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Un palacete dentro de otro: así es el lujoso apartamento ‘escondido’ en un edificio icónico de Milán

Francesco Soro, arquitecto milanés, ha hecho suya, a base de muebles y diseños propios, una obra maestra de Luigi Caccia Dominioni llena de historia y de recovecos

La palabra latina humilitas, el lema de la familia Borromeo que sirve para describir la lujosa contención de la estética milanesa, no está inscrita en la fachada de esta casa, pero poco le falta. Cuando diseñó este edificio, a principios de los años sesenta, el arquitecto Luigi Caccia Dominioni quiso reinterpretar la casa lombarda tradicional: sobria y compacta por fuera, suntuosamente espaciosa por dentro. En uno de sus apartamentos principales vive desde hace más de cuatro décadas con su familia el arquitecto Francesco Soro (Milán, 82 años), que es quien nos da la bienvenida. Primera sorpresa: lo que desde la calle parecen ventanas modestas son en realidad muy grandes, y fueron diseñadas para hurtar el menor espacio posible a la luz. De hecho, son uno de los elementos del proyecto original que no han sufrido transformación. “Me quedé con las puertas, altas, bellísimas, y también con las ventanas”, apunta Soro, que llegó aquí en 1978, cuando adquirió un apartamento en la planta baja. Le gustó, cuenta, porque incluía un sótano iluminado cenitalmente por un lucernario. Con los años llegaron los hijos −dos gemelos− y la familia acabó haciéndose con el piso superior, que hoy es el principal. Soro construyó una escalera de caracol para comunicar ambas plantas, y el resultado fue un pequeño palacete dentro de otro palacete que, a su vez, huye de los tópicos sobre lo palaciego. Abrazada por las formas sinuosas que concibió Caccia Dominioni −pasillos serpenteantes, una apabullante escalera elíptica comunitaria−, esta vivienda reafirma su condición de oasis. También condensa una forma de entender lo doméstico.

Caccia Dominioni nació en 1913 y desarrolló su carrera durante la posguerra, cuando dio forma a una arquitectura burguesa, eremítica, neobarroca, vanguardista y lujosa a la vez; Caccia, como lo llaman sus especialistas, prácticamente reconstruyó Milán. Soro nació tres décadas después, en 1942, y ha dejado su imprenta en la ciudad lombarda, pero también en Nueva York y diversos puntos de España. Habla con generosidad de su trayectoria, de sus edificios, de sus muebles y, sobre todo, de sus clientes. Por ejemplo, Sor Egidia, la monja que había cuidado de él en la guardería y que, cuando se graduó, le hizo su primer encargo: una capilla en un antiguo refectorio. El joven arquitecto construyó una pared cóncava y talló en ella dos zanjas a modo de crucifijo, iluminados desde dentro con lámparas ocultas en los extremos. Soro cuenta que a la monja le encantó, pero no al párroco encargado de bendecirla, que se quejó por un formato tan poco ortodoxo: “Sor Egidia, que era muy dura, le dijo: ‘Mire, haga lo que quiera. Esta capilla la pago yo. Si quiere bendecirla, bien. Si no, llamo a otro párroco”. El cura la bendijo y el jovencísimo Soro tuvo su primer proyecto construido (y bendecido). También su primera clienta satisfecha. La primera de muchos. Soro enumera nombres como el empresario español Joaquín Bertran Caralt, presidente de la cementera Asland. Con él trabajó por primera vez en Ibiza, donde con los años construyó campos de golf, urbanizaciones, villas y apartamentos. Su primer proyecto balear fueron las viviendas sobre el puerto de Roca Llisa, un ejercicio de contención a partir de piedra, hierro y color blanco; una forma respetuosa de dialogar con el paisaje, sin caer en lo folclórico. “Felicidades, no tiene nada de vulgar”, le dijo el diseñador Vico Magistretti cuando se las mostró. Magistretti, ya una leyenda, accedió a desarrollar con este joven graduado proyectos tan ambiciosos como la facultad de Biología de Milán. De él aprendió, cuenta, a pensar en los detalles y en la vida que acoge cada nuevo proyecto. En una ocasión, cuando diseñaba unos apartamentos para estudiantes en un edificio que había construido Gio Ponti, Magistretti le sugirió que elevase las camas 70 centímetros sobre el suelo, para que los estudiantes pudieran barrerlas sin dificultad.

Entre la poesía y el realismo, Soro afirma haber seguido la máxima que le enseñó Ernesto Nathan Rogers, el artífice de Torre Velasca y su profesor en el Politécnico, que le adoptó como discípulo tras quedar deslumbrado por uno de sus ejercicios de clase: “Para ser arquitecto hay que viajar, amar y ser fiel a la idea matriz”. De los numerosos proyectos de Soro, que ha construido viviendas, urbanizaciones, campos de golf, facultades, edificios de oficinas y tiendas, se deduce una cierta claridad conceptual que, como buen arquitecto formado en la cultura del design, presta la misma atención a lo grande y a lo pequeño. De hecho, dos de sus proyectos pendientes hablan de ese contraste de escalas: un cinturón autoajustable y un proyecto para construir un complejo residencial en Finca del Morrón (Jumilla, Murcia).

Pero volvamos a Milán. A esta casa de muros blancos y suelos de madera, donde Soro dialoga con su historia. “Caccia era muy buen arquitecto”, apunta Soro. “Supo combinar un cierto espíritu milanés ligado a la cultura, a la nobleza, a los ricos, con cosas radicales y nuevas”. En una ocasión, cuenta, uno de los apartamentos del edificio cambió de manos y el nuevo dueño quiso instalar ventanas de buhardilla. El resto de propietarios protestaron y acudieron al propio Caccia. “Me dijo: ‘En realidad ese tejado no me quedó bien del todo, no pasa nada”, recuerda Soro. “Eso es humildad, especialmente porque es un gran arquitecto que ha hecho mucho por Milán, y no se le conoce lo suficiente”.

Como Caccia y Magistretti, Soro es un arquitecto que también diseña objetos. Su sofá Siglo XX de 1981, una estructura tubular que acoge un cuerpo acolchado de cuero negro, ganó el Compasso d’Oro, el premio más importante del diseño italiano. En su casa hay prototipos de asientos como las sillas Valet de Coeur, con un espacio de almacenamiento interior para guardar papeles y trastos. O la silla Satine (2005), con un tejido elástico tensado que se adapta al peso del cuerpo. Otros detalles están integrados en la propia estructura de la casa. En el despacho, una pequeña hornacina en la pared esconde un foco que proyecta su luminiscencia de forma sutil. Recuerda al crucifijo de Sor Egidia, pero también a las oquedades en las fachadas de las casas ibicencas. La casa de Soro está llena de mirillas y agujeros por los que se cuela la luz, igual que su obra. Ha creado fachadas de pavés blanco que de noche se iluminan con mil ojos. También la silla que hay junto a su escritorio tiene en su respaldo un rostro troquelado. Mientras charlamos, un rayo de sol pasa a través de las ranuras, que parecen cobrar vida. “Mira la luz al través, cómo se encienden los ojos”, comenta Soro, divertido ante esa criatura suya que le observa desde hace años.

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