La noche que Truman Capote hizo 540 amigos y 15.000 enemigos y pasó de ser el escritor del año a ‘celebrity’
Hoy se cumplen 54 años del ‘Baile en blanco y negro’ que el escritor estadounidense celebró en el Hotel Plaza de Nueva York invitando lo mismo a aristócratas, magnates, princesas, celebridades o escritores. Pero no a todos
Ha pasado más de medio siglo, pero la fiesta El baile en blanco y negro que el escritor Truman Capote celebró la noche del 28 de noviembre de 1966 en el Hotel Plaza de Nueva York todavía continúa soltando chispas como las melodías de la orquesta de Peter Duchin que amenizaron la velada. Según cuenta la escritora Deborah Davis en su libro Party of Century. The Fabulous history of Truman Capote and His Black-and-white Ball, ...
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Ha pasado más de medio siglo, pero la fiesta El baile en blanco y negro que el escritor Truman Capote celebró la noche del 28 de noviembre de 1966 en el Hotel Plaza de Nueva York todavía continúa soltando chispas como las melodías de la orquesta de Peter Duchin que amenizaron la velada. Según cuenta la escritora Deborah Davis en su libro Party of Century. The Fabulous history of Truman Capote and His Black-and-white Ball, “solo a una persona como Capote se le pudo ocurrir organizar un baile de máscaras donde se juntaran Frank Sinatra y el Maharajá de Jaipur, Henry Ford II y Andy Warhol, Gloria Vanderbilt y Norman Mailer”. Una lista de invitados, cerca de 540, que The New York Times no dudó en publicar en exclusiva la víspera del evento a la vista de la composición tan explosiva ideada por el escritor.
Todo había comenzado unos meses antes. Capote acababa de recibir los mayores honores críticos gracias a su novela A sangre fría, que además le reportó unos sustanciosos beneficios económicos. El escritor se había convertido en el hombre del año en un país cada vez más agitado por la Guerra del Vietnam. Y, como colofón de su magnífico 1966, proyectó la realización de una gran fiesta, una celebración que como señala Gerald Clarke en su biografía del escritor “llevará su nombre y su personalidad en todos los detalles”. En el imaginario social, por lo que respecta a bailes legendarios, el ofrecido por el decorador Charles Beistegui en 1951 para la inauguración de su Palazzo Labbia en Venecia continúa señalando el zénit de las celebraciones mundanas. Bailes como Le Bal Proust, organizado por los Barones Rothschild con la actriz Marisa Berenson disfrazada como la decadente Marquesa Casati, también están en lo más alto en lo que se refiere a celebraciones llenas de opulencia y extravagancia.
A diferencia de esas excéntricas fiestas, de gusto kitsch y promovidas por esa clase social que parece vivir en el interior de una burbuja, el baile del Hotel Plaza de Truman Capote se presentó como una celebración plural, de buen gusto y la elegancia. Una fiesta donde todos los invitados debían ir de blanco y negro y el toque de fantasía lo aportarían las máscaras, blancas para las señoras y negras para los caballeros. La inspiración se la dio su amigo y compañero de aventuras, el fotógrafo y diseñador Cecil Beaton, quien había iluminado la pantalla con la dirección artística del musical My Fair Lady. Una de las secuencias más recordadas de la película es el desfile en blanco y negro en el Hipódromo de Ascott. El celo de Capote por la fiesta, como cuenta Gerald Clarke en su biografía, hizo que estuviera a punto de incluir en las invitaciones la recomendación de que las damas solo llevasen diamantes. “Temía que los destellos de los rubíes, zafiros y esmeraldas pudieran arruinar la cuidada escenografía…”.
Para su baile bicolor, ese espacio socialmente promiscuo donde por unas horas se reunirían la alta sociedad, la clase intelectual y la sociedad de la inteligencia –la fantasía que le había perseguido a lo largo de su vida–, Capote necesitaba una excusa, un personaje a celebrar. Lo encontró en la figura de Katharine Graham –interpretada por Meryl Streep en la pelicula The Post–, editora del Washington Post y la revista Newsweek. Para Graham, una de las mujeres más poderosas del país, suponía interpretar un papel para el que no estaba preparada. Su territorio social se hallaba bastante alejado de esas “mujeres-cisnes” idolatradas por Capote y de apellido ilustre: Guinnes, Vanderbilt, Agnelli. A pesar de todo, Graham acabó aceptando y convirtiéndose en la figura en la que, en su honor, como señalaba la invitación, se acabaron reuniendo más de 500 invitados una noche lluviosa de finales de noviembre en Nueva York.
En sus memorias Una historia personal, Graham confesó haberse “sentido confundida y al mismo tiempo halagada” por la invitación de Capote. “Realmente yo era una debutante ya madura, una especie de Cenicienta en lo que se refiere a esa clase de mundo, pero Capote sintió que necesitaba un motivo para la fiesta, una invitada de honor que no formara parte de esa clase glamurosa, que no competiera con ella”. La editora del Washington Post, entre otras anécdotas, recuerda su visita a un celebrado salón de peluquería neoyorquino encargado de peinar a las invitadas y tener que hacer cola. “Nadie sabía que era la invitada de honor de la fiesta y tuve que esperar hasta que a Marisa Berenson le quitaron los rulos. Fui la última en salir”.
A las 10 de la noche del 28 de noviembre Truman Capote y Katharine Graham se disponían a recibir a los invitados a las puertas del salón. No es difícil distinguir, a pesar de las mascaras, a Frank Sinatra acompañado de su recién y joven esposa, la actriz Mia Farrow. Las mascaras femeninas rivalizan en fantasía. Un joven diseñador llamado Halston se ha encargado de realizar una buena parte de ellas. Entre sus diseños destacaba una máscara con forma de conejo que lucía una todavía casi desconocida Candice Bergen. También llamó la atención la que llevaba en forma de gato el modista Oscar de la Renta, más propia de otros bailes del pasado.
Desde el otro lado del Atlántico acudieron amigos del escritor, como el magnate Giovanni Agnelli y su mujer Marella Agnelli. Aunque The New York Times la había incluido en su lista de invitados, la actriz Greta Garbo no pisó esa noche los salones del Plaza. Tampoco lo hizo Jacqueline Kennedy, aunque sí acudió, en cambio, su hermana Lee Radziwill, amiga íntima del escritor, que actuó como consorte del rey Capote. Empresarios, políticos, escritores, modelos, estrellas de Broadway y de Hollywood, Henry Fonda, Lauren Bacall o una leyenda como Tallulah Bankhead, que había hecho lo imposible por conseguir una invitación. El fotógrafo afroamericano Gordon Parks, recordando años después la velada dirá con ironía: “Harry Belafonte y yo éramos las dos únicas y verdaderas notas negras del baile”.
Truman había aprendido la lección. “El secreto del éxito de una fiesta no radica en el refinamiento de la comida, el vino caro o la decoración extravagante, sino en la combinación de invitados animados”, señala Gerald Clarke sobre el triunfo logrado por Capote con la suya. “Y nadie tenía amistades tan variadas como Truman”.
Poco importó el modesto resopón que se sirvió junto a las 450 botellas de champán Taittinger, un bufé compuesto de picadillo de pollo, espagueti a la boloñesa, huevos revueltos, salchichas, repostería y café. Tampoco importó que algunos de los invitados como Frank Sinatra se marcharan con cierta urgencia en busca de un lugar más cómodo. Solo unas pocas horas después de que se hubiera marchado el último invitado, las redacciones de los periódicos señalaban el éxito de una fiesta destinada a convertirse en legendaria.
De telón de fondo, la Guerra de Vietnam
Pero no todo fueron elogios. El periodista Peter Hamill del New York Post escribió una furiosa columna comparando la frivolidad de la fiesta con las noticias de la Guerra de Vietnam. En unos momentos en los que el rechazo contra la guerra era cada vez más creciente y se sucedían los disturbios a causa de la segregación racial, la llamada “fiesta del siglo” parecía un paréntesis o un tiempo muerto de un partido de baloncesto celebrado entre las élites económicas e intelectuales americanas. “Creo que fue la última vez que se pudo realizar una fiesta de esas características y no recibir una crítica generalizada”, dirá Katharine Graham.
Para el escritor e historiador Nicholas Foulknes, autor de Bals. Legendary Costume Balls of the Twentieth Century (Assouline), “la consecuencia más importante de la fiesta fue para el propio Truman Capote. Antes de las 10 de la noche del 28 de noviembre de 1966 era un gran escritor estadounidense que también ejercía de celebridad. Después de la fiesta, se convirtió en una figura destacada de la sociedad americana”. Para el entonces diseñador y más tarde director de cine Joel Schumacher, “la fiesta significó para Capote el principio del fin”. La imagen posterior de un Capote famoso y alcoholizado en programas de televisión, envuelto en escándalos y juicios, acabaría difuminando la de aquel escritor que había llegado a la gloria literaria con su A sangre fría.
“Su fiesta quedó como algo inolvidable, se convirtió en una leyenda, hinchada por el hiperbólico ambiente de los años sesenta”, subraya Gerald Clarke. “Fue la noche en que Capote hizo 540 amigos y 15.000 enemigos que no fueron invitados a la fiesta”. Un año después, el director artístico de la revista Esquire, el magnético George Lois, un profesional que algunos sitúan en el origen de la celebrada serie Mad Men, volvía sobre la fiesta de Capote dedicándole la portada de la revista. En la cubierta se podían ver, entre otros, a la actriz Kim Novak, al actor Tony Curtis y al presentador televiso Ed Sullivan. El titular de la portada: “No hubiéramos ido aunque nos hubiese invitado”.
Para muchos, la fiesta de Capote en el Hotel Plaza señaló ese momento irrepetible en que las barreras entre la aristocracia social y las celebridades, hasta entonces claramente dibujadas y señaladas, se permitieron un vis-à-vis. El placer de compartir una noche para divertirse. En tiempos de Instagram, con las celebridades colgando las fotos de su última fiesta o acto social, el recuerdo del “baile del siglo” no puede ser más revelador.