A 500 años

El orden mundial colonial quedó racializado al estructurar una realidad que jerarquiza, por medios en extremo violentos, los cuerpos negros, indígenas o blancos

Mosaico de una pintura que retrata el encuentro entre Moctezuma y Hernán Cortes, en una foto de 2019 en Ciudad de México.ALFREDO ESTRELLA (AFP via Getty Images)

"La llegada, hace 500 años, de los españoles a las actuales tierras mexicanas no puede juzgarse a la luz de consideraciones contemporáneas”, decía el comunicado con el que el Gobierno español respondió a la carta que el jefe del Ejecutivo mexicano, Andrés Manuel López Obrador, le había enviado para solicitar una disculpa a los pueblos originarios de México por “las violaciones a lo que ahora se conoce como derechos human...

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"La llegada, hace 500 años, de los españoles a las actuales tierras mexicanas no puede juzgarse a la luz de consideraciones contemporáneas”, decía el comunicado con el que el Gobierno español respondió a la carta que el jefe del Ejecutivo mexicano, Andrés Manuel López Obrador, le había enviado para solicitar una disculpa a los pueblos originarios de México por “las violaciones a lo que ahora se conoce como derechos humanos y las matanzas en la llamada conquista”.

Este incidente provocó una cascada de opiniones que revelan la necesidad en la opinión pública de analizar los hechos ocurridos hace 500 años precisamente a la luz de consideraciones contemporáneas. En un extremo caricaturizado del debate, se colocó la idea de que la conquista de México trajo civilización a la población salvaje que habitaba las tierras desde las que escribo, mientras que en el otro extremo se construyó un “nosotros” conquistado que fue víctima en términos absolutos. Ambas posturas generan un efecto que actualiza y hace contemporáneo el debate: la creencia de que México, y también España, existían hace 500 años. En una versión maniquea del debate, son dos los países que se enfrentan en la interpretación antagónica de los hechos ocurridos durante la conquista. La sombra de dos Estados-nación actuales se proyecta sobre el pasado y trae los hechos ocurridos en esa época hacia el tiempo presente simplificándolos en extremo.

La construcción de dos “nosotros” antagónicos, México y España, genera efectos interesantes en la arena pública. En este debate nos estorba el nacionalismo. Por un lado, muchas voces leyeron la petición a la Corona española como una afrenta a la población de España actual, y, por otro lado, genera una falsa equivalencia entre México y los pueblos indígenas que quedaron encapsulados dentro del Estado mexicano.

Es por esto último que parece absurdamente natural que sea el jefe del Estado mexicano quien solicite el perdón para los pueblos indígenas. Ser un pueblo indígena implica ocupar una posición política en la historia y los únicos rasgos que compartimos todos los pueblos indígenas de este continente es que sufrimos procesos de colonización europea y que, durante los procesos de conformación de los Estados nacionales actuales, no conformamos uno propio. Fuera de esto, y de lo que deriva, ninguna otra generalización es sostenible. Tanto el establecimiento del orden colonial europeo como la creación de los Estados actuales han configurado la realidad contemporánea de los pueblos indígenas y del mundo en general.

Más allá de un proceso que concluyó con la caída de una ciudad específica, lo sucedido hace 500 años marcó el inicio del establecimiento de un orden mundial colonial que quedó racializado al estructurar una realidad que jerarquiza hasta ahora, por medios en extremo violentos, los cuerpos que en adelante serían negros, indígenas o blancos. Los Estados surgidos de los procesos de independencia fueron, más que la negación, la continuación de esa realidad. Reconocer la actualidad de los efectos del colonialismo y las violencias asociadas a su establecimiento es en verdad urgente. Comencemos.

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