El gran momento de Arón Piper: “Antes no tenía futuro, no tenía nada. Mi futuro era acabar preso”
El bombazo ‘Élite’ cambió la vida de este joven de pasado problemático. Dos años después de abandonar la serie, con estrenos de cine y televisión y preparando su segundo disco, Piper ha aprendido a gestionar su presente
La cita con Arón Piper (Berlín, 26 años) es en la puerta de un hotel del barrio de Chamberí, en Madrid, a poco más de 100 metros de su casa. Problema: el hotel tiene dos entradas y no tengo su número. Quien escribe estas líneas es miope, así que es más que posible que, de no reconocerle de lejos, use el otro acceso y esto se convierta en un sainete: dos personas entrando y saliendo sin encontrarse.
Pero Arón Piper es reconocible a distancia hasta para un miope. Cuando aparece por la esquina es un m...
La cita con Arón Piper (Berlín, 26 años) es en la puerta de un hotel del barrio de Chamberí, en Madrid, a poco más de 100 metros de su casa. Problema: el hotel tiene dos entradas y no tengo su número. Quien escribe estas líneas es miope, así que es más que posible que, de no reconocerle de lejos, use el otro acceso y esto se convierta en un sainete: dos personas entrando y saliendo sin encontrarse.
Pero Arón Piper es reconocible a distancia hasta para un miope. Cuando aparece por la esquina es un metro ochenta de estrella. No hay duda. Viste como una estrella que acaba de salir de casa, de riguroso negro, con una camiseta ajustada de manga larga que revela que es pura fibra y un aro de plata en la oreja izquierda. Habla despacio, dándose tiempo a pensar las respuestas que suelta con una profunda voz de estrella, da la mano como una estrella y hasta camina con el paso decidido de una estrella. Si algo le sobra a Arón Piper es carisma.
Es una de esas tardes primaverales en Madrid en las que apetece estar en la calle. Piper propone charlar en la terraza en la que ha comido, todavía más cerca de su piso, un lugar donde últimamente no ha pasado mucho tiempo. “La verdad es que ya tenía ganas de dormir unos días en casa. Han sido unos meses intensos”, admite. Está muy ocupado. Aunque todavía es imposible no referirse a él como una de las estrellas mundiales creadas por la primera temporada de Élite (2018), está avanzando a pasos agigantados para alejarse del papel que dejó hace dos años: el trágico Ander, pareja de Omar (encarnado por Omar Ayuso), mitad de Omander, como fueron bautizados por sus fans. Y lo hace trabajando mucho. Primero como cantante. Su alter ego trapero es Aron, sin apellido ni tilde. En marzo editó En tus sueños (Vol. 1), una mixtape, que es como ahora se llama a un álbum cuando no se le quiere llamar álbum. “Llámalo como quieras”, reconoce. “La idea era sacar un montón de música que tenía guardada. La juntamos toda para desengrasar un poco, para soltar ese lastre. Luego le he dado una dirección artística, pero cada tema es de su madre y de su padre”, explica.
Es cierto que ha pasado más desapercibido que su primer lanzamiento, Nieve (2021), que supera hoy los 18 millones de escuchas, pero nada más editarlo se marchó de gira europea: seis países, 18 fechas, 21 días. De Madrid a Varsovia por carretera. Una buena paliza aunque se haga en un lujoso autobús patrocinado por Adidas. “Ha sido un palizón, pero muy gratificante. Casi todo ha sido sold out”. ¿Qué público va a verle cuando actúa fuera de España? “Un 90% mujeres”, afirma. “Yo sé que mi fama masiva viene de Élite, pero ya ha pasado. Las hay que se han quedado y vienen a verme y las hay que me apoyan porque les gusta lo que hago. Me he encontrado a fans, a menos fans, a fans de mi música...”.
Ahora planea un gran salto con la ayuda de Manu Lara, para Billboard uno de los 10 mejores productores latinos de 2021. Ha trabajado con Bad Bunny, Sebastián Yatra o en el Telepatía (2020) de Kali Uchis, que acumula más de 560 millones de escuchas. “Es algo completamente distinto. Sigue teniendo esencia urbana, pero, para empezar, ya no son beats que me montan, sino que es todo real: batería, guitarra, piano... Toda la composición hecha en el estudio desde cero. Yo se lo digo a mis colegas: nací para popstar o rockstar, pero no para trapstar”.
Este interés en potenciar su faceta de cantante no significa que haya abandonado su carrera como actor. Ahora está con El correo belga, dirigida por Daniel Calparsoro y producida por Vaca Films, que él protagoniza. “Mañana empiezo el rodaje. Horario: de ocho de la tarde a cuatro de la mañana. Una divertida noche de viernes”, bromea. Hace unos días se estrenó Fatum, thriller dirigido por Juan Galiñanes y protagonizado por Luis Tosar en el que tiene un papel pequeño pero fundamental. Y este mes llegará a Netflix El silencio, también thriller, en este caso en formato de miniserie de seis capítulos, creada por Aitor Gabilondo (Patria, Entrevías), donde Piper ejerce de total y absoluto protagonista. “El papel de Fatum lo cogí porque la productora es Vaca Films, que ya son un poco como mi familia [en 2020, Piper protagonizó El desorden que dejas, serie de Netflix de esa productora]. Soy chico Vaca junto con Luis Tosar, que es una gozada trabajar con él. El papel es corto, pero es muy guay a nivel interpretativo y es significativo para la trama. Lo que me atrajo fue eso y que me gusta el cine, me gustó el proyecto y creo que la peli está muy bien”, cuenta. El protagonista de El silencio es un chaval condenado por parricidio en un Bilbao que, como todas las ciudades de Netflix, podría ser también Bratislava o Rennes. “O Gotham”, completa Piper. “Ese papel lo preparé leyendo mucho. A mí me gustan los documentales criminalísticos. Conocía algunos parricidios y me puse a investigar. Yo lo que siempre pienso es: ‘Actúa como si Arón hubiese hecho esto por lo que sea’. Y me pongo en antecedentes”.
Algo sabe de esos papeles de tío peligroso que le endosan. Hijo de alemán y española, tuvo una infancia movida. “Creo que mis padres se conocieron aquí en Madrid. Mi padre renegó de la familia, se fue de casa, vino a Madrid a buscarse la vida y empezó dando clases de alemán. Conoció a mi madre, luego se fueron a Berlín y ahí nací yo”. Cuando tenía cinco años se mudaron a Barcelona. “Ahí viví un año o un año y medio y nos fuimos a la Garrotxa, que es Girona, el Pirineo, la alta Cataluña. Y ahí viví mi infancia, la más feliz del mundo, de los 6 a los 12″. Entonces la familia volvió a cambiar de residencia y, con 13 años, Piper se trasladó a Avilés. Fue aquel último cambio el que le descolocó, asegura. Incluso sabiendo qué quería hacer en la vida. “Yo desde pequeño tenía claro que me gustaba actuar. Me estaba disfrazando siempre y, en la intimidad, tengo una parte muy cómica. Entonces un día le dije a mi padre: ‘Búscame un corto, quiero hacer algo’, y él me lo buscó y empecé a hacer cortos para estudiantes, los he hecho de todo tipo. Hasta que conseguí mi primer papel a los 13″. A los 15, su primer protagonista. Gracia Querejeta le eligió para ser el adolescente problemático de 15 años y un día (2013), película por la que él fue nominado al Goya a mejor canción, como coautor e interprete de El rap de ‘15 años y un día’.
Aparentemente, el chaval estaba más que encaminado. Pero solo aparentemente. “Vivía dos vidas, estaba con los porros y con otras drogas. Ahora me doy cuenta de que pasé un momento no tan bueno por haberme ido de Cataluña. Porque no lo interioricé. Yo estaba en Garrotxa forjando mi personalidad. Tenía mi grupo de amigos, mi forma de comportarme. Todo cambio a esa edad es jodido, pero del campo a una ciudad industrial como Avilés, al peor instituto de Avilés... Hacer la película fue la hostia, pero luego todo lo demás... ¡Buah! Y decidí parar. A los 17 o así dejé de drogarme, dejé la mala vida y me vine a Madrid a perseguir un sueño. Antes no tenía futuro, no tenía nada. Mi futuro era acabar preso” ¿Tan malo era? “Fue una manera inconsciente de rebelarme. Pero a los 17 tuve una catarsis y decidí cambiar. Dije: ‘Mira, yo no valgo para ser malo, ni para llevar una mala vida”. Y entonces, cuenta, llegó la factura: “Al dejarlo todo, te alcanza la realidad y te llegan las ansiedades. Tuve una época antes de Élite, ya aquí en Madrid, que no me podía montar en el metro. De repente me daban ataques de pánico fuertes. A día de hoy quedan algunos posos. Pero estoy muy bien”.
Todos los caminos conducen a Élite. La historia coral de los alumnos del imaginario colegio Las Encinas impulsó a sus protagonistas a la fama inmediata. Fue un éxito global en el momento en que toda la televisión parecía condenada a ser éxito de nicho. Como en el caso de Operación Triunfo o de Gran Hermano, fue la primera temporada la que arrasó. “De la noche a la mañana soy famoso mundialmente. Así de sencillo. Los fenómenos Élite y La casa de papel (2017-2021) fueron únicos. Se ha notado también en los nuevos de Élite. No han tenido esa respuesta que tuvimos nosotros. Fue en tres o cuatro días. Tenías dos millones de seguidores y al día siguiente tenías tres millones, y así sin parar”, explica. Actualmente su cuenta en Instagram supera los 13 millones. “Lo sigo gestionando. Me molesta porque yo soy introvertido, soy más bien tímido. Me cuesta cuando me reconocen. Me agota”. Gracias a su personaje en la serie, se convirtió en el guapo-duro-con-corazoncito oficial de España. Y del mundo: todavía hoy, si uno teclea el hashtag #omander, en internet, puede encontrar 200.000 posts.
Piper era ese tipo lleno de conflictos, pero que derrite con la mirada, y todos querían un trozo de él. En su mixtape, el primer verso dice: “Uno no cambia con la fama, cambian los demás”. Hoy lo confirma: “Es 100% así. La gente te ve con otros ojos, entonces es fácil que eso te pervierta y tú cambies. Es posible, pero al inicio cambian los demás. Yo me veo como me he visto toda mi vida. Y como que me disocio un poco. Como que el tío que se hace la foto no soy yo del todo. Me pongo ahí, disparan, pues vale. Soy yo, pero no termino de transitar en ese cuerpo”. Todavía hoy, cada paso que da es narrado en las redes. Si es algo llamativo, como perrear con Dua Lipa en una discoteca de Madrid, la cosa se desmanda. “De mi vida privada no hablo con nadie. Simplemente la conocí y tal y nos llevamos muy bien. Al día siguiente me levanté y la cantidad de vídeos y de cosas que había en la red era brutal. Entonces dices: ‘Claro, cómo no, ¿Cómo no lo pensé antes? Estábamos en el reservado de una discoteca, pues claro... ‘. Pero bueno, cuando uno no le da cancha a esas cosas duran lo que duran. ¿Cuánto? ¿Una semana?”.
En una entrevista decía que se planteaba dos retos: dejar de fumar e ir al psicólogo. Que lo primero no lo ha hecho lo atestigua el paquete de Camel Light que hay encima de la mesa. ¿Y lo otro? “Tampoco. Yo soy muy introspectivo desde pequeño y creo que me conozco bastante bien. No significa que sepa solucionar lo que tengo, sino que por lo menos lo sé ver. Y me he dado cuenta de que moverme, trabajar, estar haciendo cosas y mientras, ir arreglando otras dentro de mí me viene mejor que pararme y ponerme a pensar: ‘¿Cómo arreglo esto?’. Funciono mejor sobre la marcha. Es cuando mejor estoy, cuando más sano estoy de la cabeza, cuando duermo mejor, cuando como mejor. Me tiré una etapa de mi vida rebuscando demasiado y no me hizo ningún bien. Me da miedo ir a terapia. Creo que a día de hoy no tengo grandes traumas. Me cuesta gestionar ciertas cosas y tengo ansiedad a veces, pero estoy, creo, bastante sano mentalmente”. Es, asegura, un momento de estabilidad. “Ahora mismo vivo en Chamberí, tengo mi pisito ahí de puta madre, con mi terracita, mi vida de puta madre, trabajo, gano dinero. A mi familia tampoco le falta desde que soy famoso. Ese es un poco también el cambio orgánico y natural en mí para el nuevo álbum. Todo lo que cantaba era un estilo de vida que llevaba yo y unas penas, unos dolores y unas cosas que yo tenía en ese momento. Vengo de una familia humilde y currante y eso lo voy a tener siempre, pero ya no le voy a estar cantando a las calles. No me representa”.
Su padre, que antes ha pasado a por las llaves, le espera en casa. Último trago al agua mineral con gas, apretón de manos y se levanta para irse mientras recojo mis cosas. No ha avanzado ni 10 metros cuando dos chicas que le han visto pasar se abalanzan sobre él y le piden una selfi. Él se presta. Paso a su lado, me mira, y con la sonrisa de mediolao que cantaba Rubén Blades, dice: “Ya ves, tío, ni en mi barrio me libro”. Es mala amante la fama, palabra de Rosalía.
Realización: Fátima Monjas. Asistentes de fotografía: Dani Carretero y Edu Orozco. Asistente de estilista: Julieta Sartor. Maquillaje y peluquería: Ricardo Calero. Arte: Mari Ona. Asistente de arte: Maria Fernando. Vídeo: EL PAÍS. Producción: Adriana Suárez Puedes seguir ICON en Facebook, Twitter, Instagram,o suscribirte aquí a la Newsletter.