Jesús Polanco, la independencia indomable
Al menos en dos ocasiones trataron de desalojarlo de su condición de primer ejecutivo de PRISA. La segunda lo intentó Aznar
Polanco llegó al mundo del periodismo casi por carambola. Era un editor que se había hecho rico publicando libros de texto y José Ortega le invitó a invertir parte de sus ganancias en el lanzamiento de un periódico liberal que contribuyera a instaurar la democracia tras la muerte de Franco. Dada su condición de empresario de éxito, sus socios lo nombraron consejero delegado de un proyecto que nació tras una laboriosa gestación de tres años y con no pocas dudas sobre su viabilidad.
Al menos en dos ocasiones trataro...
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Polanco llegó al mundo del periodismo casi por carambola. Era un editor que se había hecho rico publicando libros de texto y José Ortega le invitó a invertir parte de sus ganancias en el lanzamiento de un periódico liberal que contribuyera a instaurar la democracia tras la muerte de Franco. Dada su condición de empresario de éxito, sus socios lo nombraron consejero delegado de un proyecto que nació tras una laboriosa gestación de tres años y con no pocas dudas sobre su viabilidad.
Al menos en dos ocasiones trataron de desalojarlo de su condición de primer ejecutivo de PRISA. En ambas demostró que una vez conquistada una posición, era imposible desalojarlo. La primera vez fueron sus pares en el consejo de administración quienes trataron de removerlo de su cargo de consejero delegado porque creían que el director, Juan Luis Cebrián, perdería así a su principal valedor y sería fácil reconducir el periódico hacia posiciones más conservadoras.
Polanco era un liberal de derechas que empezaba a estar un poco harto de las disputas intestinas y del esfuerzo que le exigía su cargo. Pensó en abandonarlo, hasta que se dio cuenta de que eran los otros los que querían echarlo y a eso no estaba dispuesto. Para entonces había interiorizado ya que la independencia era una condición esencial para la buena marcha del periódico, que exigía una cuenta de resultados saneada y una autonomía del equipo profesional. Aquel conflicto entre los accionistas tardaría seis años en cerrarse, pero en medio propició un acuerdo a tres bandas (Polanco, Cebrián y la Redacción) que en 1980 se tradujo en un estatuto aprobado por la junta de accionistas que garantiza hasta hoy la independencia de los periodistas en su trabajo y abre la puerta a expresar puntos de vista discrepantes de la empresa.
En unos tiempos en los que la narrativa se ha convertido en la principal obsesión de nuestros políticos (de todos ellos) y en que la realidad alternativa (falsa) compite con la verdad en los espacios informativos, no está de más recordar que hace más de 40 años EL PAÍS se dotó de una herramienta que puede ser decisiva en nuestro futuro. Y que una parte no menor de ese mérito hay que atribuírsela a un hombre como Polanco, que aprendió muy rápido las reglas de un oficio con el que hasta entonces había tenido una relación casi anecdótica.
El segundo intento de desalojo es de sobra conocido y tuvo como promotor a José María Aznar, a la sazón presidente del Gobierno en 1997, que manejó a ministros, periodistas y a un juez felón para tratar de doblegar bajo amenaza de cárcel a Jesús Polanco. El Tribunal Supremo se encargaría tiempo después de condenar por prevaricación al juez que se prestó a fabricar la falsa acusación penal y que luego fue indultado por Aznar. Aquel montaje infame le dejó una herida que nunca cicatrizó y que le llevaría 10 años después, unas semanas antes de su fallecimiento, a proclamar en su última junta de accionistas de PRISA que apoyaría la creación de un partido de derechas moderno en España, pero que la vuelta del PP le daba miedo.
La independencia fue una de las obsesiones de su vida. Al frente de la editorial Santillana, pero sobre todo en su trayectoria en PRISA. Esta indomable voluntad de independencia la convertía en máxima exigencia de rigor a los periodistas y a los gestores. Hombre de firmes convicciones, convivía muy mal con los errores debidos a la pereza profesional, porque pensaba, con razón, que iban en contra de la autonomía de los periodistas que había defendido incluso más allá de sus propias dudas.