Delgados, descuidados, adictos y tiranos: vuelve la era más controvertida de la moda

La estética ‘indie sleaze’, que impusieron iconos problemáticos como Pete Doherty, vuelve al cine, la música y las alfombras rojas con la alerta de no repetir los códigos éticos que se escondían tras los estéticos

Troye Sivan, Pete Doherty, Timothee Chalamet y Hedi Slimane. Cuatro hombre que, hace 20 años o en la actualidad, han hecho gala de un físico más delgado de lo habitual.Getty Images / Collage: Blanca López

Las tostadas de pan con queso cebaron a la estrella del indie sleaze. El tratamiento de rehabilitación narcótico-alcohólico también, pero sobre todo el pan con queso, denominación de origen normanda. Y, sin embargo, ahí estuvo, en primera fila del desfile de Celine que el pasado febrero hacía por fin oficial el regreso de la actitud –movimiento, cultura o subcultura, si lo prefieren– del que una vez fuera patibulario...

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Las tostadas de pan con queso cebaron a la estrella del indie sleaze. El tratamiento de rehabilitación narcótico-alcohólico también, pero sobre todo el pan con queso, denominación de origen normanda. Y, sin embargo, ahí estuvo, en primera fila del desfile de Celine que el pasado febrero hacía por fin oficial el regreso de la actitud –movimiento, cultura o subcultura, si lo prefieren– del que una vez fuera patibulario poster boy, Pete Doherty.

De aquel momento de poesía, drogas y esquelético romanticismo rockero que ahora vuelve por sus fueros estéticos todavía tiene mucho que decir Pete Doherty. A finales de septiembre, el Festival de Cine de Zúrich verá el estreno de Stranger in My Own Skin, el documental dirigido por su esposa y reciente madre de su tercer retoño, la cineasta y músico francesa Katia de Vidas, a propósito de sus días de fama (e infamia) primero junto a Carl Bârat en The Libertines y luego en solitario al frente de BabyShambles. Poco antes, el 21, llegará a nuestras librerías la traducción al español de Ana Pérez Galván de A Likely Lad, las memorias que publicó en 2022 y que aquí editará Anagrama con el título Un muchacho prometedor.

“No tenía ni idea de que había sido etiquetado como fenómeno de moda, pero lo secundo feliz. ¡He sido la cabeza visible del indie sleaze durante años!”, respondía jocoso, inquirido sobre la cuestión por el semanario NME durante su comparecencia en el festival de Glastonbury de 2022, reunido de nuevo con Bârat en The Libertines (habrá disco a principios de 2024, si no se tuerce). Entonces, la vuelta de las maneras estilísticas a las que se entregó una generación tan revuelta como sus interesantes peinados ya era pasto de titulares, en alas virales del hashtag #indiesleaze en TikTok y la cuenta de Instagram del mismo nombre, archivo visual de “la decadencia de mediados-finales de los ‘00 y la escena festiva que murió en 2012″. En diciembre, la plataforma de compra y buscador de moda The Lyst la aventuraba como tendencia a considerar seriamente este 2023. Y tiene su lógica.

Tras la glorificación de la estética dosmilera del Y2K, toca recuperar las camisetas con eslóganes irónicos (las de Henry Holland, por ejemplo, lucidas por Agyness Deyn, modelo, musa y novia de guitarristas y hoy actriz de culto), las chupas de cuero escurridas calzadas con bailarinas, las Ray-Ban Wayfarer de colores, los vaqueros pitillo (dicen que están de vuelta, algunos aún no recuerdan cuando se fueron). Regodearse en las instantáneas de Mark Hunter, alias Cobrasnake, fotógrafo oficial de la escena y ubicuo en toda fiesta de guardar (el fotógrafo Gerard Estadella, o Icanteachyouhowtodoit, siguió su estela en España). Admirar la habilidad de una quinceañera Cory Kennedy, la proclamada primera it girl de Internet, reina de MySpace, para vestirse como si se hubiera revolcado sobre la ropa sucia apilada en la cama.

Imagen del videoclip de 'Rush', de Troye Sivan, que recibió críticas el pasado julio por mostrar un reparto de bailarines y de extras con cuerpos muy delgados.

La escritora británica Rihannon Lucy Cosslett pintaba no hace mucho una escena tremenda, apelando a la memoria de una amiga de la época, en su columna en The Guardian: “Mis mayores recuerdos incluyen matarme de hambre para poder embutirme en el uniforme requerido de vaqueros cortados, el ghosting que me hacían tipos diez años mayores que yo con pitillos de Topshop y meterme tanta droga por la nariz que aún tengo insensible la fosa nasal derecha. Era una chica delgada, blanca y convencionalmente atractiva, bienvenida en aquel universo hedonista en el que los chicos que tenían una banda eran los reyes y las chicas tristes, sus cortesanas. Y les perdonábamos todo –que nos robaran el dinero para sus drogas, las infidelidades en serie, la misoginia rampante– con tal de que no nos llamaran aburridas”.

Cory Kennedy, que pasó por varias instituciones mentales cuando la fiesta se acabó, también da fe: “Nunca tuve el control de la narrativa”, confesaba en una entrevista con The Cut el pasado abril. “La golfa favorita de los clubes”, la había tildado L.A. Weekly para regocijo del planeta. Eran otros tiempos, antes del #MeToo, se podrá argüir. Sí, pero es el mismo fantasma que se agazapa tras el revival de la alegre mugre indie, espoleado por el voraz apetito juvenil de calle y juerga tras la pandemia de covid.

“Todas quieren salir con los chicos de la banda / se retuercen y gritan por los chicos de la banda”, bramaban The Libertines en su himno generacional Boys in The Band. Por supuesto, siempre se trató de ellos, los tipos con pelo grasiento, palabrería poética y ojos de cordero degollado, apenas un palmo de carne entre pecho y espalda. Si el Y2K señala la infantilización de la mujer, condenada a una talla adolescente de extrema delgadez, vulnerable y sexualizada, el indie sleaze apunta a su contrapartida masculina, convenientemente romantizada. Un ideal que ha calado en la moda desde que Hedi Slimane comenzara a moldearlo a finales de los noventa como director creativo de la línea Rive Gauche de Yves Saint Laurent. “No me interesa la belleza clásica, sino cierta gracia y vibración, un profundo sentido del estilo personal y un rostro potente. Así introduje una idea de identidad y belleza masculina distinta en la moda de hombre, y me empeñé hasta la militancia”, le contaba el diseñador francés a la periodista estadounidense Lizzy Goodman, en una conversación que quería poner en contexto Age of Indieness, la colección femenina de otoño/invierno 2023-2024 de Celine que presentó en el teatro Wiltern de Los Ángeles.

A Slimane le debemos el mayor giro de guion en la silueta del hombre de las últimas dos décadas, rejuvenecida vía Dior Homme con unas hechuras ínfimas que se ajustaban al canon del nuevo rock’n’roll emergente entre la dominación electrónica de baile. “El tipo sobre el escenario era el chico sobre mi pasarela”, reveló para sorpresa de nadie. Y con él llegó el nuevo canon en formato efébico y escuchimizado. “Nunca he tenido una idea ortodoxa sobre cómo debe ser un modelo, o un tipo cualquiera en general. Para mí siempre se ha tratado de una mente fuerte, determinada, bajo la apariencia de vulnerabilidad, un equilibro entre masculinidad y feminidad tan ficticio como natural, y una ausencia total de definición en términos de género. A finales de los noventa, la tolerancia respecto a un cuerpo que no fuera musculoso, deportivamente tonificado, era muy limitada, por decir algo. Mis modelos eran todos andróginos, de una novedosa identidad indefinida que defendí sin ambages. Entonces, un cuerpo fino, esbelto, se identificaba como gay, y las reacciones al casting de mis desfiles no escapaban a la homofobia. Hasta que, años después de poner en marcha Dior Homme, mi idea de modelo masculino se extendió por la industria y los estándares cambiaron”, le explicó a Goodman.

Si la presentación de Celine en Los Ángeles (avalada por las actuaciones de The Strokes, Interpol e Iggy Pop) sirvió para recordar el músculo creativo del diseñador de la triste figura, la de su colección masculina para la temporada entrante en el legendario club parisino Le Palace, en febrero, confirmó que los días del rockerillo de mirada gacha, melena sucia y anatomía huesuda están de vuelta. Hasta Prada, Saint Laurent, Diesel o Gucci se han subido al carro, que ni dispuestas a dinamitar la utopía del body positivity. En televisión se ha visto The Idol, la ya cancelada serie de HBO de retorcida mirada (masculina) sobre una delgadísima Lily-Rose Deep. El cantante Troye Sivan, uno de sus protagonistas, se vio inmerso en una pequeña controversia en julio no solo por la nula diversidad corporal exhibida en su último videoclip, Rush, sino también por la excesiva delgadez de unos bailarines que, sin embargo, eran un festival de la inclusión de género. “Comed algo, estúpidos twinks”, recriminaba la crítica del portal Vulture. Y continuaba alertando del regreso del “fascismo corporal y la cultura de la delgadez”. El músico australiano, que ha sufrido el escarnio del body shaming en propios huesos por un físico escaso, se defendía: “Evidentemente, nunca dijimos: ‘Queremos un tipo específico de persona’. Solo grabamos el vídeo, no había que pensar mucho más”.

Mientras tanto, Timothée Chalamet toma el testigo (acaba de ser visto fumándose un cigarro junto a Kylie Jenner en un concierto de Beyoncé) y el padrino de todo esto, Pete Doherty, deja una conclusión un tanto peregrina sobre su relación con todo esto: “Mientras siga así de gordo, no tengo que preocuparme. No hay yonquis gordos”.

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