Liam Neeson, duelo y acción: “Encontrar una razón para salir de la cama cada mañana es un regalo”
El intérprete irlandés, que hoy estrena ‘Marlowe’, tiene 70 años pero parece haber vivido varias existencias: actor teatral virtuoso, ‘sex symbol’, héroe sensible y, en los últimos años, víctima de un duelo que ha convertido en un rentable desquite en el cine de acción
A Liam Neeson (Ballymena, Irlanda del Norte, 70 años) lo han comparado muchas veces con árboles. Sus 193 centímetros de altura han llevado a algunos periodistas a referirse a su envergadura como la de un roble, y en una ocasión un crítico teatral lo describió como “una secuoya sexual”. En 2017 incluso interpretó a un árbol tejo en Un monstruo viene a verme. Pero durante una mañana lluviosa en San Sebastián, Neeson entra en la habitación del Hotel María Cristina con una actitud más parec...
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A Liam Neeson (Ballymena, Irlanda del Norte, 70 años) lo han comparado muchas veces con árboles. Sus 193 centímetros de altura han llevado a algunos periodistas a referirse a su envergadura como la de un roble, y en una ocasión un crítico teatral lo describió como “una secuoya sexual”. En 2017 incluso interpretó a un árbol tejo en Un monstruo viene a verme. Pero durante una mañana lluviosa en San Sebastián, Neeson entra en la habitación del Hotel María Cristina con una actitud más parecida a la de un sauce: en la rueda de prensa de presentación de Marlowe —la adaptación de la novela La rubia de ojos negros de 2014 en la que John Banville resucitó al detective privado que Raymond Chandler creó en 1933—, un periodista lo ha empujado a volver a contar el momento más triste de su vida.
La pregunta era sobre el biopic de Abraham Lincoln que Steven Spielberg quería que protagonizase Neeson, pero acabó haciendo Daniel Day-Lewis. El periodista quizá desconocía (o quizá conocía perfectamente) el motivo de aquel desencuentro: tras varios años comprometido con el proyecto, la lectura de guion tuvo lugar meses después de la muerte de la esposa de Neeson en un accidente de esquí y, en un momento dado, el actor apartó a Spielberg y le confesó que no se sentía con fuerzas para abordar el papel. La narración de Neeson convierte la rueda de prensa del Zinemaldia, a menudo un trámite, en una meditación sobre el duelo. Y con ese estado de ánimo Liam Neeson se sienta a conceder esta entrevista.
“Siempre he querido interpretar a Philip Marlowe”, admite. “No me intimidó que el personaje lo hubieran hecho antes Humphrey Bogart [en El sueño eterno] o Robert Mitchum [en Adiós, muñeca]. Sabía que el director Neil Jordan le daría su propio giro peculiar. Lo que sí me intimidaba era el reparto. Volver a trabajar con Jessica Lange, 27 años después de Rob Roy, con Diane Kruger, con Danny Huston, con Alan Cumming... Pero el rodaje en Barcelona fue un auténtico placer”. El Laurel Canyon de Marlowe, que se estrenó el viernes, es en realidad La Floresta, el barrio burgués barcelonés construido en una montaña de la sierra de Collserola. El director de fotografía es Xavi Giménez y en la rueda de prensa, el productor de Marlowe señala que los créditos de la película están llenos de nombres españoles. “Catalanes”, le corrige Neeson, que nació en Ballymena, una ciudad obrera de Irlanda del Norte.
Estos orígenes marcaron la actitud con la que Neeson se enfrenta a su oficio. “Me gusta trabajar. Me encanta tener una razón para levantarme por la mañana desde 1976, el 26 de enero de 1976. Yo siempre les digo a mis hijos que encontrar una razón para salir de la cama cada mañana, no importa cuál sea, es un regalo para el resto de su vida”, afirma. Una parte de él siempre ha sentido que se descarriló de su destino, que hoy debería estar trabajando en una fábrica en Belfast. Neeson se crio en un hogar de mujeres, con tres hermanas y un padre que “nunca usaba cinco palabras si podía decirlo en dos”. Primero fue un niño monaguillo, lo cual le dejó una pasión por la teatralidad de la liturgia y de aprender fonéticamente misas en latín. Después fue un adolescente boxeador, lo cual le dejó una nariz rota de por vida. Y la vocación artística le llegó cuando descubrió que ser actor le permitiría acceder a sus emociones como nunca le habían enseñado a hacer en casa.
Entre los actores británicos e irlandeses hay una costumbre: comportarse como si su salto a Hollywood, tras una inevitable etapa en los teatros de su país, se hubiese dado por casualidad. En la sociedad británica la ambición está mal vista, se considera algo de mal gusto, especialmente si se trata de triunfar en un lugar tan frívolo como Hollywood. Pero Liam Neeson no. Él siempre fue honesto en su pretensión: se mudó a Los Ángeles a principios de los ochenta porque quería ver su cara en la pantalla más grande posible. La epifanía ocurrió cuando se alojó en un hotel de lujo en Miami durante el rodaje de La misión, encendió la tele y vio su cara en un capítulo de Corrupción en Miami en el que hacía de terrorista del IRA. “Aquí estoy”, se dijo a sí mismo. “Este es mi lugar”.
Hollywood le abrió sus puertas, sí, pero le asignó un rol que él no esperaba: el de sex symbol. En thrillers ochenteros como Sospechoso, (1987), El precio de la pasión (1988) o El silencio de la sospecha (1991) interpretó a hombres sensibles y seductores que llevaban a la estrella femenina (Cher, Diane Keaton, Laura San Giacomo) a perder los estribos. La revista Movieline dijo de Neeson que transmitía “una expansión de la sexualidad masculina amable y humanizada”, y la prensa rosa le cogió el gusto a comentar, como se decía entonces, “sus conquistas”: Helen Mirren, Julia Roberts, Cher, Brooke Shields, Jennifer Grey, Sinead O’Connor y hasta Barbra Streisand. Su condición de galán generaba más titulares que sus películas. En aquella época se popularizó la broma de la actriz Dana Delany de que “si pones a Liam Neeson, a James Woods y a Willem Dafoe en una habitación, no habría espacio para nadie más”. La imagen pública de Neeson estaba tan asociada al sexo que Woody Allen la parodió en Maridos y mujeres (1992) y Whoopi Goldberg lo presentó en los Oscar de 1999 mientras acariciaba el micrófono con las dos manos arriba y abajo.
A Neeson le impresionó particularmente aquella definición de “secuoya del sexo” que le otorgó el crítico de The New Yorker en 1992. “Era por una obra de teatro que hice de Eugene O’Neill, Anna Christie, en la que conocí a mi esposa. Leí esa crítica y pensé: ‘¡Qué elegante!’. Me encantó. No es que yo me viera a mí mismo así... Pero para el personaje que estaba interpretando tenía una idea definida de la entrada que debería hacer, era un hombre medio desnudo que volvía a casa después de estar en el mar durante semanas”, explica. El productor de la obra contaba que le dio el papel porque tenía el aspecto de un hombre que podría seducir a todas las mujeres del mundo, pero enamorarse solo de una.
Natasha Richardson, su compañera en Anna Christie, estaba casada cuando se conocieron y aun así no intentó romantizar la infidelidad: confesó que primero hubo sexo y después, mucho después, llegó el amor. Ella era realeza del teatro británico, hija de Tony Richardson y Vanessa Redgrave, y él el hijo de un conserje irlandés. Cuando se casaron, Vanity Fair recurrió a una emblemática pulla que Katharine Hepburn dijo en su día acerca de la pareja artística de Fred Astaire y Ginger Rogers, pero invirtiendo los géneros: “Ella le da clase, él le da sexo”. Tras una de las representaciones de Anna Christie, Steven Spielberg llamó a la puerta de su camerino. Quería saludarlo y presentarle a su suegra, que seguía llorando después de ver la obra. Neeson la abrazó y la consoló durante varios minutos. Spielberg supo que había encontrado a su Oskar Schindler.
Spielberg se había planteado darle el papel del empresario que salvó la vida a 1.200 judíos contratándolos en sus fábricas durante la II Guerra Mundial a Harrison Ford y a Kevin Costner, pero temía que una estrella distrajese al público de lo verdaderamente importante. “Al principio pensaba que estábamos haciendo una película pequeña”, recuerda Neeson respecto a La lista de Schindler. “Steven quería contar esta historia. El guion era fantástico, le costó 10 años conseguir rodarlo y durante esa década no cambió ni una sola coma. Entonces la película se estrenó y cobró vida propia. La sigue teniendo, la ponen en escuelas y universidades como parte del temario. Y después hubo un efecto, como si entrase en otra división en la que me ofrecían más papeles protagonistas, lo cual era fantástico”.
Neeson se convirtió en una estrella de Hollywood, lo cual agradece que le ocurriera a los 41 años “y no a los 19″. “Mi vida no cambió. Ya tenía una idea clara de quién soy, de quién era, me alegro de no haber sido un chaval”, asegura. Esta madurez, admite, lo llevó a afrontar su poder en Hollywood con cierto sentido de la responsabilidad. “Yo quería interpretar personajes heroicos a la antigua usanza, como aquellos con los que yo crecí en el cine. Hombres que representaban algo, representaban principios éticos esenciales, la diferencia entre el bien y el mal”, dice respecto a papeles como Michael Collins (1996) o Rob Roy (1995). “Todavía me gustan. Cuando leo un guion, me sigue gustando encontrarme con personajes protagonistas que son nobles. No tiene por qué ser blanco o negro, pueden tener defectos, pero están embarcados en una misión, una verdad, una justicia. Me gusta ese tipo de caballeros artúricos de la mesa redonda. Que luchan por algo. Y siento que lo necesitamos más que nunca”. El público quizá sea ahora más cínico que en aquellos años noventa. “Estoy de acuerdo. Razón de más para interpretar ese tipo de personajes”, añade.
Neeson parecía destinado a envejecer en el cine interpretando curas, monjes y mentores: Gangs of New York (2002), El reino de los cielos (2005), Batman Begins (2005). Hasta que en 2009 su trayectoria vital y profesional dio un violento volantazo. En enero estrenó Venganza: “Un pequeño desvío de mi carrera que estaba convencido que saldría directa en DVD”, sobre un exagente de la CIA que viaja a París para rescatar a su hija adolescente secuestrada. La película acabó multiplicando por 10 su presupuesto de 25 millones de euros. Sin duda, Neeson contribuyó a ese éxito: pocos actores podrían sacar adelante el hoy icónico monólogo de “tengo una serie de habilidades concretas” sin que resulte risible. En marzo de 2009, en pleno éxito de Venganza, su esposa lo llamó para decirle que se había caído esquiando y que se encontraba bien aunque un poco mareada. Al día siguiente, Richardson entró en coma. Neeson voló al hospital y nadie lo dejaba entrar hasta que una enfermera reconoció su cara de estrella de cine. Richardson no regresaría de su coma. Falleció el 19 de marzo de 2009.
Para afrontar el duelo, Neeson se embarcó en uno de los terceros actos más sorprendentes de Hollywood: en 12 años ha rodado 41 películas, 17 de las cuales son proyectos de bajo presupuesto en los que el protagonista se venga de unos malhechores que se han metido con el viejo equivocado. Con Venganza nació un subgénero cinematográfico sobre vengadores que se toman la justicia por su mano en la mejor tradición del Charles Bronson de Yo soy la justicia (1982). La peli de Liam Neeson recibe títulos como Una noche para sobrevivir, Caminando entre las tumbas o Infierno blanco. El subgénero le ha hecho millonario a él y de paso ha dado trabajo a todos sus compañeros de generación: una peli de Liam Neeson la puede protagonizar Pierce Brosnan, Denzel Washington o Sean Penn.
Liam Neeson no parece alegre, pero sí en paz. A punto de cumplir 71 años, hace 10 que no bebe ni fuma, dos cosas que hizo constantemente durante los 40 anteriores (“Ewan [McGregor] me llamaba Qui-Gon Gin”, revela en referencia al volumen de alcohol que bebía cuando rodó La amenaza fantasma). Pero confiesa que está en una edad en la que uno mira más al pasado que al futuro. ¿Qué se le viene a la cabeza cuando piensa en su longeva carrera? Neeson pasa unos segundos en silencio antes de responder. “Hay una parte de mí que se siente como Anthony Hopkins. Cada vez que le veo le doy un abrazo y le dijo: ‘¿Qué tal va, Tony?’. Y él siempre responde lo mismo: ‘Fantástico. Todavía no me han descubierto’. Y luego hay otra parte de mí que siente que sí... que ha sido un buen... Me gusta el oficio de actuar. Me gusta ver una escena mía y pensar: ‘Eso me salió bien, eso funcionó’. He tenido una buena vida”, concluye para a continuación corregirse a sí mismo: “Estoy teniendo una buena vida”.
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