Locos por ‘Titanic’: así influyó la película en el cine de autor (y en la literatura LGTBI)
Directoras como Carla Simón o Céline Sciamma y escritores como Édouard Louis y Aixa de la Cruz describen el impacto que tuvo en ellos 25 años después de su estreno
Mi, mi, mi, mi, re, mi. Así es como Carla Simón (Barcelona, 1986) recuerda que empezaba la canción con la que aprendió a tocar la flauta dulce en la escuela: My Heart Will Go On, la grandiosa balada de Céline Dion que sonaba en los créditos de Titanic. “La fui a ver cuatro o cinco veces al cine, cada vez con amigos distintos. Obviamente, no ha sido un referente a la hora de hace...
Mi, mi, mi, mi, re, mi. Así es como Carla Simón (Barcelona, 1986) recuerda que empezaba la canción con la que aprendió a tocar la flauta dulce en la escuela: My Heart Will Go On, la grandiosa balada de Céline Dion que sonaba en los créditos de Titanic. “La fui a ver cuatro o cinco veces al cine, cada vez con amigos distintos. Obviamente, no ha sido un referente a la hora de hacer mi cine, pero puede que deba a Titanic mi gran debilidad por las películas largas”, recuerda la directora de Alcarràs. “Recuerdo el placer de estar tanto rato metida en una sala, absorbida por una historia. Hay algo de esa inmersión en un mundo determinado, en el enganche que pueden provocar unos personajes o una historia de amor, que me marcó mucho y que luego he tratado de reproducir”.
Simón es solo uno de los nombres vinculados al cine de autor que admiten haberse visto marcados por la película de James Cameron cuando se estrenó hace 25 años. Por descontado, se trata de una cuestión de generación: en muchos casos, fue una de las primeras películas que vieron en el cine, o por el menos una de las primeras que recuerdan haber visto, por el carácter de fenómeno sociológico de una película que ganó 11 premios Oscar y recaudó más de 2.000 millones de dólares en todo el mundo. A esa nostalgia generacional achaca su gusto por la película Aixa de la Cruz (Bilbao, 1988), autora de Cambiar de idea y Las herederas, que recuerda haberla visto con su abuelo a los 11 años “y haber pasado infinito pudor” con la escena de sexo. “Lo que arrastro desde entonces es pasión por Kate Winslet. Fue la Kristen Stewart de su época, una de esas niñas erotizadas en blockbusters que luego se niegan a ser lo que la industria quería que fueran, haciendo primar su inteligencia”, opina.
Sin embargo, la pertenencia a la generación nacida en la segunda mitad de los ochenta no basta para explicar todos los casos de admiración por parte de nombres de lo más inesperado, vinculados al cine de autor más exigente y la literatura más prestigiosa. Por ejemplo, la francesa Céline Sciamma (Pontoise, 1978), directora de Retrato de una mujer en llamas, tenía 20 años cuando la película se estrenó en los cines de su ciudad. Define Titanic como “el momento cultural más importante de su vida como cinéfila” y asegura que su película, una historia de amor lésbica de época, se originó “en diálogo” con el clásico de Cameron.
“Titanic es totalmente queer. Leonardo DiCaprio es un icono lésbico, representaba una masculinidad nueva en aquel tiempo. La escena de sexo es una inversión total de las convenciones: es ella quien está encima de él, quien lo reconforta, y es él quien se queda sin aliento”, dijo Sciamma a So Film en 2019. Los dos actores no eran todavía las superestrellas en que se convirtieron después, por lo que la dinámica de poder entre ambos se inscribía en una relativa igualdad, como sucedía entre sus personajes: Rose pertenecía a la clase alta y Jack era pobre, lo que reequilibraba la clásica dominación de género. “Lo que comparte mi película con Titanic es la idea de que las mayores historias de amor son emancipatorias y que verlas terminar es el precio que debemos pagar en aras de nuestra realización personal. Es una de las pocas películas que asevera que el amor puede aportar cosas positivas, incluso cuando ha terminado. En mi opinión, esa es una de las razones ocultas de su increíble éxito”. La muerte de Jack no era, en el fondo, el final de la historia.
Céline Sciamma: “La película es totalmente ‘queer’. Leonardo DiCaprio es un icono lésbico, representaba una masculinidad nueva. La escena de sexo invierte todas las convenciones”
El caso de Sciamma es representativo del arraigo que Titanic ha tenido en el imaginario de los cineastas y escritores LGTBI. En lo formal, podemos subrayar su estatus de película camp. Ahí está su maravillosa desmesura y sus inadecuaciones históricas (en su camarote, Rose llevaba Las señoritas de Aviñón, de “un tal Picasso”), así como el personaje de la insumergible Molly Brown (Kathy Bates), cuya personalidad desborda “artificio, teatralización, ironía, travesura y exageración”, siguiendo la famosa definición que dio Susan Sontag de ese término. Pero hay más. El escritor y periodista británico Louis Staples la releyó hace unos años en clave de coming out narrative (o “narrativa de la salida del armario”) en referencia a Rose, que acaba la película desligada de su clase social de origen y de los corsés con los que la época oprimía a su género: en uno de los planos finales, Cameron la muestra vistiendo pantalones y montando a caballo, lejos del infeliz destino que el contexto histórico reservaba para ella.
Esa desobediencia respecto a la pseudonorma social constituyó un importante factor de identificación para las minorías sexuales. Es el caso, por ejemplo, del escritor Ocean Vuong (Ho Chi Minh, Vietnam, 1988), que en su libro autobiográfico En la tierra somos fugazmente grandiosos incluye una especie de remake en clave queer de la famosa secuencia en la que Winslet cree estar volando. Cabe recordar que Rose está ausente de la otra escena mítica de la película —el “Soy el rey del mundo” que grita DiCaprio—, protagonizada por Jack y su mejor amigo, Fabrizio, cuya relación (situada, para algunos, entre lo homosocial y lo homoerótico) ha sido objeto de fanfiction de gran calidad.
Los ejemplos abundan demasiado para ver en ello una mera casualidad. El director Xavier Dolan (Montreal, 1989) la vio en los cines cuando tenía 8 años con su madre. Fue la primera “de más de un centenar de veces, en total”, según su confesión. “Nunca imaginé que las cosas pudieran producirse de una forma tan opulenta. Esa ambición y esa escala me parecían extraterrestres. Me enseñó que el tamaño de mis sueños podía ser ilimitado”, afirmó a Vanity Fair. Dolan se ha referido a Titanic como la principal influencia a la hora de rodar Laurence Anyways, la historia a lo largo de varias décadas de un hombre que decide emprender una transición de género. “Quise que fuera igual de épica y ambiciosa”, afirmó tras su estreno. Y ha hablado de Winslet como modelo de conducta: “La forma en que caminaba y hablaba definió quién soy. Usé la película de todas las maneras posibles para convertirme en el hombre que soy”.
El belga Lukas Dhont (Gante, 1991), nominado al Oscar por Close, experimentó la película por primera vez en boca de su madre. Tenía seis años y la esperó despierto a que volviera del cine para que se la contara. Se convirtió en un ritual: cada día, su madre le relataba una escena de la película a la hora de dormir. “Ahí sitúo el nacimiento de mi pasión por el cine”, aseguró el director a la revista Knack. “Pasaron otros seis años hasta que pude verla por mí mismo. Quedé impresionado por la posibilidad de desaparecer por completo en una película. Se convertiría en un hábito ver Titanic al menos una vez al año. Pero esa primera vez fue la confirmación definitiva de lo que quería hacer en mi vida en ese momento: rodar películas que entretuvieran a la gente a la misma escala, impactar a la gente a través del cine. Y, en primer lugar, a mi madre”.
Isabel Sandoval: “El público LGBTI está familiarizado con la supresión del sentimiento romántico a causa de los prejuicios y las barreras sociales, como sucede en la película entre Jack y Rose”
La directora trans Isabel Sandoval (Cebú, Filipinas, 1982), responsable de Lingua franca y de la miniserie Por mandato del cielo, es otra admiradora de la película. “No creo que me influyera como cinéfila en ciernes, pero sí fue un ejemplo cinematográfico de amor frustrado, de amantes separados por el destino o las circunstancias, lo que logra marcar más al espectador que un final feliz. El deseo insatisfecho es el que define a los humanos y Titanic, con su grandeza operística, magnifica ese desamor más que cualquier otra película de estudio”, responde la directora desde Nueva York. “Diría que eso jugó un papel definitivo en el gusto por la película del público queer, familiarizado con la supresión del sentimiento romántico a causa de los prejuicios y las barreras sociales, como sucede en la película entre Jack y Rose”.
Para el escritor francés Édouard Louis (Abbeville, 1992), autor de Para acabar con Eddy Bellegueule, crónica de una infancia marcada por las vejaciones homófobas en su familia de clase obrera, Titanic fue también un bote salvavidas. “Fue central durante mi infancia. La veía unas 10 veces a la semana, una al día y los fines de semana, dos. Mi padre se enfadaba, porque decía que era una película de niñas”, relata en un correo electrónico. Y, en un extraño gesto de empatía, se la terminó regalando por su cumpleaños en la versión de coleccionista —”demasiado cara para él, para nosotros”— junto a un álbum de fotos de la película. Louis también observa en Titanic algo absolutamente queer. “Lo que produce la identificación de los gais con esta película es el tema de la asfixia, del deseo de huir. Es lo que encarna el personaje de Rose, encarcelada en un mundo que la rechaza. Es lo que sienten la mayoría de personas LGTBI durante la construcción de su identidad”, señala Louis. “El confinamiento es una segunda naturaleza para nosotros”.
Para Louis, el personaje de Rose fue algo parecido a su primer icono gay, “como para otros lo fueron Madonna, Britney Spears o Rihanna”. Como todas ellas, Rose era una figura que ofrecía una imagen de fuerza y autoafirmación, contrapuesta “a las sombras, el secretismo y la vergüenza” que el escritor experimentó durante su infancia y juventud. “Los gais sueñan a menudo con esa luz, escondidos en el dormitorio de su infancia, para no ahogarse en la oscuridad que impone el odio homófobo”, afirma Louis. Rose desempeñó ese papel para él. “Por eso pasé parte de mi infancia imitándola, en secreto, en mi habitación”.