¿Cómo se organiza la gente con una vida sexual muy activa? “Que vivan cerca”, “que tengan coche” y todo en un Excel
Las ‘apps’ y el final de la hegemonía de la pareja tradicional han facilitado que se multipliquen los encuentros sexuales. La cuestión es, llegados a cierto punto, cómo se compagina con la familia, los amigos y el trabajo
Los métodos anticonceptivos, los tratamientos médicos, la tolerancia y social y un rosario de aplicaciones de citas han posibilitado que, quien lo desee, pueda tener casi tantos encuentros sexuales como desee. Dejando a un lado el problema de que el sexo se convierta en un adicción, la tendencia es un hecho: en septiembre, la revista estadounidense New York Magazine publicaba un reportaje de portada titulado “Ha llegado la era dorada del zorrerío”. Cuando el sexo se convierte en algo tan presente en la vida que casi es un deporte de élite, la pregunta es: ¿cómo hace uno para coordinarlo con el resto de los aspectos de su vida?
Para averiguarlo, hemos hablado con tres personas a las que hemos llamado Walter. El nombre no está elegido al azar. Walter es el seudónimo de un caballero victoriano que vivió a finales del siglo XIX y que, en su libro My Secret Life (1888), además de ofrecer un retrato minucioso de su tiempo, describe con detalle sus relaciones carnales con unas dos mil mujeres, “de veintisiete reinos, imperios o países, más de ochenta nacionalidades, incluyendo todas las de Europa, salvo Laponia”. Esta obra, que supera las conquistas de Casanova, fue definida por Jaime Gil de Biedma como “el más extenso y prolijo informe jamás escrito sobre la experiencia erótica de un ser humano del sexo masculino”.
No lo parece, pero aún hay gente que, como Walter, no deja de pasárselo bien. Y eso que ser promiscuo, en esta época, tiene especial mérito. Según las estadísticas, el sexo, especialmente entre los jóvenes, está en decadencia. Los que resisten, a cambio, disponen de herramientas tecnológicas ilimitadas.
“Lo fundamental para mantener sanas las relaciones personales es la proximidad”, afirma uno de los entrevistados. En su caso, ha tenido la suerte de trabajar desde casa, con un horario flexible, y de vivir cerca tanto de sus dos parejas como de muchas de sus amistades.
Walter, el primer hombre que presentamos, pone como condición que la entrevista sea en persona. “Algo así de íntimo no puedo tratarlo por teléfono”, se disculpa. La cita es en un bar del centro de Madrid, más cerca de la Puerta del Sol que del Retiro. Y ahí, a plena luz, a la vista de todos, esta persona, que resulta ser inteligente y encantadora, revela el método que utiliza para satisfacer lo que, en su opinión, son “simples necesidades fisiológicas”. El entusiasmo que muestra por el placer es, como mínimo, poco corriente.
—De modo que usted practica mucho sexo.
—Así es, yo follo mucho. Es parte de mi identidad.
—¿Cuánto es mucho?
—Depende. La semana pasada fueron tres veces.
—Bueno, nada mal.
—Tres veces al día. Con personas distintas.
¡Qué buena memoria debe de tener esta persona!, piensa uno al intentar comprender cómo es posible acordarse del nombre de tantísima población. Según Walter, el secreto para estar con tanta gente (¿21 a la semana?) es “follar bien y tener una buena agenda”. Su truco consiste en guardar todos sus ligues con la misma nomenclatura: nombre, apellido y la palabra vecino. Así, al escribir esa palabra en su buscador de WhatsApp, se despliegan al instante treinta, cuarenta o cincuenta conversaciones con personas con las que ha quedado alguna vez. Gente del barrio o de los alrededores que, potencialmente, acuden a la llamada a cualquier hora del día. Los encuentros, según cuenta, pueden durar 15 minutos o dos horas: depende de la conexión.
—Si eso falla, me quedan las apps de ligar.
—¿Cuál es su truco en el cortejo? ¿Hablan durante un rato?
—Sí. O simplemente le escribo: ‘¿Vienes y me la comes?’
La clave del éxito en el método de Walter reside en haber construido una amplia red vecinal, saltándose todos los pasos tradicionales de la seducción. El logro resulta especialmente llamativo en una sociedad donde cada vez es más raro saber siquiera el nombre de quien vive al lado. Un estudio reciente afirma que el 56 % de los españoles no conoce el nombre de sus vecinos y que un 76 % nunca ha quedado con ellos de forma deliberada. No es el caso de Walter.
“En realidad era capaz de conectar emocionalmente con muchas de esas personas. Lo que más me agobiaba era que a veces me costaba recordar de qué había hablado con cada una de ellas. Te puedes imaginar que tuve más de una cagada.”
El Walter original, el caballero victoriano cuya verdadera identidad podría haber sido la de Henry Spencer Ashbee, un magnate del comercio ultramarino y coleccionista de ediciones raras del Quijote, siempre se enorgulleció de su vida. Prueba de ello es que, ya en su senectud, pagó la nada desdeñable cifra de mil guineas a un librero de Ámsterdam para que imprimiera algunos ejemplares de su libro. Sin embargo, no todo el mundo recuerda con la misma indulgencia las tácticas que emplearon para optimizar el goce.
Walter, así llamamos también al segundo protagonista de este reportaje, vive hoy una relación “felizmente monógama” y lamenta, a través de varios audios de WhatsApp, algunos aspectos de sus años más activos sexualmente. Se le daba bien “jugar a Tinder” y tampoco se le daba mal entablar conversación en las discotecas, intercambiar Instagrams y volver a casa acompañado. Pero su momento de mayor actividad llegó en los meses posteriores a la pandemia, hacia 2021.
Con los locales nocturnos cerrados y las posibilidades de conocer gente reducidas al mínimo, surgieron entonces varios gurús de la seducción que proponían un método supuestamente infalible para optimizar el arte del ligue. Lo llamaron Day Game. La técnica consistía en aprovechar cualquier ocasión para detener a una persona por la calle, hablar con ella y pedirle su número. Según recuerda Walter, el gurú recomendaba no volver a casa sin haber acumulado al menos veinte rechazos: así, decía, se entrenaba la confianza. Salir a comprar el pan, caminar hacia el trabajo o leer en un parque se convertían en excusas ideales para entablar conversación con quien se cruzara en el camino.
El Day Game, cuenta Walter, dio excelentes resultados. Tenía una lista en el móvil con los nombres de todas las personas con las que se había acostado y, aunque no revela la cifra exacta, asegura que superaba el centenar. Llegó a quedar con alguien distinto casi cada día de la semana. “En realidad era capaz de conectar emocionalmente con muchas de esas personas”, dice Walter. “Lo que más me agobiaba era que a veces me costaba recordar de qué había hablado con cada una de ellas.” Su táctica, en caso de duda, era callarse para no repetirse. “Aun así, te puedes imaginar que tuve más de una cagada.”
“El secreto para estar con tanta gente es follar bien y tener una buena agenda”
En My Secret Life, Walter, el Walter victoriano que tal vez en realidad se llamaba Henry, afirma no querer pasar por un “Hércules de la copulación” y, en efecto, no transmite la sensación de querer exhibir ninguna proeza viril. Sin embargo, reconoce que, en su método de seducción —como también ha planteado recientemente la cineasta Celine Song en su película Materialistas—, las parejas, amorosas o sexuales, se evalúan y se eligen en función de su “valor de mercado”, y que siempre ayuda tener dinero, pasear con el bolsillo lleno de monedas.
Es la misma conclusión a la que se llega al escuchar el siguiente testimonio, en este caso de una Walter, de quien, en estado de soltería, llegó a elaborar un Excel con todas las personas con las que quedaba durante un mismo periodo de tiempo —según afirma, podían ser más de diez—. En la hoja incluía detalles como la dirección, una nota del 1 al 10 que evaluaba sus dotes de amante, su especialidad en postura sexual y una casilla reservada para recordar si esa persona disponía o no de vehículo.
—¿Por qué era tan importante saber si tenía coche?
—Pues porque soy muy vaga.
Vivimos vidas aceleradas. Ubicar los momentos de placer en el calendario puede suponer un reto. En ocasiones, las personas se ven obligadas a planificar con ingenio sus encuentros sexuales dentro de sus apretadas agendas. Y aún más complicado que tener muchas citas puede ser tener más de una pareja. Es el caso de un cuarto Walter, quien de todos los que han sido llamados Walter en este artículo es quizá al que más le encaja el nombre. Hasta hace poco mantenía dos relaciones simultáneas, y una de sus parejas tenía, a su vez, otra pareja. Los cálculos para organizar planes y encontrar momentos de intimidad no eran siempre sencillos.
“Lo fundamental para mantener sanas las relaciones personales es la proximidad”, afirma el cuarto Walter. En su caso, ha tenido la suerte de trabajar desde casa, con un horario flexible, y de vivir cerca tanto de sus dos parejas como de muchas de sus amistades. Reconoce que uno de los mayores retos a la hora de organizarse en pareja —o, mejor dicho, en parejas— han sido los viajes. “Somos amigos entre todos, y muchas veces coincidimos mis dos parejas y las dos parejas de una de mis parejas. Y ahí, a su vez, surgían dos posturas: quienes preferían que nadie durmiera con nadie, para no pensar que su pareja estaba pasando la noche con otra persona, y quienes optaban por turnarse de cama.”