El lugar con más jeringuillas en el suelo: cuando Keith Haring visitó España en 1989 y se enfrentó al dueño de un burdel
El espíritu, la estética y los ideales del artista estadounidense siguen vigentes treinta años después de su muerte como en las deterioradas ciudades de los ochenta
Hace solo unas semanas se estrenó en España, en el marco del Festival D’Art de Barcelona, el documental Keith Haring: street art boy. El filme se presenta como el retrato definitivo de un artista con una carrera fulminante. Porque a pesar de su omnipresencia, sus obras apenas cubren 11 años. Dirigido por Ben Anthony, producido por PBS y BBC y narrado por sus padres, sus amigos más íntimos y otros artistas que lo conocieron, como Fab 5...
Hace solo unas semanas se estrenó en España, en el marco del Festival D’Art de Barcelona, el documental Keith Haring: street art boy. El filme se presenta como el retrato definitivo de un artista con una carrera fulminante. Porque a pesar de su omnipresencia, sus obras apenas cubren 11 años. Dirigido por Ben Anthony, producido por PBS y BBC y narrado por sus padres, sus amigos más íntimos y otros artistas que lo conocieron, como Fab 5 Freddy o Lee Quiñones, el largometraje utiliza como hilo conductor una de las últimas entrevistas que concedió Keith Haring antes de morir en 1990 por complicaciones relacionadas con el sida, apenas 11 meses después de haber visitado España.
Treinta años después de su muerte, el legado artístico de Haring sigue completamente vivo. Su obra continúa muy presente en la moda, con colecciones en marcha en varias grandes cadenas como Benetton, Uniqlo o Asos, y en productos de todo tipo que utilizan sus diseños, como tablas de skate, relojes, mochilas, zapatillas e incluso juegos de mesa.
Aparte de esta presencia, que podría resultar más o menos anecdótica, el termómetro para medir la relevancia de un artista continúa siendo la cantidad de exposiciones de su obra que se realizan a nivel global (ya sea por un interés artístico o comercial) y los precios que alcanzan sus obras en el mercado.
Haring sale muy bien parado en ambos aspectos. En julio se clausuró en el museo Bozar de Bruselas, una de las retrospectivas más importantes que se le han dedicado en Europa. La muestra, organizada por la Tate Liverpool, fue un auténtico éxito, con 180.000 visitantes. Un nuevo récord para el centro belga a pesar del duro impacto que el coronavirus ha tenido en ese país.
Por otro lado, la casa de subastas Sotheby’s sigue vendiendo sus obras a muy buen ritmo y, casi siempre, superando los precios estimados antes de las pujas. La venta más importante que se ha realizado en los últimos meses fue la de una colección de 23 de sus dibujos con rotulador negro sobre papel que alcanzaron los 1,9 millones de dólares.
Podríamos aventurarnos a decir que el atractivo de la obra de Haring proviene fundamentalmente de dos aspectos. El primero sería la fascinación por una época y un lugar, los años ochenta en Nueva York, en los que, en una ciudad que se desmoronaba, asolada por el crimen y la bancarrota, florecieron algunos de los movimientos culturales que marcarían a millones de jóvenes durante las décadas posteriores: el hip-hop, el grafiti, el punk y toda la cultura del Do it Yourself. El estilo de Haring parece condensar toda esa vorágine que se encontró al llegar a la ciudad en 1978, simplificándola al extremo y añadiéndole una capa de optimismo y energía que con los años irá evolucionando hacia algo más profundo y reivindicativo.
Por otro lado, muchos de los temas que Haring trata en su obra están aún, por desgracia, de plena actualidad: el racismo, la homofobia, la violencia, la enfermedad, el peligro nuclear o la guerra. Sus imágenes consiguen también hoy llamar profundamente nuestra atención, haciéndonos reflexionar y actuar en consecuencia.
Compromiso ‘mainstream’
Haring definió su estilo pintando en la calle y especialmente en paneles publicitarios vacíos del metro de Nueva York, donde realizó miles de dibujos con tiza a finales de los setenta. Poco a poco fue ganando notoriedad en el mundo artístico de la ciudad y en 1980 expuso en el Times Square Show, una colectiva autogestionada de arte alternativo, en la que sus dibujos fueron proyectados sobre una de las enormes pantallas luminosas de Times Square.
En cuestión de un par de años, pasó de vivir en el cuarto de baño de un apartamento diminuto, a ser el protegido de Andy Warhol y a salir con Madonna, Michael Jackson o Brooke Shields.
Pero aunque Haring disfrutó de su recién estrenada fama, nunca dejó de preocuparse por que su arte llegara al máximo número posible de personas. Ese es el motivo por el que en 1986 creó la Pop Shop, una tienda en la que se vendía ropa y merchandising con sus dibujos, y también la razón de que dedicase mucho de su tiempo a pintar murales en lugares públicos. Comenzó en 1982, con el mítico mural de la calle Houston de Nueva York, pero más tarde hizo lo mismo en el Muro de Berlín, París, Pisa o Barcelona.
España: entre El Bosco y las jeringuillas
La visita a nuestro país la realizó solo 11 meses antes de su muerte. Hacía ya años que el artista sabía que era seropositivo. Fue uno de los primeros famosos en hacerlo público en una entrevista que concedió a Rolling Stone.
En 1989, todavía no existían los tratamientos que permiten a los portadores del virus no desarrollar la enfermedad y vivir una vida normal. La noticia fue un golpe muy duro para Haring. Muchos de sus amigos habían muerto y él se enfrentaba a un futuro incierto sin ni siquiera haber cumplido 30 años. No tenía ni idea de cuánto tiempo le quedaba, pero decidió aprovecharlo al máximo y dedicó todas sus energías al activismo contra el sida; a pintar y a viajar por todo el mundo.
Llegó a España vía Madrid. En la capital lo primero que hizo fue visitar el Museo del Prado, donde le impactó El jardín de las delicias de El Bosco. También visitó ARCO donde se aburrió bastante. En el Puente Aéreo le reconoció un crítico de arte catalán que le invitó a una vernissage que organizaba esa noche Frederic Amat en la galería Joan Prats.
Resulta divertido imaginar a Keith Haring vestido con el uniforme arquetípico del neoyorkino de los ochenta –cazadora de béisbol con mangas blancas, hoodie, pantalones vaqueros y zapatillas Nike Air Force–, en el ultraeuropeo ambiente de una galería de arte de Barcelona de finales de los ochenta.
En el evento, Keith se encontró con Montse Guillén, una vieja amiga propietaria del restaurante Internacional Tapas Bar & Restaurant, el primer local de tapas de Nueva York, al que solía acudir Andy Warhol, en ocasiones acompañado de Haring y Basquiat.
Guillén contó en el documental 30 anys positius, emitido recientemente por TV3, que en ese mismo momento le propuso hacer algún tipo de intervención en la ciudad aprovechando su visita. El artista accedió a condición de poder elegir donde hacerlo. Montse tiró de sus contactos en el Ayuntamiento para conseguir los permisos y Haring eligió el lugar en el que encontró más jeringuillas tiradas en el suelo: la ya desaparecida plaza Salvador Seguí, junto a la actual Filmoteca de Catalunya, que le recordaba, según dijo, a las peligrosas calles del norte de Nueva York donde había comenzado a pintar.
El mural, realizado en tan solo cinco horas el 27 de febrero, se titula Todos juntos podemos parar el sida. La obra mide 35 metros, fue pintada con acrílico rojo y en ella, aparte de la frase en castellano que le da título, aparece una jeringuilla en la que se enrosca una serpiente que representa la amenaza del sida. Una tijera formada por dos hombres corta al reptil, cuya cola se transforma en un discreto pene que una figura ha cubierto con un preservativo. A su derecha, tres personajes se cubren respectivamente los ojos, los oídos y la boca. Son la versión de Haring de Mizaru (no ver el mal), Kikazaru (no escuchar el mal) e Iwazaru (no decir maldades), los tres monos nipones de la sabiduría con los que ahora interactuamos casi a diario a través de los emojis de WhatsApp.
“Yo le escribí el título del mural”
La obra, pintada sobre un contrafuerte de hormigón de una casa destinada al derribo, fue calcado previamente a su destrucción en 1992 y actualmente puede verse una reconstrucción del mismo junto al Museo de arte Contemporáneo de Barcelona (Macba). La creación del mural fue documentada en vídeo gracias al DJ César de Melero, que había conocido a Haring la noche anterior. “Fue en el Arts Studio, un club de house de la zona alta de Barcelona en el que yo estaba pinchando”, cuenta De Melero a ICON DESIGN. “Alguien se me acercó y me dijo: ‘Keith Haring está en la puerta y no le dejan entrar’. Yo no me lo podía creer. Salí a la puerta y allí estaba, inconfundible con sus gafitas y eso. Con la cara que se te queda cuando no te dejan entrar a una discoteca. Lo señalé y le dije: ‘¡Eh tú! ¡Entra!’. Fuimos a la barra, le invité a champán y pasó la noche en la cabina conmigo”.
A la noche siguiente, Haring le comentó a De Melero que por la mañana iba a pintar un mural en el barrio chino y este decidió acercarse y grabarlo todo. “Es curioso, pero yo fui quien le escribió la frase: ‘Todos juntos podemos parar el sida’ con la que él cerró y tituló el mural”, confiesa César.
En la parte final de la grabación, también podemos ver al artista pintando otra obra de menores dimensiones en la cabina del Arts Studio. “La última noche que estaba en Barcelona apareció con un bote de pintura e hizo un pequeño mural que todavía se conserva. Ahora el local es un club de billares”, nos cuenta el DJ catalán.
El regalo del niño David, “lo mejor de los dos días que pasé en Barcelona”
En la grabación, podemos ver a un artista consagrado a nivel mundial que habla con los chavales del barrio y con la gente que se le acerca. Incluso, según él mismo recogió en sus Diarios (Galaxia Gutenberg, 2001), discutió con el propietario de un burdel de la zona, enfadado por la temática de la obra. “Se quejaba de que el mural solo dañaría al vecindario porque la gente pensaría que había muchas drogas allí y la policía cerraría los bares”, escribió. “Eso es ridículo porque la gente ya sabe lo mala que es la situación en el barrio”.
Este libro, fundamental para entender la obra y el pensamiento de Haring y hoy en día completamente descatalogado (los ejemplares de segunda mano se venden por unos 600 euros), incluye joyas de la intrahistoria de todo este acontecimiento como el recuerdo de David, un niño del Raval que adoptó a Haring durante la creación del mural, evitando que otros chavales lo molestaran, y que decidió hacerle un regalo de despedida al artista neoyorkino.
“Al día siguiente, cuando regresamos para fotografiar el mural, se me acercó un vecino con un plumier y un lápiz que David le había encargado que me entregara”, recordó Haring. “David estaba en el colegio y se había preocupado de que alguien me lo diera si yo volvía mientras él no estaba. Probablemente eso fue lo mejor de los dos días que pasé en la ciudad”.