Las sillas extraterrestres que se producen en un pequeño taller de Sevilla
Los objetos que salen de Las Ánimas, el estudio de Trini Salamanca y Pablo Párraga, están a medio camino entre la artesanía, la antropología y la nostalgia tecnológica
En el corralón de la calle Goles, en Sevilla, entre bordadores y orfebres, Trini Salamanca (Fuente del Maestre, Badajoz, 43 años) y Pablo Párraga (Sevilla, 45 años) ensayan formas geométricas destinadas a convertirse en retablos paganos y piezas híbridas. Sus obras son arte contemplativo y funcional, una versión propia del collectible design que triunfa en EE UU, pero que aquí adopta acentos locales. Cuentan que tardaron en encontrar su hueco en el mercado, porque sus piezas son reacias a las categorías convencionales. “Queremos crear piezas que conectan con la parte más emocional y esp...
En el corralón de la calle Goles, en Sevilla, entre bordadores y orfebres, Trini Salamanca (Fuente del Maestre, Badajoz, 43 años) y Pablo Párraga (Sevilla, 45 años) ensayan formas geométricas destinadas a convertirse en retablos paganos y piezas híbridas. Sus obras son arte contemplativo y funcional, una versión propia del collectible design que triunfa en EE UU, pero que aquí adopta acentos locales. Cuentan que tardaron en encontrar su hueco en el mercado, porque sus piezas son reacias a las categorías convencionales. “Queremos crear piezas que conectan con la parte más emocional y espiritual del espectador”, explican. Por eso les gusta usar la palabra “tótem”, repleta de resonancias místicas, para sus objetos, igual que han decidido bautizar su estudio como Las Ánimas. “Los objetos están muy presentes, tienen trascendencia, pueden llevarnos a otros espacios, hacer que la mente viaje”, afirman. Sin embargo, lo metafísico no excluye lo tangible.
En Sevilla, sombra iluminada, la muestra de diseño contemporáneo hispalense comisariada por Macarena Navarro Reverter para la edición de 2023 de Madrid Design Festival había pocas piezas tan imponentes como Trio, una gran escultura de madera reciclada recogida en obras abandonadas que adoptaba la forma de una silla o trono, una estructura contundente y aérea al mismo tiempo gracias a la superficie ondulada de cada elemento. Era un enigma solemne, como venido de una civilización lejana, un tipo de narración al que Salamanca y Párraga no son ajenos. Keru, un encargo del influyente arquitecto Peter Marino, adopta la forma de esculturas geométricas con los colores intensos y relucientes de una vela de cera o una gominola. También resulta hipnótica Archae, una lámpara de resina epoxi cuyo molde se destruye cada vez que se lleva a cabo una nueva pieza.
Sin embargo, que sean tótems no significa que deban ser intocables. Más bien, todo lo contrario. Cuando salen del taller, cuentan, sus piezas viajan a su vivienda, anexa al estudio, donde sus hijos ejercen como crash test dummies involuntarios: tocan los objetos, los utilizan, ponen a prueba su resistencia. “Nosotros vemos un objeto de contemplación y ellos un lugar donde colocar cositas”, reconocen entre risas. No es un gesto casual para unos creadores que admiten que sus obras son relacionales, que incitan a interactuar con ellas, y también objetos valiosos y artesanales, a pesar de sus formas geométricas que escapan de los tópicos del lujo.
Cuentan que sus patrones intrincados tienen que ver con lo andalusí, el neomudéjar, los azulejos de lacería del Alcázar de Sevilla. En otras ocasiones, su referentes son más contemporáneos. Por ejemplo, en las ilustraciones, las obras de arte o las alfombras que muestran líneas gráficas y tridimensionales que recuerdan a los primitivos videojuegos de los años ochenta. Párraga cuenta que es una concesión a la nostalgia y a las influencias estéticas de su infancia y de su adolescencia; no en vano aprendió a crear muebles en Madrid, en una escuela de ebanistería en la que se matriculó con un objetivo claro: construir un mueble para alojar el equipo de sonido de sus sueños.
De su pasión por la música electrónica surge la obsesión por las repeticiones, los laberintos, el trance. Retrofuturismo xennial que, en el taller, se plasma en objetos tan tangibles como sus sofisticados tapices tejidos a mano. “No queremos perder ese tipo de ejecución, porque conocemos el tiempo, las horas y las partes de nuestras vidas que se lleva cada pieza”, afirma Salamanca. En el taller de Las Ánimas hay grandes ordenadores y olor a pintura fresca. Alí, la resina epoxi se modela a mano. La madera reciclada se reviste con estuco de sulfato cálcico y cola orgánica. Los colores son siempre llamativos, vivos. Son objetos insoslayables, que no se parecen a nada: el diseño posmoderno no llegó a patrones tan obsesivos, y el mobiliario high tech carece de este toque humano.
En esa dimensión táctil, rugosa, tiene su parte de responsabilidad Salamanca, antropóloga de formación. Si sus obras hablan de portales interestelares, de alfabetos desconocidos, de geometrías sagradas destinadas a un dios desconocido, se debe también a sus experiencias en yacimientos arqueológicos en Mesoamérica. O, por supuesto, al lugar donde viven y trabajan. Aunque la colaboración entre los dos creativos tomó forma en Lavapiés (Madrid), ha sido en Sevilla donde se han encontrado con una tradición artesanal lista para ser aprendida y reinterpretada. “Nos interesa retomar materiales vinculados a Sevilla, como la escultura en yeso, el estuco que usan los doradores o la cal de Lebrija”, enumeran. Incluso la resina, uno de sus materiales estrella, se trabaja con la misma herramienta que se emplea para elaborar tablas de surf, pero con métodos dispares, casi de escultor. Benditas contradicciones.
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