Las manchas del hocico
El trumpismo no se explica por la exclusión y la desigualdad, que jamás se han solucionado con personajes como él
El asalto al Capitolio, en Washington, esta misma semana, pone de manifiesto con bastante exactitud cuál es el perfil del monstruo cuyo hocico empieza a aparecer. No es que no se conociera desde hace mucho tiempo pero, como explicaba Walter Benjamin, parece que los seres humanos tenemos tendencia a no acabar de creérnoslo. Ya no seremos capaces de rodar tan abajo, pensamos. Pues sí, todo se puede deslizar mucho más po...
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El asalto al Capitolio, en Washington, esta misma semana, pone de manifiesto con bastante exactitud cuál es el perfil del monstruo cuyo hocico empieza a aparecer. No es que no se conociera desde hace mucho tiempo pero, como explicaba Walter Benjamin, parece que los seres humanos tenemos tendencia a no acabar de creérnoslo. Ya no seremos capaces de rodar tan abajo, pensamos. Pues sí, todo se puede deslizar mucho más por la pendiente, advertía el filósofo alemán. La mejor manera de afrontarlo es dibujar muy bien el perfil de ese hocico y no permitir disculpas ni muchas bromas al respecto. Por supuesto que se presenta con distintos disfraces, pero es posible reconocerlos y denunciarlos allí donde aparezcan porque tienen siempre unas mismas manchas. No podemos decir que ignoramos a donde llevan políticas como las que han puesto en marcha Donald Trump y sus imitadores. Sabemos perfectamente qué pretenden: el desprestigio de las instituciones democráticas, de manera que esas instituciones y los propios ciudadanos puedan ser usados y manipulados más fácilmente por esos dirigentes autoritarios.
El Congreso de EE UU, apoyado por otras instituciones, reaccionó rápidamente para cerrar el proceso institucional de certificación del resultado electoral, que permitirá tomar posesión a Joe Biden como nuevo presidente el próximo día 20. Pero por el camino queda planteado otro problema: ¿puede salir impune Trump de este grave episodio? Si se le exigen responsabilidades, como sería lo apropiado, es probable que se ahonde la fractura que ya existe en la sociedad estadounidense. Si se le permite salir indemne, él y sus seguidores habrán ocupado ya un espacio muy peligroso.
Tan importante como salir al paso del intento de brutalizar las instituciones es acabar con el discurso que suele acompañarlo: quienes apoyan a Trump son infelices ciudadanos, confundidos, que están mostrando simplemente su rabia por la desigualdad que padecen y a la que solo Trump ofrece consuelo y eco. Quienes asaltaron el Capitolio creían defender la democracia frente al robo electoral. Es posible, pero el problema de la exclusión, muy grave en EE UU y también ya en Europa, no se soluciona con el cuestionamiento del sistema democrático, sino con políticas de inclusión. El razonamiento no es “Trump existe porque hay excluidos”; sino “porque hay excluidos, debería haber un Roosevelt y un New Deal”. El trumpismo no se justifica ni tiene explicación por la exclusión y la desigualdad. Jamás se han solucionado con personajes como Trump. En realidad, porque hay insoportables niveles de desigualdad lo que debería haber es formidables políticas de inclusión.
Sea como sea, para analizar a Trump hay que tener muy presente una de las características de ese hocico autoritario, el veneno común en todos esos personajes: son ellos mismos quienes atacan la legitimidad del sistema democrático desde dentro. Por eso se vuelve tan difícil preservar la democracia. Porque son políticos que no hacen política dentro de las instituciones para las que han sido elegidos, incluso para lograr cambiarlas, sino que las usan como armas en sus propias batallas y para su propio beneficio; por eso Trump y políticos como Isabel Díaz Ayuso o Quim Torra, en España, o Viktor Orbán, en Europa, o Nicolás Maduro en América Latina, son tan peligrosos para la democracia. Porque, aunque se presenten, obviamente, de maneras y con lenguajes muy distintos, su política tiene un rasgo común marcado: usar las instituciones, en las que han logrado ocupar puestos muy relevantes, como armas contra sus adversarios.
Por eso es tan decisivo no quitar importancia a lo que dicen o hacen y descubrir las manchas de ese hocico en cuanto aparecen. En España hay que insistir en la urgencia de devolver su papel fundamental a los Parlamentos, nacional o autonómicos, como los lugares donde se hace política, donde los Gobiernos anuncian sus planes y programas y donde los grupos políticos ejercen su función de control. Nada más urgente que restaurar el debate político y sacarlo del insulto, la falta de datos contrastados, la mentira organizada y reiterada, o la falta de control real. Corre mucha prisa y asombra que no esté movilizando ya el debate intelectual y político en todo este país.