De ruina a monumento: Madrid recupera las huellas visibles e invisibles de la ciudad que imaginó Sabatini
José Luis Sancho Gaspar y Ángel Martínez Díaz, los comisarios de la exposición ‘El Madrid de Sabatini’, profundizan en el legado patente y los grandes proyectos truncados del arquitecto que transformó la capital en la segunda mitad del siglo XVIII
En las páginas finales de La horda (1905), una novela de Blasco Ibáñez que retrata la vida en los barrios populares del Madrid del cambio de siglo, el protagonista, un escritor caído en desgracia, contempla el centro de la ciudad desde lo que hoy es el Paseo de Extremadura, al otro lado del Manzanares. “Madrid, visto desde allí, parecía una capital portentosa, una imponente metrópoli”, reflexiona el narrador. “Entre el azul del cielo y el verde de los árboles alineábanse las más solemnes manifesta...
En las páginas finales de La horda (1905), una novela de Blasco Ibáñez que retrata la vida en los barrios populares del Madrid del cambio de siglo, el protagonista, un escritor caído en desgracia, contempla el centro de la ciudad desde lo que hoy es el Paseo de Extremadura, al otro lado del Manzanares. “Madrid, visto desde allí, parecía una capital portentosa, una imponente metrópoli”, reflexiona el narrador. “Entre el azul del cielo y el verde de los árboles alineábanse las más solemnes manifestaciones de su vida, sus más poderosas grandezas”. Entre esos monumentos, Blasco Ibáñez menciona los cuarteles de la Montaña del Príncipe Pío, el Palacio Real y la iglesia de San Francisco el Grande: representaciones perfectamente alineadas del poder militar, monárquico y religioso, fáciles de captar de un golpe de vista. “Nada faltaba: era la imagen completa de la nación; todo parecía haberse concentrado en esta cara monumental de la gran villa”, concluye.
La imagen que impresionaba al novelista valenciano sigue siendo parcialmente visible hoy, a excepción de los cuarteles que hasta principios del siglo XX se encontraban en las inmediaciones de la actual Plaza de España. Y dicha panorámica no fue fruto del azar, sino de un minucioso diseño llevado a cabo en la segunda mitad del siglo XVIII por Carlos III y por Francisco Sabatini, el arquitecto italiano que, desde su llegada a la entonces capital imperial en 1760, acometió una ambiciosa serie de proyectos urbanísticos y monumentales que van desde la Puerta de Alcalá hasta la tapia de la Casa de Campo. Precisamente esa visión de la ciudad es el tema principal de El Madrid de Sabatini. La construcción de una capital europea (1760-1797), la exposición que puede visitarse en Fernán Gómez Centro Cultural de la Villa hasta el próximo 30 de enero, y que es uno de los pilares de las celebraciones del año Sabatini programadas por el Ayuntamiento.
“Sabatini no es un genio de la arquitectura, sino un arquitecto muy eficaz para un poder muy eficaz, que es el de Carlos III”, describe el investigador José Luis Sancho, adscrito a la Dirección de Inmuebles del Patrimonio Nacional, experto en la materia y co-comisario de la muestra. En ella, los documentos históricos y las obras de arte que aportan peso museístico al proyecto: planos originales, materiales, libros, pinturas de la época y otras obras que, aunque no están ligadas directamente al italiano, sí permiten entender el contexto en que surgieron y el papel que desempeñaron. Junto a Sancho, el otro comisario de la muestra es Ángel Martínez Díaz, doctor arquitecto y profesor del Departamento de Ideación Gráfica Arquitectónica de la ETSAM, que ha asumido un aspecto fundamental de la exposición: las reconstituciones gráficas, a partir de un minucioso proceso de investigación y recopilación de datos, de edificios en su entorno urbano. “Intentamos suavizar la dificultad de las exposiciones de historia de la arquitectura para el público”, explica Martínez. “El reto ha sido concebir imágenes únicas de cada edificio que permitieran entenderlo por fuera, por dentro y en su contexto urbano”.
En la muestra, concebida también junto al vicecomisario Pablo Vázquez Gestal, las reconstituciones gráficas de edificios de Sabatini y de zonas de la ciudad aportan claridad y, sobre todo, deslindan las diferencias entre los proyectos originales, su evolución y su buena o mala fortuna. Algunos, como el convento de San Pedro de Alcántara, no llegaron a construirse; su espacio lo ocupó el Cuartel de San Gil, que ocupaba hasta 1906 el espacio donde hoy se abre la Plaza de España. Ahora, dibujos retroiluminados y una reconstrucción tridimensional permiten recuperar este edificio que demuestra que Sabatini no era un arquitecto tan aburrido como se dice. “Cuando lees los planos, ves que es un edificio curioso, con una iglesia más o menos convencional en un volumen igualmente convencional. Pero, al destriparlo, lo que sale a la luz refleja una complejidad interior mucho más potente, con un modo muy brillante de encajar espacios representativos y funcionales, y sistemas de circulaciones muy complejos”, explica Martínez. “En este caso, la reconstitución consiste en conseguir la imagen de cómo hubiera sido el convento, y no es sencillo: quedan cuatro dibujos de obra, no son coherentes entre sí porque pertenecen a fases distintas y, además, no se terminó. Por eso tenemos que basarnos en datos objetivos y planimetrías lo más fiables posibles, e ir proyectando el pasado a partir de ahí”.
Esta proyección del pasado permite comprender el presente de la ciudad. En el último tramo de la muestra, una secuencia de tres planos muestra el Madrid que recibió Sabatini, el que soñó y el que dejó a la posteridad. Así, la ciudad visible e invisible, la desaparecida y la que nunca llegó a existir, se superponen y abren nuevas preguntas. Por ejemplo, resulta tentador pensar en que, en cierto modo, el actual desarrollo urbanístico de la ribera del río no habría sido posible si, en el siglo XVIII, Sabatini no hubiera dedicado tantos esfuerzos a proyectar la cornisa occidental de la capital. “Como están bien pensadas y tienen una lógica, las actuaciones de Sabatini ayudan al desarrollo posterior”, explica Sancho. “Por ejemplo, Sabatini plantea los paseos imperiales, al sur de la Puerta de Toledo hasta el río. No creo que en esa época se le pasara por la cabeza que la ciudad se iba a desarrollar en esa dirección con casas, barrios e industrias. En ningún momento plantearon un ensanche, y no porque no fueran suficientemente modernos, sino porque se encontraron con una ciudad muy deficiente. Lo primero que hicieron fue adecentarla y después le proporcionaron unos límites claros y los hicieron más agradables, vivibles y monumentales. Es como crear un objeto limpio y ponerlo en una bandeja”.
En la misma línea incide Martínez. “Este tipo de intervenciones denotan un poder detrás, un soporte político que sabía muy bien lo que quería hacer. Y lo que quería era convertir Madrid en una ciudad digna y limpia, monumentalizándola pragmáticamente. No se podía cambiar la ciudad entera, pero sí se podía actuar de manera asequible en determinadas zonas, casi siempre en los bordes, donde había más terreno disponible, y más oportunidad de hacer las cosas con rapidez. Y Sabatini, que era un probo funcionario y un militar disciplinado, trató de cumplirlo”.
Sin embargo, el impulso de Sabatini –y de los reinados despóticos de Carlos III y Carlos IV– se diluyó a partir de 1808, cuando la guerra napoleónica y el inicio del ocaso del imperio colonial alteraron la dimensión simbólica de la ciudad. “En 1808 Madrid dejó de ser la capital de ambos mundos y pasó a ser la capital de la eterna guerra civil”, apunta Sancho. Algunos edificios, como las intervenciones de Sabatini en el Palacio Real, tardaron años en terminarse. Tampoco el Hospital General alcanzó la dimensión soñada por el arquitecto; el edificio que hoy alberga el Museo Reina Sofía era tan solo una pequeña parte de un proyecto enormemente ambicioso que, de haberse concluido, habría transformado radicalmente la fisonomía de la ciudad. “El Madrid de Sabatini era limitado, partía de una ciudad con muchas deficiencias y sus artífices llegaron hasta donde pudieron. Pero el programa, que era un gran programa, se cumplió en lo esencial”, añade Sancho, que aborda también la paradójica mala reputación que sigue persiguiendo hoy al arquitecto de Carlos III. “El siglo XX mostró poco aprecio a Sabatini, hubo muchas demoliciones y muchas resultan absurdas vistas desde hoy”, explica. “Por ejemplo, la obra de la plaza de España va a volver a dejar la calle de Bailén con la anchura que tenía antes de 1930″. En vísperas de la inauguración de dichas obras de renovación –donde, además, se han desenterrado los restos del palacio que Sabatini construyó para Godoy–, el Madrid tangible sigue ajustando cuentas con el Madrid invisible. Y ni el uno ni el otro se entienden sin la figura –ni la alargada sombra– del arquitecto siciliano.