El ‘youtuber’ que se infiltró en la secta de El Palmar de Troya: “Comprobé el alto grado de manipulación y de lavado de cerebro”
Experto en sectas de todo tipo, Carles Tamayo hace periodismo de investigación barato por necesidad (y molesto por vocación) para luego contarlo todo a sus 325.000 seguidores en YouTube
Aunque ya no hiciese nada más en ese terreno (y, créanlo, no tiene la menor intención de quedarse quieto), Carles Tamayo pasaría a la historia del periodismo de investigación de este país como el hombre que consiguió infiltrarse en El Palmar de Troya. Natural de El Masnou, provincia de Barcelona, de 27 años, Tamayo fue palmariano (de pega) por unos días, acólito eventual de la secta que tanto protagonismo tuvo en la crónica ...
Aunque ya no hiciese nada más en ese terreno (y, créanlo, no tiene la menor intención de quedarse quieto), Carles Tamayo pasaría a la historia del periodismo de investigación de este país como el hombre que consiguió infiltrarse en El Palmar de Troya. Natural de El Masnou, provincia de Barcelona, de 27 años, Tamayo fue palmariano (de pega) por unos días, acólito eventual de la secta que tanto protagonismo tuvo en la crónica negra de la España de los ochenta, cuando la lideraba Clemente Rodríguez, el célebre papa Clemente.
Tamayo se desplazó a la localidad sevillana, antes perteneciente al municipio de Utrera, y pasó varios días inmerso en un proceso de iniciación a su nueva fe (la Iglesia Cristiana Palmariana de los Carmelitas de la Santa Faz) supervisado por un veterano acólito, un tal Joaquín, que se convirtió en su sombra y con el que llegó a desarrollar, según reconoce, “una relación de extraña empatía”. Allí descubrió por qué la palmariana es una secta con todas las letras y no una simple religión minoritaria o un culto extravagante. Comprobó en sus propias carnes, según nos cuenta, “el alto grado de manipulación y de lavado de cerebro” inherente a cualquier entramado sectario.
Tamayo estuvo brillante en su papel de joven voluble, desorientado, más que dispuesto a renunciar a todo para asomarse a “la vida nueva” que los palmarianos prometen. Luego contó la experiencia a los más de 325.000 seguidores de su canal de YouTube. En cuanto la serie de reportajes dedicada a El Palmar empezó a tener repercusión, fue excomulgado, injuriado y sometido a un delirante acoso en las redes por parte de los seguidores de este culto fundamentalista y herético.
“Gajes del oficio”, concede Tamayo, un francotirador de la comunicación que se ha propuesto hacer periodismo digital “con rigor, ironía, respeto y humor” y al que las circunstancias de la vida han convertido en experto en sectas. Aunque no solo religiosas, según matiza, “sino también comerciales y educativas”. Cualquier culto fraudulento, en fin, que te prometa lo que no puede darte (certezas, respuestas, consuelo) y a cambio te aísle de tu entorno, te arrebate la autonomía como individuo y te vacíe los bolsillos. El documentalista independiente ha identificado ya a unas cuantas. Se dedica a exponerlas en su propio canal, en el que ejerce de hombre orquesta al frenético ritmo de un reportaje por semana, pandemia mediante, sin más apoyo que el de Óscar Larraga, que ha hecho de cámara en alguna de sus piezas, incluidas las de El Palmar.
Tamayo estudió realización en la ESCAC, una de las mejores escuelas de producción audiovisual de España, en Tarrasa (Barcelona). Como tantos otros youtubers, creó su propio canal para poder practicar en él las técnicas que había aprendido y, de paso, contar su vida a una audiencia que en principio imaginaba muy minoritaria pero que no ha dejado de crecer desde entonces. La suya ha sido hasta la fecha una vida ajetreada, propia de una persona joven, dinámica y con un sentido innato de la aventura. Pasó varios meses viviendo en un barco anclado en el puerto, ejerció de realizador independiente en Londres, visitó los campos de refugiados saharauis en Argelia. Se buscó los garbanzos con entusiasmo y constancia, con un pie en la precariedad juvenil y otro en la bohemia tecnológica.
Por fin, en primavera de 2019, topó casualmente con un risible grupo de estafadores que se hacían pasar por miembros de la secta de los Illuminati y trataban de captar donaciones desde Nigeria. Tiró del hilo con instinto de periodista sobrevenido y encontró un filón en los cultos y tinglados sectarios, en estafas piramidales que arrebatan a gente crédula (o desesperada) su capital espiritual, su esperanza y su fe en la vida. Hoy se gana la vida explotando su canal con estajanovista disciplina y actitud lúdica: “Soy un youtuber. Lo digo con naturalidad y sin complejos de ningún tipo”, nos cuenta; “no soy como el Rubius, porque no tengo ingresos que justifiquen un exilio fiscal en Andorra, pero me gano la vida a través de esta plataforma”. Sus padres seguían esta actividad suya con un cierto escepticismo, como si se tratase de un simple capricho, hasta que comprobaron que “empezaba a tener ingresos estables, lo suficiente como para considerarlo una profesión”. Desde entonces, lo que más recibe de su entorno familiar es un consejo que las circunstancias le invitan a ignorar una y otra vez: “No te metas en líos”.
A medio plazo, Tamayo se ve “haciendo reportajes algo más ambiciosos, con una realización más pulcra”. Se siente inmerso en un proceso de aprendizaje que incluye “hacer las cosas cada vez mejor, hasta consolidar una marca personal”. A lo que no piensa renunciar es a su estilo de comunicación fresco y directo, con un sentido del humor a menudo irreverente que, en su opinión, “no tiene por qué ser incompatible con el rigor periodístico, porque de lo que se trata es de documentarse bien y contar historias reales que tengan verdadero interés”. Cuando acudió invitado a los estudios de Telecinco (le hicieron una breve entrevista en el programa Viva la vida), a Tamayo le resultaba fascinante la sofisticada opulencia del periodismo ‘oficial’: “Yo podría hacer cuatro o cinco reportajes con el dinero que ellos se gastaron en llevarme a Madrid para una intervención de apenas un par de minutos”.
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