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52 años protestando: Amar Bharati, el hombre que no baja el brazo derecho desde 1973

Una canción del nuevo disco de Jeff Tweedy, líder de Wilco, ha hecho que resurja el interés en el santón hinduísta que alzó el brazo hace 52 años en señal de protesta y no lo ha vuelto a bajar

52 años con el brazo en alto, sin bajarlo ni para rascarse el cogote. En eso consiste la peculiar hazaña de Amar Bharati, la obra de su vida. Bharati, un santón hinduista de alrededor de 75 años (él mismo asegura que no recuerda con precisión su fecha de nacimiento), levantó el brazo en homenaje al dios Shiva y como acto de protesta contra la agresividad del ser humano un día de 1973. Como un Wakefield, un Bartleby o un Werner Herzog obsesionado por la conquista de lo inútil, Bharati mantiene su brazo alzado contra toda lógica, en un alarde de extraña coherencia y obstinación casi suicida.

Jeff Tweedy acaba de dedicarle una canción en su último álbum, Override Twilight, editado hace apenas unos días. La letra de la canción, titulada Amar Bharati, describe la gesta del hombre con palabras sencillas y precisas: “El brazo de Amar Bharati sigue en el aire, sigue en el aire, desde 1973. Cada día, cada día, desde 1973”.

Para calibrar la magnitud exacta de la penitencia que Bharati se impuso a sí mismo, basta con recordar que el año en que levantó su brazo derecho Leonidas Breznev lideraba aún la Unión Soviética, Richard Nixon presidía Estados Unidos y Francisco Franco continuaba residiendo en el palacio de El Pardo. Mark Spitz acababa de proclamarse séptuple campeón olímpico en Múnich, el Ajax de un imperial Johan Cruyff había renovado su título de campeón de Europa de fútbol y el australiano Patrick White había obtenido el premio Nobel de literatura. Más aún: concluían las guerras de Vietnam y Yom Kippur, un golpe de estado derribaba a Salvador Allende en Chile y estallaba la crisis del petróleo.

El mundo ha seguido desde entonces dando caóticos bandazos y descarrilando en múltiples recodos, pero Bharati y su brazo se han quedado quietos. Su terca perseverancia despierta de vez en cuando la atención de la prensa y es así, gracias a la media docena de entrevistas que ha ido concediendo a lo largo de los años, como conocemos los detalles de su historia.

Al parecer, Bharati nació en torno a 1950, vivía en Delhi y fue empleado de banca hasta pasados los 20 años. Tuvo mujer e hijo y vivió, según su propia confesión, una vida trivial y mundana. En 1973 experimentó una epifanía religiosa que le dejó noqueado y decidió renunciar a todo para convertirse en un sadhu, un místico penitente.

Alzar el brazo para no bajarlo nunca más fue su peculiar manera de agradecer a los dioses que le permitiesen acceder a la dimensión más elevada de la existencia, la del ascetismo y la vida contemplativa. También una forma como otra cualquiera de implorar la paz en el mundo: “No pido mucho. ¿Por qué tanto odio y enemistad, por qué nos hacemos tanto daño unos a otros? Quiero que todos los indios y que todos los ciudadanos del mundo podamos vivir en paz”, explicó en su día.

Cartílagos secos

Los primeros años de su viaje inmóvil de más de medio siglo fueron, según ha explicado, una auténtica tortura. La inmovilidad del brazo le causaba dolores atroces y le impedía dormir. Pese a todo, perseveró en su proceso de mortificación ritual. A partir del tercer año, perdió el control de la extremidad, que empezó a convertirse en lo que es ahora, un escueto filamento de hueso y carne necrosada desprovisto de terminaciones nerviosas.

Los cartílagos del codo y el hombro se secaron. El dolor desapareció en cuanto el apéndice completó su transición a miembro fantasma. Hoy, hombre y brazo siguen conectados, pero coexisten el uno de espaldas al otro. Uno está en el aire y el otro en la tierra. Los especialistas que se han interesado por su caso aseguran que el estado de rigidez y anquilosamiento severos que padece la extremidad hace que moverlo resulte ya imposible.

Esa es, al menos, la versión oficial. Algunas fuentes se distancian del relato de Bharati, imposible de verificar a estas alturas. Ven un brazo necrosado e inmóvil en una posición antinatural, pero les cuesta creer que no se haya movido en 52 años. Tampoco falta quienes se obstinan en convertir a Bharati en carne de meme. Hace unas semanas se decía que el sadhu está a punto de batir el record mundial de brazo alzado de Adolf Hitler y Elon Musk.

Jeff Tweedy, durante los ensayos previos a la grabación de su álbum, publicó un texto en Substack en el que respaldaba al santón, convertido desde hace décadas en una celebridad local con cientos de seguidores: “Incluso la Wikipedia parece dudar de sus palabras. ¡Pero yo te creo, Amar”. El músico norteamericano añade que la protesta de Bharati le resulta “conmovedora”, aunque también le genere “confusión” y una cierta “repulsa” íntima: “En última instancia, apoyo a Amar, porque considero que el suyo es un acto constructivo. Podría argumentarse que también está destruyendo algo, una parte de su propio cuerpo. Pero ahí sigue. En el aire”.

¿Para qué?

Bharati es, en cualquier caso, uno de esos poetas de lo esteril, lo desmesurado y lo superfluo que proliferan en tradiciones místicas de todo tipo. Gente a la que un impulso íntimo lleva a realizar promesas extravagantes que acaban determinando sus vidas o poniendo en peligro su integridad. Es el caso de los penitentes empalaos de Valverde de la Vera, que cada año se embarcan en una mortificante procesión por las calles de esta localidad extremeña con gruesas sogas de esparto ceñidas por todo el cuerpo, de las caderas a la punta de los dedos. O el de Jorge y Julio, fervorosos acólitos de esa religión laica que es la selección de fútbol de Argentina, que peregrinaron de rodillas a sendos monumentos (El Gorosito de Santa Cruz y el Obelisco de Buenos Aires) para celebrar la victoria de su equipo en el mundial de Qatar.

Hay otros conquistadores de lo inútil que responden a una voz interior tal vez menos trivial, más genuina. Es el caso del alemán Heinz Stücke, que pasó más de medio siglo pedaleando en solitario por los cinco continentes. ¿Su excusa? Quería verlo todo. Bharati tiene en común con Stücke la pretensión de llevar una vida radicalmente distinta a la de (casi) todos los demás, y hacerlo contra todo sentido común y toda definición convencional de la cordura, escuchándose y obedeciéndose solo a sí mismo. De ahí que a tantos terrícolas, empezando por Jeff Tweedy, les resulte fascinante su extraña historia.

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