La trampa

Por qué muchos de los que antes votaban a la izquierda ahora lo hacen a la extrema derecha

Trabajadores leyendo el periódico después de la elección de François Mitterrand el 11 de mayo de 1981, Francia.Gilles BOUQUILLON (Gamma-Rapho via Getty Images)

Hoy se celebran elecciones autonómicas en Andalucía y la segunda vuelta de las legislativas en Francia. Cuando se conozcan sus resultados, los analistas se preguntarán cómo es posible que una parte de los ciudadanos que en el pasado votaron una y otra vez a la izquierda hayan...

Suscríbete para seguir leyendo

Lee sin límites

Hoy se celebran elecciones autonómicas en Andalucía y la segunda vuelta de las legislativas en Francia. Cuando se conozcan sus resultados, los analistas se preguntarán cómo es posible que una parte de los ciudadanos que en el pasado votaron una y otra vez a la izquierda hayan girado hacia la extrema derecha. A explicar el caso francés, pero con vocación generalista, se dedica el documental Regreso a Reims, recientemente estrenado en las pantallas españolas.

Basada en el libro del mismo título del sociólogo galo Didier Eribon (Ediciones del Zorzal), la tan sugerente como polémica película ayuda a pensar. Describe la evolución de la clase obrera francesa en el último medio siglo, la radiografía a través de los antecesores obreros del sociólogo, hombres condenados al trabajo alienante de las fábricas, y esposas abnegadas y sufridoras que siempre habían escogido a la izquierda y que un día, quizá con vergüenza, confiesan que han votado al Frente Nacional de Le Pen. “Toda mi familia era ‘comunista’ en el sentido en que la pertenencia al Partido Comunista constituía el horizonte incontestable de la relación con lo político, su principio organizador. ¿Cómo se transformó en una familia a la que le pareció posible, e incluso casi natural, otorgar su voto a la extrema derecha?”.

En la película se desarrollan, entre otras, dos grandes razones: la primera, más local, es el racismo estructural de la clase obrera blanca ante la llegada de centenares de miles de inmigrantes argelinos o subsaharianos (como antes fueron los españoles o los portugueses). Aparece una clase todavía más pobre y marginada que la suya: los inmigrantes. La segunda razón es más universal: las promesas sistemáticamente incumplidas de los partidos de izquierda, que dicen una cosa en la oposición y practican otra en el gobierno, o porque entran en la lógica de la derecha o porque son impotentes para cumplir los programas con los que fueron llevados al poder. Ciudadanos que se sienten abandonados, que observan cómo aquellos que se denominan de izquierdas se olvidan y no toman medidas a favor de los más desfavorecidos: se comportan como la derecha. La traición hace que nunca vuelvan a confiar en ellos y se refugian en los discursos populistas de Le Pen y compañía.

El director del documental, Jean-Gabriel Périot, saca imágenes de François Mitterrand. Cuando fue elegido presidente en 1981, la presión de los mercados obligó a su Gobierno, compuesto de ministros socialistas y comunistas, a dar marcha atrás a muchas de las medidas que habían comenzado a activar: incremento del salario mínimo, expansión de la demanda a través de la inversión pública, reducción de la jornada laboral, nacionalización de los principales bancos, aumento del déficit público, etcétera.

En las décadas posteriores, en las que la globalización se hizo más omnipresente, fue aún más difícil. El analista conservador norteamericano Thomas Friedman escribe que aquella obliga a todos los países a ponerse una “camisa de fuerza dorada”, que está confeccionada con las reglas fijas a las que deben someterse todos los gobiernos: libre comercio, mercados de capitales libres, equilibrio presupuestario, sector público mínimo… “Si a tu país no le han tomado las medidas para hacerse una, lo harán pronto”, concluye Friedman. Ello significaría la imposibilidad de otro tipo de políticas, sea quien sea el que gane las elecciones.

De refilón, el director de la pelícu­la y el autor del libro entran en el debate sobre la meritocracia. Tanto uno como otro se definen como hijos de la clase obrera que consiguieron utilizar el ascensor social. El director deja claro que son casos aislados utilizados de forma política, y declara: “Cuando obtuvimos posiciones que no estaban previstas para nosotros, el sistema nos utiliza para decir: ‘Mirad, lo hacéis bien, podéis lograrlo’. Mis hermanos y mis primos no llegaron a mi situación, y si yo lo conseguí no es porque el sistema funcione, sino por azar. Usarlo como ejemplo hace que una parte de la clase obrera lo utilice como contraejemplo y piense que si ellos no lo logran es porque lo han hecho mal”.

Apúntate aquí a la newsletter semanal de Ideas.

Más información

Archivado En