Lecciones de moda de Napoleón
En indumentaria y batallas, Bonaparte supo estar a la altura de las circunstancias manteniéndose fiel a su estilo
Recibí emocionado la invitación para los Premios ICON pensando que igual me caía el de columnista del mes. Pero de tanto pensar en qué ponerme se me pasó la fecha. Mi idea era lucir algo estilo imperio como homenaje al Napoleón de Ridley Scott, ...
Recibí emocionado la invitación para los Premios ICON pensando que igual me caía el de columnista del mes. Pero de tanto pensar en qué ponerme se me pasó la fecha. Mi idea era lucir algo estilo imperio como homenaje al Napoleón de Ridley Scott, al que tuve la oportunidad de entrevistar (a Ridley Scott, no a Napoleón, que hace tiempo que no viene, concretamente desde enero de 1809, cuando se marchó tras encontrar un soldado francés muerto en el pozo de un convento de dominicos) durante su visita promocional a Madrid. Vestía funcional, por cierto, quizá demasiado para alguien que ha intimado con los Gucci, y yo traté de hacerme notar con preguntas inteligentes tipo ¿por qué nos gustan tanto los húsares, Ridley?, pero no conseguí un cameo para Gladiator 2, que era mi sueño.
Una primera opción para la fiesta de ICON, con la que hubiera dejado de piedra a Ozuna, era aparecer con una prenda napoleónica. No original-original, pese a que he leído en mi biografía de referencia, la de Andrew Roberts (Napoleón, una vida, Ediciones Palabra, 2014), que Bonaparte, con las prisas, se dejó los calzoncillos en la isla de Elba: de regreso ya en las Tullerias ordenó a Berthier, ese sufrido mariscal para todo, que se los fuera a buscar, pero en la confusión de los Cien Días, Waterloo, Santa Helena, etcétera, por ahí deben de andar aún; es fácil reconocerlos, llevan una gran N.
Resulta que había tenido un curiosísimo mensaje del director de comunicación del Prado, Carlos Chaguaceda, en el que me informaba de que Napoleón se iba a presentar en première en el museo y que iban a grabar un spot de promoción. Con ese motivo, habían recibido en una caja desde Los Ángeles, uno de los uniformes que usa en el filme Joaquin Phoenix. Y Carlos me decía: “Si te sugiere algo…”. Lo tomé como una invitación a ponérmelo. Cosa que no me podía apasionar más, sobre todo si el traje había pasado por la tintorería, pues hay que ver cómo lo deja Phoenix en las escenas de batalla y no digamos en las de sexo a espuertas (traseras) con Josefina. Pasearme por el Prado vestido de Napoleón (a ver qué cara se les ponía a los mamelucos: “¡Ibrahim, ajústese el turbante y no se me caiga del caballo!”) y luego acudir a la fiesta de ICON para hacer pareja en el photocall con Samantha Hudson: íbamos a parecer Palafox y Agustina de Aragón. No pudo ser.
Valgan (al menos) estas líneas para hacer una reflexión sobre moda napoleónica. Bonaparte era muy como nosotros, ese tipo de hombre sin alharacas que prefiere su ropa de cada día, pero es capaz de vestirse por todo lo alto, sin cantar mucho, cuando la ocasión lo requiere, ya sea la fiesta de ICON o la coronación como emperador. Napoleón dio un nuevo sentido a la moda de invierno en Rusia, no temía marcar paquete y era feliz con sus cuatro uniformes, invariablemente el azul de coronel de la Guardia Imperial o el verde de los Cazadores a Caballo, con su viejo abrigo gris y su ajado sombrero como complementos. Ropa de trabajo sencilla y funcional (como Ridley) que contrastaba con el esplendoroso vestuario de los oficiales que le rodeaban, húsares, coraceros y lanceros, allá ellos. “La personalidad es lo que realmente viste”, dijo (o pudo decir) en una ocasión (no recuerdo si antes o después de “entre una batalla ganada y una batalla perdida hay una distancia inmensa”, que ya es reflexión). Quedémonos con su savoir comment s’habiller à chaque occasion, y una última frase de pasarela: “Ante los cañones, todos los hombres son iguales”.
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