“Estamos viviendo una explosión”: la locura y el problema del bum de la noche madrileña
La reapertura del mítico Joy Eslava y el éxito de locales como Lula son síntomas de la euforia noctámbula de la capital, aunque padece otro tipo de problemas: proliferan los alquileres abusivos
Es viernes noche, son las tres de la mañana, y la muchedumbre se agolpa alrededor de la cabina del DJ. Algo pasa entre los mullidos sofás y las luces tenues. Estamos en Discoteca, una de las noches de fiesta de la sala Mondo, y pincha la crew del club ChaChá: Edgar Kerri, Andrea Vandall y Mygal. Detrás, en uno de esos reservados donde se puede observar todo desde la pista de baile, se encuentran la estrella de Élite, Arón Piper, Dua Lipa —que acaba de actuar en el WiZink Center— y Jedet, entre otras caras conocidas. La fiebre por posar y dejarse ver no impide disfrutar de ...
Es viernes noche, son las tres de la mañana, y la muchedumbre se agolpa alrededor de la cabina del DJ. Algo pasa entre los mullidos sofás y las luces tenues. Estamos en Discoteca, una de las noches de fiesta de la sala Mondo, y pincha la crew del club ChaChá: Edgar Kerri, Andrea Vandall y Mygal. Detrás, en uno de esos reservados donde se puede observar todo desde la pista de baile, se encuentran la estrella de Élite, Arón Piper, Dua Lipa —que acaba de actuar en el WiZink Center— y Jedet, entre otras caras conocidas. La fiebre por posar y dejarse ver no impide disfrutar de temas como Zorra, de Bad Gyal, que suena en un remix acelerado. Con el bombo al diez, la cantante británica se contonea al son de: “El otro día tú me llamaba’ / Decía que extrañaba cómo te tocaba”.
Días después, la voz al teléfono del DJ Sandro Bianchi no permite ver su cuerpo, cubierto de tatuajes, por ejemplo, uno que tiene bajo el mentón, con el nombre de la ciudad que más quiere: Madrid. “Mis raíces son italianas y peruanas, pero Madrid me lo ha dado todo, aquí llevo 35 años”, apunta este pinchadiscos, una de las caras más conocidas del ocio nocturno capitalino. Vinculado desde la década de los noventa a las diferentes escenas de la noche madrileña, Bianchi ha sabido estar siempre al día. Ahora, por ejemplo, sus sesiones se pueden escuchar en Macera, Trueno, ChaChá o el recién abierto hotel Four Seasons, donde gestiona la música que suena en su coctelería, Isa Gastrobar: en su cabina se dan cita nombres señeros del house y el disco local como Fernanda Arrau, Barbara García, Alvaro Medina o Drulez. Todos esos sitios, y todos esos nombres, son emblemas del fragor que reina en la noche capitalina, azuzado por la euforia pospandémica y una nutrida lista de aperturas de nuevos bares, restaurantes, salas de fiesta y hoteles de lujo. Bianchi subraya este sentimiento de euforia: “Me recuerda a cuando llegué a Madrid, con 18 años. Noto la ciudad efervescente. Hay fines de semana que tengo hasta siete bolos”.
El tardeo —favorecido por la reciente ampliación de los horarios diurnos— y la nocturnidad más exquisita han tomado el Madrid pospandémico. La región, según datos de Noche Madrid, la principal asociación del sector, cuenta con 1.500 locales de ocio nocturno, un 7% menos que antes de la pandemia. Y aun así, hay más noche que nunca. Se han inaugurado locales nuevos —Lula, Cadavra, Marusha Society, The Bassement, Viso Social Club o Hangar 48— y se han reabierto algunos clásicos: el Space of Sound o el Joy Eslava, reinaugurado el 23 de marzo con el nuevo nombre de Teatro Eslava e interior diseñado por Philippe Starck. “Formamos parte de una nueva Milla de Oro, los mejores hoteles y locales nocturnos están en el centro”, celebra Javier Menéndez, director de operaciones de la sala de conciertos, que programa por la noche diferentes actividades, en línea con la electrónica más puntera. Desde que reabrieron hace cuatro meses, se ha podido escuchar a DJs gigantes del mundillo como Tiga, Claptone, Derrick Carter, Eats Everything, TSHA, Pearson Sound o Paranoid London. Hacen noches temáticas comisariadas por algunos de los agentes culturales más potentes de la escena: ChaChá, Chica o Sacro. Este último es un proyecto liderado por Mëstiza, un dúo femenino que da buena cuenta del papel que últimamente ocupa Madrid en la geopolítica de la fiesta: “No tenemos fechas libres hasta octubre. Hoy estamos en Málaga y luego pasamos por Turquía, Mykonos, Santorini, la costa amalfitana e Ibiza”, asegura Pitty Bernard, una de sus componentes junto a Belah. Su mezcla desprejuiciada de electrónica y flamenco les ha servido para enlazar sesiones a cual más llamativa.
Esta multiplicación de la oferta también ha normalizado los locales con alto ticket medio: la entrada a Discoteca cuesta 20 euros y los reservados con una botella comienzan en 180. Pasar al Lula Club son 30 euros y reservados como el Upper West Bar llegan a costar 400. Algunos locales clásicos de la noche son más asequibles: entrar al Berlin Club cuesta 10 euros y al Siroco, 9. En cualquier caso, el auge de las salas dirigidas a un perfil con alto poder adquisitivo contrasta con el creciente nivel de precariedad de la juventud en la capital.
Un cambio cultural
Hace cinco meses se inauguró, detrás del Corte Inglés de Callao, el Edition, un hotel de lujo ideado por Ian Schrager —cofundador del legendario Studio 54— y diseñado por el prestigioso arquitecto minimalista John Pawson. Aquella inauguración movilizó a más de un millar de invitados, que ocuparon habitaciones, reservados y restaurantes. Ya convertido en un punto de encuentro de la capital, el hotel programa, de lunes a domingo, a más de una decena de DJs en el vestíbulo y en su rooftop. “Queremos abrir nuestra propia discoteca el próximo año con una programación más cerrada y acotada”, advierte Álvaro de Juan, director de cultura y entretenimiento del hotel.
Todo este movimiento se corresponde con un cambio cultural. “La electrónica se ha democratizado. Eventos masivos como Brunch in the Park o el festival Paraíso están haciendo que estos sonidos se popularicen”, comenta Toni Aparisi, otro de los agitadores de la noche madrileña. Su nombre está ligado a locales como Macera, el mencionado Edition o Lula, la discoteca con capacidad para 1.200 personas capitaneada por Iñigo Onieva, Pablo Marín y Mattia Torrione. “Tenemos embajadores que son líderes de opinión en el campo de la moda, el cine o la alta sociedad. Así hemos creado una pequeña comunidad que se encuentra muy cómoda en nuestro local”, explica Onieva, que también estuvo vinculado al speakeasy del hotel Bless (“duró poco, enseguida vino la pandemia”).
Durante la conversación, el empresario maneja términos como premium, cosmopolita o elegante para definir su última apuesta. Es un vocabulario similar al que utiliza Miguel Nicolás, fundador del grupo LaLaLa y uno de los nombres más relevantes del día y la noche capitalinos. Su primer emblema fue La Que Faltaba, en la calle Ponzano. Le siguió Muy Bendito, una sala de mil metros cuadrados abierta hace menos de un año. “Aún tenemos que hacer la reapertura de Marusha, un club de 300 personas que se inspira en la época de los zares y en el que la coctelería tiene un papel importante”, continúa el hermano pequeño de Fernando Nicolás, el hombre que supo integrar copas y cena con el grupo Larrumba. Los dos se acaban de asociar y esa unión da buena pista de por dónde seguirá el ocio nocturno en Madrid: llevarán la antigua sala Heineken, en Princesa, donde inaugurarán un restaurante. “Nos hemos quedado cinco salas de Madrid que abrirán antes de diciembre”, apuntan.
“El segundo cuatrimestre del año ha sido uno de los más fuertes en ingresos desde que estoy en la noche”, señala el propietario de Panda, Carlos Sanfulgencio. Esta sala, con aforo para 890 personas, que estuvo cerrada durante 18 meses, cuenta con 80 mesas que pueden reservarse y en las que no es difícil ver desfilar a Maxi Iglesias, Ester Expósito, Dulceida, Arkano o DJ Nano, un habitual de su cabina, igual que Les Castizos o Ardiya. Este último, que fue pinchadiscos de la sala Kapital durante siete años, opina que Madrid tiene una “vibra” especial. “Hay mucha gente que viene de fuera para pasar un finde. Hay una diversidad increíble, como nunca hemos conocido”.
Una noche más asequible
Entre Alcalá y Gran Vía, en perpendicular a Montera, se esconde la calle Aduana: estrecha, oscura, muy sucia. Allí se esconde la sala Moondance, y allí se celebra la fiesta Antídoto. Su público son veinteañeros vestidos con camisetas ajustadas, pantalones de chándal y gafas de sol aerodinámicas: recuerda vagamente a la imagen bakala de los años noventa. No es difícil dejarse llevar por los tonos flúor y los cuerpos, que presumen de diversidad, y por los sets de Yosef, que se deslizan por el funk, el reguetón o los sonidos maquineros del bakalao. Una vez al mes, los sábados, reciben invitados de Ámsterdam, Londres o Berlín. “Formamos parte de la generación TikTok, nuestros referentes culturales ya vienen mezclados. De ahí que veamos con total normalidad un mix entre un tema de Beyoncé y uno de Cascada”, explica Yosef.
La escena underground echa chispas. Además de Antídoto, noches como Ciénaga, Gilda o Dembooty están siempre llenas. El único escollo es encontrar espacios donde realizarlas. “Hay un problema inmobiliario. Los dueños de las salas imponen unos alquileres abusivos”, lamentan Vanesa Viloria y Massimiliano Casu, creadores de Ciudad Bailar, una serie de encuentros que tuvieron lugar en Matadero durante la pandemia y que reflexionaban sobre nuestra relación con la noche y el baile. “Nos dimos cuenta de que la práctica del baile era un elemento estructural con el que construir ciudad y espacio público”, dicen.
Casu, arquitecto de formación e instigador de iniciativas cómo la Romería de los Voltios, coincide en esta visión comprometida del ocio nocturno: “Hay una repolitización de la noche en el underground. Muchas sesiones nacen con un manifiesto politico que suele ir vinculado a un tipo de reconocimiento, ya sea queer, feminista o racializado”. Así nació Hermanitas de la Rave, una creación de Teresa Ferreiro, Libertad Suárez y Ana Korner. “Nuestro objetivo es dar visibilidad a mujeres que tengan gusto y sensibilidad con la música. Hacemos cuatro fiestas al año, que coinciden con los solsticios y equinocios, jugando con el imaginario de la brujería”, advierte Suárez, detrás del sello Menta, diseñadora gráfica y conocida en su faceta de DJ como Garrita.
“Estamos viviendo un cambio generacional. Figuras como las de Chica Gang, Puñal Dorado, Culpa, Ciénaga o Karne Kulture, además, están poniendo el foco no solo en lo musical”, explica Virginia Venega, uno de esos rostros reconocibles dentro de la escena nocturna más inquieta e inspiradora. Habla de espacios seguros, con protocolos de actuación, donde las mujeres y la comunidad LGTBI se sientan cómodas.
Hay política, pero sobre todo hay música. En My pleasure, la fiesta de techno y fetish más popular de Madrid —que ha llevado a luminarias como DJ Hell, Boris, Massimiliano Pagliara o Ben Sims—, Marcos hace de maestro de ceremonias junto a Diskoan. La noche no tiene fin, ni la oferta. Continúa en el Berlín, en el Mondo o en Siroco, tres estandartes de la fiesta de siempre: el primero con Gaspar Antuña, imprimiendo sabor house; el segundo sigue siendo un referente de la electrónica internacional, liderado por Gerardo Niva, y el tercero con Juantxu Degree y su Home como reclamo. En la muñeca derecha de DJ Nano, dibujada con tinta, se puede leer la frase “Madrid Manda”. Él mismo, un veterano de la noche, lo corrobora: “Esta es mi casa. Aquí he crecido. Me conozco cada rincón de la ciudad. Estamos viviendo una explosión”.
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