El gran desgraciado americano
El pánico ante la idea de parecernos a alguien en concreto es uno de esos sentimientos íntimos que, sin embargo, mueve el mundo
Horace Wells era un dentista de Connecticut que, en diciembre de 1844, hizo un descubrimiento histórico y accidental de paseo por el circo: el óxido nitroso, el gas de la risa que empleaban entonces los payasos, podía también insensibilizar órganos del cuerpo. Esto, ...
Horace Wells era un dentista de Connecticut que, en diciembre de 1844, hizo un descubrimiento histórico y accidental de paseo por el circo: el óxido nitroso, el gas de la risa que empleaban entonces los payasos, podía también insensibilizar órganos del cuerpo. Esto, en un mundo sin anestesia, lleno de dientes que arrancar y extremidades que cercenar, equivalía casi a un milagro. Wells lo probó consigo mismo casi en el acto: pidió a un amigo que le sacara una muela roída y no notó nada. El milagro era real. En cuestión de semanas, Wells había convocado a todos los médicos que pudo en el Hospital General de Massachusetts, en Boston. Allí, pasó a la posteridad: le arrancó el diente a un voluntario y este, de inmediato, se retorció de dolor y empezó a gemir como un niño. El óxido nitroso, sabemos hoy, no funciona ni con obesos ni con alcohólicos, y este hombre era ambas cosas. El bochorno de Wells fue irreparable. Convertido en el hazmerreír del gremio, tuvo que cerrar su clínica y huir a Europa. Cuando regresó a EE UU en 1848, su ayudante, William Morton, había patentado el uso de gases con fines anestésicos y era rico: se le erigieron estatuas y se rodaron películas sobre él.
Wells es mi desgraciado americano favorito. No sé aún qué puesto ocupa Elon Musk en esa clasificación, diría que tirando a bajo, pero a este paso algún hueco habrá que hacerle. Al fin y al cabo, se ha gastado 44.000 millones de dólares en convertir su nombre en sinónimo de, como mínimo, insensatez. Desde que él que es dueño involuntario de Twitter, la red social tiene una deuda de 13.000 millones. Si las cosas no mejoran (no lo están haciendo), cada año esa deuda aumentará en mil millones de dólares. Twitter en la vida ha tenido mil millones de dólares en cash flow. Musk tiene a prácticamente todo el personal de la red social en contra y, mientras, se dedica a contestar con entusiasmo a cuentas de conspiracionistas o directamente de ultraderecha. El reto en Twitter era no ser el personaje del día, decía un tuit viral que aún resucita de vez en cuando: ser ese insensato con una ocurrencia tan surrealista, tan insoslayable, que acaba recibiendo millones de palos y memes hasta que el siguiente insensato le releva del puesto. Musk ha invertido una fortuna en ser el personaje del día todos los días.
De todas las anomalías de nuestra era, la de tener un desgraciado con más dinero que nadie es, lo confieso, una de las más desconcertantes. Entendiendo por desgraciado no necesariamente quien pase penurias sino quien desata pánico en los demás a parecerse a él. Como los adolescentes con sus padres, los empleados con sus jefes, los visitantes del hospital con los pacientes, los autores multipremiados con los superventas. Los demás demás tuiteros con el personaje del día. Ese miedo es un sentimiento muy íntimo y, sin embargo, mueve el mundo.
Jugar con él es también el truco más viejo de la guerra de clases. Un rico es difícil que tenga miedo de parecerse a, o incluso empatizar con, un interlocutor de clase media: o le encuentra utilidad o le ignora. Pero un casi rico, más acostumbrado a dividir el mundo en gente a la que imitar y gente a la que apartar, sí que suele preocuparse por marcar distancias. El rictus de frialdad, el ansia de diferenciación y los despliegues de estatus delatan, en mi experiencia, más carencias que un bolso de imitación.
Coger al hombre más rico del mundo y someterlo al rodillo de los casi ricos, de las clases medias, de los asalariados era quizá inevitable: es la inversión de poder a la que juegan las redes sociales, Twitter en especial. Pero me produce –además de algo de placer– bastante curiosidad. Un hombre de inmensos recursos y un sentimiento inmensamente poderoso. Ha generado algunos segundos actos memorables. Wells, por ejemplo, acabó suicidándose en la cárcel, ciego de cloroformo, sustancia a la que se había enganchado buscando un gas anestésico nuevo que le restaurara algo de prestigio. Trump, por otro lado, acabó en la presidencia. Musk será el personaje del día de forma vitalicia en Twitter, pero, día a día, acabará siendo el personaje del año.
Esta columna ha sido editada y ampliada desde su publicación en el número de diciembre-enero de ICON.
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