en No mires arriba, si no fuera porque la pronunció siete meses antes de que se estrenara la película. Su trama gira en torno a la tragicómica obcecación de los gobernantes estadounidenses por ignorar las desesperadas alertas de dos científicos —interpretados por Leonardo DiCaprio y Jennifer Lawrence— ante el inminente impacto contra la Tierra de un meteorito gigante.

Retardar en vez de negar

La postergación o retardismo climático (climate delayism, en inglés) es “una estrategia coordinada y sistemática para provocar preocupación injustificadamente sobre un amplio espectro de acciones climáticas, con el objetivo de ralentizar o suspender indefinidamente esas acciones”, escribió recientemente John E. Fernández, director de la Iniciativa de Soluciones Medioambientales del Instituto Tecnológico de Massachusetts y participante de una mesa redonda sobre el tema convocada por la Casa Blanca en febrero. El objetivo de la postergación “es mantenernos adictos a los combustibles fósiles por tanto tiempo como sea posible, permitiendo que empresas y quienes están relacionados con ellas continúen teniendo grandes beneficios económicos, aunque la civilización humana pague el precio”, explica por correo electrónico Michael E. Mann, reconocido climatólogo, también participante en la reunión de la Casa Blanca y autor del libro The new climate war. The fight to take back our planet (La nueva guerra climática: la lucha por recuperar nuestro planeta, 2021, sin publicar en español).

Un incendio engulle una casa en el sur de Janesville en el norte de California, el 16 de abril de 2021.Ethan Swope (AP)

En Europa, el escepticismo climático o negacionismo —precursor del retardismo— siempre fue un concepto marginal en comparación con su amplia influencia en Estados Unidos, donde tuvo el apoyo de amplios sectores del Partido Republicano. Pero la retórica de la postergación, mucho más permeable, podría calar ahora entre clases socioeconómicas afectadas por la transición ecológica. Partidos de extrema derecha como Vox o Hermanos de Italia de Giorgia Meloni pueden desempeñar un papel clave. Un estudio publicado en 2021 por investigadores de la Universidad de Oxford asegura que “hay un vínculo entre la extrema derecha populista y el escepticismo climático”.

El contexto generado por la inflación y la crisis energética, dos cuestiones acuciantes con gran potencial para relegar la lucha contra el cambio climático a un segundo plano, también contribuyen a ello, y en España Vox ha comenzado a explotar ese flanco.

“En esta situación en la que nos encontramos, quienes reciben la patada en el trasero de esa política supuestamente verde, de esa política de centrarse solo en unos tipos de energía, son las familias españolas, la industria española”, lanzó el pasado 21 de septiembre el diputado de Vox José María Figaredo Álvarez-Sala desde la tribuna del Congreso. Pidió aumentar la producción de electricidad usando carbón y petróleo, reabrir centrales nucleares y derogar las leyes climáticas. “Pregunten a los españoles qué prefieren: ¿precios razonables de la energía o a Greta Thunberg?”. Una semana antes, Santiago Abascal ya había exigido lo mismo al presidente Pedro Sánchez durante una sesión plenaria en el Congreso. “La ley climática es un suicidio para los españoles”, dijo el líder del partido ultra.

El académico William F. Lamb, del Mercator Research Institute on Global Commons and Climate Change de Berlín, analizó los cimientos de la maquinaria de la postergación diseccionando decenas de discursos de políticos y empresas. En un estudio realizado con otros investigadores de Reino Unido, Alemania y Estados Unidos titulado Discursos de la postergación climática, los académicos categorizaron en cuatro grandes bloques las estrategias narrativas usadas para obstruir o postergar la lucha contra el cambio climático: 1) las que redireccionan la responsabilidad hacia otros (“China contamina más que nosotros”, “es el ciudadano quien debe reducir el consumo de gasolina, no las empresas dejar de extraer hidrocarburos”); 2) las que promueven soluciones no transformadoras (las tecnologías que evocaba Contreras, aun cuando no hay suficientes evidencias de su eficacia o viabilidad económica, como sucede con la captura de carbono, muy en boga); 3) las que enfatizan los inconvenientes de la transición energética (el coste económico, la pérdida de empleos); 4) las que evocan un discurso derrotista (“es demasiado tarde, ya no se puede hacer nada”). Este último punto es falso, según el último informe de evaluación del IPCC, el panel de expertos sobre cambio climático de Naciones Unidas. En él se insiste en que todavía hay margen para estabilizar a largo plazo las temperaturas por debajo de los 1,5 °C respecto a niveles preindustriales, uno de los objetivos centrales del Acuerdo de París.

Por teléfono, Lamb explica que estas estrategias “no son nuevas, pero ahora han ganado mayor espacio en la prensa porque el negacionismo está en declive”. Él cree, como otros académicos consultados, que la postergación es la mutación de la narrativa negacionista, cuyo auge se remonta a las décadas de 1980 y 1990, cuando eclosionaba el movimiento ecologista global y se concluían los primeros acuerdos internacionales de reducción de emisiones, como el Protocolo de Kioto. Los discursos han sido recalibrados para que suenen menos radicales y acientíficos, pero los fundamentos, objetivos y estrategias siguen siendo los mismos: preservar los intereses del sector de los combustibles fósiles.

Financiar teorías alternativas

Filtraciones de documentos corporativos y estudios académicos sobre los orígenes del negacionismo han revelado que multinacionales petroleras implementaron un minucioso plan para negar la existencia del cambio climático cuando percibieron que sus intereses se verían afectados ante la necesidad de reducir las emisiones.

Una investigación finalista del Premio Pulitzer 2016 mostró por medio de documentos de Exxon que la petrolera estadounidense sabía desde finales de la década de 1970 que la quema de combustibles fósiles provocaba cambio climático y ello tendría consecuencias nefastas para el planeta. La empresa lo negó durante años por medio de campañas publicitarias.

Pero el pilar que sostuvo la estrategia del negacionismo no fue la propaganda vehiculada desde las petroleras. Fue la producción de datos y teorías aparentemente independientes y cualificadas, pero en realidad partidistas y carentes de fundamentos científicos, que ponían en tela de juicio los hallazgos científicos. Para ese fin, Exxon y otras empresas del sector crearon o financiaron organizaciones que propagaban desinformación, una táctica que emulaba las estrategias empleadas previamente por la industria tabacalera para contrarrestar los estudios médicos que probaban que el hábito de fumar causaba cáncer de pulmón, según un análisis académico de 2020.

Aceredo (Galicia), el pueblo fantasma que emergió del agua a causa de la acuciante sequía, el pasado agosto.Omar Marques (Anadolu Agency via Getty Images)

“Una fuente prolífica de desinformación climática han sido think tanks conservadores y organizaciones focalizadas en la desregularización de los mercados. Han recibido muchos millones de las empresas de combustibles fósiles”, explica por correo electrónico John Cook, uno de los mayores expertos en el análisis y el combate de la propaganda climática. Estas entidades servían a la patronal petrolera, dice Cook, para “atacar de modo general a la ciencia climática, ya fuera el consenso científico, los modelos climáticos o los datos sobre el clima, o a los propios científicos”.

De todos esos objetivos, el más importante de neutralizar era el consenso de la comunidad científica mundial respecto a que el calentamiento global se estaba produciendo y su origen era antropogénico (entre el 97% y el 99% de los estudios académicos comparten hoy esas dos premisas). Había que sembrar dudas y confundir a la opinión pública al respecto, para que quedaran invalidados o, cuando menos, cuestionados los hallazgos de la ciencia sobre las raíces del problema, la urgencia de éste y sus soluciones. Desposeídas de su valor fáctico, las conclusiones de la ciencia podían ser llevadas al terreno político e ideológico.

En Estados Unidos, donde más éxito tuvieron estas técnicas, organizaciones como Americans for Prosperity, de los multimillonarios hermanos Koch, así como el grupo de lobby Global Climate Coalition, propagaron el discurso negacionista. Medios ultraconservadores como Fox News apuntalaron la estrategia haciendo llegar el mensaje a la masa de votantes de ideología afín. La prensa progresista también contribuyó, probablemente sin querer, a la campaña.

“La norma periodística de ‘informar con imparcialidad’ dio una representación desproporcionada” a los negacionistas, escriben Riley Dunlap y Robert Brulle, dos académicos que investigaron los elementos amplificadores de las teorías contra el cambio climático. Aunque algunas tenían la misma validez científica de, por ejemplo, quienes sostienen que la Tierra es plana, los medios, en aras de la objetividad, les dieron voz. Fue así, escriben Dunlap y Brulle, que “se creó la falsa imagen de que la ciencia climática estaba plagada por ‘controversia’ y, por tanto, no era confiable”. Académicos de la Universidad George Mason y de Cambridge que estudiaron el funcionamiento de las campañas de desinformación en 2018 demostraron que mencionar apenas un puñado de datos falsos es efectivo para disminuir la aceptación por parte de la audiencia del cambio climático o de sus soluciones. Ahora el consumo social masivo de contenido producido por blogueros y opinadores en las redes sociales hace más difícil la tarea de combatir las campañas de greenwashing o marketing verde, plagadas de bulos o medias verdades. “La tendencia al alza ahora es la desinformación sobre las soluciones al cambio climático”, es decir, sobre qué estrategia hay que seguir para mitigarlo, explica Cook.

Académicos patrocinados

También partícipes de esas campañas de desinformación han sido consultores, economistas y profesores universitarios que, a cambio de dinero, dieron un barniz supuestamente científico a las posturas defendidas por la patronal petrolera. En un libro publicado en 2010, los historiadores científicos Naomi Oreskes y Erik Conway calificarían a esos académicos al servicio de intereses privados como “mercaderes de la duda”.

Benjamin Franta, investigador senior en litigación climática de la Universidad de Oxford, es muy crítico con el rol de las universidades. “La industria de los combustibles fósiles sigue tratando de moldear la discusión científica hacia posiciones que favorezcan al sector, con argumentos como, por ejemplo, ‘debemos investigar más antes de abandonar los hidrocarburos’ o ‘necesitamos biocombustible e hidrógeno’. A la industria le gustan esas soluciones porque mantienen intactos los combustibles fósiles”, dice por teléfono desde California.

Investigador de la historia de la desinformación climática, Franta recuerda que organizaciones estudiantiles de Harvard o Yale, por citar solo dos, han presionado a los gestores de esas universidades para que dejen de aceptar donaciones o financiación para cátedras procedentes de compañías petroleras y sus lobbies. No siempre lo logran.

“Esas universidades temen contrariar a la industria, en parte porque reciben mucho dinero de ella”, asevera Franta. Para él, ese dinero es una forma de “cooptar científicos” con el fin de que validen sus argumentos por medio de estudios universitarios.

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