¿Cómo desapareció la música de la televisión? Una historia de audiencias, rivalidad y desengaño
En los años setenta y ochenta los programas con canciones en directo eran habituales y variados en la parrilla. En los noventa, se volvieron estrictamente comerciales. Y en el siglo XXI desaparecieron. Hoy, ejemplos como ‘Un país para escucharlo’ apasionan, pero no son lo mismo, y fenómenos como ‘Cachitos...’ entusiasman, pero no a todo el mundo
El grupo de rock Ilegales actúa en directo para el programa Qué noche la de aquel año de Televisión Española. Jorge, el líder de la banda, canta (“tengo un problema, un problema sexual: soy una bicicleta”), toca la guitarra, hace gestos extraños y parece desquiciado. En mitad de una parte instrumental abre mucho los ojos e improvisa, vocalizando cuidadosa y enfáticamente: “Señora, si no le gusta mi careto, cambie de canal”. Es ...
El grupo de rock Ilegales actúa en directo para el programa Qué noche la de aquel año de Televisión Española. Jorge, el líder de la banda, canta (“tengo un problema, un problema sexual: soy una bicicleta”), toca la guitarra, hace gestos extraños y parece desquiciado. En mitad de una parte instrumental abre mucho los ojos e improvisa, vocalizando cuidadosa y enfáticamente: “Señora, si no le gusta mi careto, cambie de canal”. Es 1987 y un espectador —lo mismo da una señora que un fanático del rock sinfónico— harto del careto de Jorge Ilegal no tiene muchas opciones: o se resigna y confía en que la siguiente canción le gustará más (será Hola, mamoncete, sobre la irrupción de un vendedor de droga en un bar) o se pasa al otro canal de Televisión Española, en el que seguramente estén emitiendo otro programa musical.
Aquella abundancia de contenidos musicales en televisión duró poco más de veinte años (los que van, aproximadamente, de finales de los sesenta a principios de los noventa) pero dejó muchos nombres inolvidables —de Paloma Chamorro a Moncho Alpuente— un archivo impagable y una pregunta en el aire que se renueva con cada exitosa emisión de Cachitos de Hierro y Cromo: ¿por qué ya no se producen programas como aquellos, dedicados a “informar, formar y entretener”, en palabras de Sandra Sutherland, del programa Pista Libre (1982-1985)?
En su tesis Cuando la música desapareció de televisión, la periodista Alicia Álvarez Vaquero (Tita Desustance en redes), indica que los programas musicales perdieron su carácter periodístico con la llegada de las cadenas privadas en 1990: entonces TVE empezó a competir por la audiencia y fue abandonando su vocación de servicio público, alejándose de los contenidos divulgativos.
Si antes existía, como mínimo, un programa ocupado por números uno, con el formato de las radiofórmulas en La Primera, y varios dedicados a propuestas más arriesgadas en La 2, los noventa fueron años durante los que la oferta se redujo y se orientó hacia los artistas más comerciales. Además, se volvió al playback, cuando el sonido en directo había sido una de las señas de identidad de programas como La Edad de Oro, que pretendía reproducir la experiencia de acudir a una sala de conciertos, cubatas entre el público incluidos. Fue casi una profecía autocumplida: al final de la década los directivos de televisión afirmaban que un espectador que enciende la tele y se encuentra con alguien cantando, cambia inmediatamente de canal.
A partir del año 2000 todo cambió (se emite la primera edición de Gran Hermano y el acceso doméstico a Internet se extiende muy rápidamente), así que los teóricos dieron por superadas las etapas de la “paleotelevisión” y la “neotelevisión” descritas por Umberto Eco, e inventaron el término hipertelevisión para referirse al nuevo paradigma. Los contenidos característicos de la hipertelevisión están protagonizados por sus propios acontecimientos (y no por lo que sucede en el mundo exterior); convierten lo privado en espectáculo, y son aquellos en los que la ficción y la información apenas pueden distinguirse. Justo como ocurre en Operación Triunfo.
Pero los récords de audiencia de los programas de talentos musicales no resultaron en la producción de nuevos programas sobre música. Más bien al contrario: de ellos se aprovechó todo lo que no tiene que ver con la música para, prescindiendo de ésta, enfocarlos a otras disciplinas, de la cocina a la costura, pasando por el modelaje y el diseño de interiores). En consecuencia, los aficionados y profesionales más jóvenes, como la periodista Patri Di Filippo (presentadora y redactora de Mala Hierba, sobre sellos independientes en Radio Primavera Sound) han crecido sin ningún espacio musical de referencia.
Di Filippo vivió en Italia hasta los diez años, es decir, hasta 2005. “Allí la MTV no solo no era de pago, sino que tampoco era un simple repositorio de retransmisiones estadounidenses. Entre todos los programas propios que se emitían, hay uno que recuerdo con especial cariño: Total Request Live, un magacín diario de tarde en el que hacían entrevistas y pequeños directos con artistas nacionales e internacionales, votaciones por el álbum de la semana a través de SMS, y cosas así. Luego llegué a España y la tele era un páramo en cuanto a contenidos musicales”.
Hoy cualquier consumo audiovisual está atravesado por las lógicas y posibilidades de Internet. La guionista y crítica de televisión Diana Aller se muestra escéptica respecto a una posible reaparición de los programas musicales: “Cuando llegó internet, se creó una salida natural, un respiradero a todos los estilos que se habían quedado fuera [de la TV]. Ahora que la televisión ha quedado relegada a medio para gente madura, la información, comunicación y opinión musical se adapta a las decenas de formas de consumo online sin que se eche de menos contenido musical en la tele”. Y continúa: “La música, entonces en manos de discográficas usureras, sufrió un abandono importante en la televisión de los noventa y la década de los 2000 y ahora, de alguna forma, Internet, con todo el horror detrás de plataformas millonarias, se ha cobrado una venganza moral con respecto a ese menosprecio.”
Borja Terán, crítico de televisión y autor de Tele. Los 99 ingredientes de la televisión que dejan huella está de acuerdo con que las actuaciones en playback como las que se vieron en Música Sí y Música Uno (las dos últimas grandes plataformas de promoción de música comercial en la televisión pública) han perdido su razón de ser. Sin embargo, sí que cree que la música puede seguir funcionando “si aprende de la televisión más artesanal”, explica Terán. “Si detrás del número musical hay un concepto escénico, si la música sirve como excusa para ir más allá, la gente sí que se queda, porque se crea un acontecimiento, que es lo más importante en televisión”.
Terán reivindica la televisión de autor de los setenta, una televisión creativa “realizada por artistas que se atrevían a jugar, como Valerio Lazarov”. “Hoy los artistas desconfían, temen que los acusen de hacer cosas raras en un plató y por eso muchas veces en las promociones los músicos ni siquiera cantan. Tienen miedo a perder el interés del espectador cuando, bien planteada, su actuación podría convertirse en gran entretenimiento televisivo, que es el que inspira”. También echa de menos “la valentía y el sentido de la diversidad de la televisión pública, que llegó a producir hasta 15 programas musicales simultáneamente; uno para cada estilo”.
En cualquier caso, Terán sostiene que la música volverá a brillar en televisión cuando sea capaz de crear una expectación equivalente a la que generan las galas de MTV —que ha sabido mantener su marca pese a haberse convertido, en el nuevo siglo, en algo más parecido a una plataforma de programas de telerrealidad juvenil—. “La televisión tiene que ser más atrevida, tiene que convencerte de que vas a ver por primera vez una canción como nunca la has visto. La televisión, y esto no va a cambiar aunque cambie la ventana o la plataforma, consiste en contar algo con mirada propia, y para eso debe recuperar la figura del director artístico, tan desaparecida, debe confiar en creadores que se atrevan a contar historias con la imaginación, historias traviesas, corrosivas, mordaces… como los propios espectadores. Si Eurovisión nos sigue llamando tanto la atención es porque cada actuación es una propuesta y tenemos que aprender de eso. Artistas como Lady Gaga lo saben y en sus videoclips o en la gala de MTV dan ese giro y enriquecen sus canciones para que nos entren por los ojos”.
La fenomenal acogida de Cachitos de Hierro y Cromo parece darle la razón. Borja alaba el programa de La 2: “Funciona tan bien porque recupera y permite recordar, pero también descubrir. Además, incorpora un punto inédito al proyectar esos rótulos que contextualizan con la fuerza de la ironía”. Cachitos se empezó a emitir en las Navidades de 2011 y desde entonces se ha convertido en un fenómeno —multiplica por ocho la audiencia habitual de La 2— sobre el que no existe unanimidad. Si bien la mayoría de espectadores encuentran divertidos sus rótulos, voces tan autorizadas como Jesús Ordovás o Diego Manrique (cerebros detrás de muchos de los programas de los que Cachitos se nutre y toma sus cortes) se han quejado. Ordovás, por ejemplo, ha dicho del programa que “trocea el mejor archivo televisivo de España para provocar risitas (…) banalizando lo que se le ponga por delante”. Según Manrique, “su impacto bloquea la posibilidad de confeccionar otros hipotéticos programas que exploren la música como expresión artística” (Manrique). En aquella misma entrevista de 2018, el crítico musical Jesús Ordovás también afirmaba: “Es lo único que echo de menos en mis años de jubilado: programas decentes en TVE”.
Con todo, Un país para escucharlo, presentado por Ariel Rot y actualmente en La 2, invita a cierto optimismo. En este programa, el rockero argentino recorre España como un peregrino, visitando a varios de los músicos más significativos de cada región. Ariel se gana con inteligencia a sus invitados, es elegante y les cede protagonismo, a veces enriquece con su guitarra los temas ajenos y permite que el diálogo entre generaciones sea fluido; por ejemplo, en el último episodio se pudo ver y escuchar a Cala Vento (que lanzaron su primer disco en 2016) y a Pau Riba (que lo hizo en 1967).
Pero quizá la supervivencia de programas como este, con su formato de documental de carretera (no existen escenario o plató, los músicos tocan, charlan y desvelan sus intimidades en distintos paisajes), el gran alcance del Festival In-Edit, dedicado al cine documental musical, o el éxito de Cachitos se puedan interpretar, paradójicamente, como la confirmación de que la música en televisión está paralizada. Entre la nostalgia de archivo y el cine documental no queda espacio para la música en directo, que es, precisamente, la que más sensaciones inesperadas y momentos insólitos ofrece.
Estos días C. Tangana promociona su nuevo disco. Hace años habría pasado por más de un programa para defender sus nuevos temas y hablar de su trabajo; hoy apenas ocupará unos segundos en la unidad informativa de cultura de algún telediario. Quizá sea un problema para aquellos a los que, como por cierto cantaba Jorge Ilegal en otra estrofa de Problema Sexual en 1987, “les guste ver la televisión”.
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