Capitalismo fatuo

Un 60% de los españoles apuntan que el capitalismo genera más perjuicios que beneficios

Manifestación del metal en Cádiz, el pasado 23 de noviembre.Marcos Moreno

El barómetro de la confianza de la consultora Edelman, uno de los más reconocidos del mundo, mostró hace poco que más de la mitad de las personas encuestadas opinaban que el capitalismo actual genera más perjuicios que beneficios (un 60% en España), y más del 70% lo consideran un sistema injusto. Una de las piezas fundamentales de ese capitalismo es la empresa. La pandemia ha suspendido un debate que se había abierto justo antes de que ésta se iniciase sobre la naturaleza y el papel que las corporaciones han de...

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El barómetro de la confianza de la consultora Edelman, uno de los más reconocidos del mundo, mostró hace poco que más de la mitad de las personas encuestadas opinaban que el capitalismo actual genera más perjuicios que beneficios (un 60% en España), y más del 70% lo consideran un sistema injusto. Una de las piezas fundamentales de ese capitalismo es la empresa. La pandemia ha suspendido un debate que se había abierto justo antes de que ésta se iniciase sobre la naturaleza y el papel que las corporaciones han de tener en las sociedades del siglo XXI.

Todo comenzó en los años setenta del siglo pasado. Un artículo escrito en la revista de The New York Times por el entonces profesor de la Universidad de Chicago Milton Friedman (todavía no le habían concedido el Nobel) defendió que el único propósito de una empresa debe ser la maximización del valor para el accionista, sin ninguna otra consideración. La rígida tesis de Friedman, que se extendió como la pólvora en las escuelas de negocios y en el seno de la cultura empresarial, rompía con un aspecto central del contrato social de la posguerra: las empresas se legitimaban socialmente al atender también al bienestar de sus empleados, clientes, proveedores, el entorno ambiental y la sociedad en general.

Dos profesores de Política Económica, Xosé Carlos Arias y Antón Costas, hacen un balance crítico de esta visión friedmanita en su último libro, Laberintos de la prosperidad (Galaxia Gutenberg): es una dinámica que con toda seguridad guarda relación con las tendencias de estancamiento a largo plazo del capitalismo contemporáneo; tiene consecuencias sobre la estabilidad de numerosas empresas, con frecuencia puestas en riesgo por el afán de sus ejecutivos de redoblar sus gratificaciones inmediatas; hay efectos redistributivos nefastos, al haber contribuido decisivamente a la concentración de riqueza en el célebre 1% de la población.

Las ideas de Friedman fueron hegemónicas mucho tiempo. En 2019 aparecieron varios intentos de cambiar el capitalismo de los accionistas por otro tipo de capitalismo. La Academia Británica asumió la iniciativa de más de 30 académicos de ciencias sociales dirigida por el profesor de Oxford Colin Mayer para redefinir las empresas del siglo XXI y construir confianza entre la empresa y la sociedad. Se empezó a hablar de la necesidad de un nuevo contrato social entre la empresa, el Estado y la sociedad. En agosto de ese año, más de 180 primeros ejecutivos de muchas de las más poderosas corporaciones estadounidenses, reunidos en la Business Roundtable, afirmaron en un manifiesto que las empresas deben liderar “el beneficio de todas las partes interesadas, clientes, trabajadores, proveedores, comunidades y accionistas”.

Este ideario no era compartido por todos los empresarios. El Consejo de Inversores Institucionales (CII), organización compuesta por propietarios o emisores de activos que incluye a más de 135 fondos de pensiones públicas con más de cuatro billones de dólares bajo su gestión, emitió un comunicado en el que decía que las juntas y los directivos deben concentrarse en el valor para los accionistas a largo plazo, y que para lograrlo “es fundamental respetar a las partes interesadas, pero también tener una clara responsabilidad ante los propietarios de la empresa”. Rendir cuentas a todos significa no rendir cuentas a nadie.

¿Por qué apareció ese movimiento? Sus críticos entendían que podía ser un giro preventivo por el cual los representantes de las grandes empresas intentaban adelantarse al enorme malestar existente en la sociedad; se trataría de restar argumentos a la posibilidad de intervención de los poderes públicos en el establecimiento de nuevas reglas de convivencia. Podrían ser solo fuegos de artificio, declaraciones en el aire, mera retórica.

Luego apareció la covid y estas iniciativas pasaron a mejor vida. Se sabe de empresas que han seguido aplicando la biblia friedmanita de que todo lo que no sea el beneficio inmediato no importa en absoluto, orillando crisis tan significativas como la ambiental, la desigualdad económica y el colapso institucional que representan a este tiempo. Para ellas, todo cambio del capitalismo es fuego fatuo.

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