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550 millones de dólares y seis años de concienzudo trabajo: la reforma que ha logrado que el hotel de ‘Con faldas y a lo loco’ siga tan impecable como hace 140 años

Tras unas largas y costosas obras, el hotel del Coronado, en la ciudad californiana de San Diego, sigue adelante con su legado, sus casi mil habitaciones y su millón de visitantes anuales

Si uno está sentado de espaldas al hotel del Coronado, observando el Pacífico, puede que ni siquiera recuerde que está en un hotel. Es más como si se tratara de un pequeño pueblo, casi mediterráneo, aunque en plena costa idílica de San Diego. Lo primero, al fondo, ommipresentes, esas vistas al mar. Después, una explanada de hierba verde, una piscina cargada de tumbonas, una pequeña hilera de restaurantes (la pizzería, la heladería, el japo de moda, la tienda de golosinas y caprichos, el pub). En las noches, un tipo con boina y grandes bigotes blancos canta versiones de Bowie, Cat Stevens y James Taylor; lleva en ese taburete desde 1994. Niños con conos chorreantes de chocolate, parejas engalanadas, amigas en shorts y sudadera, a la californiana. Pero si el visitante gira la cabeza, o si se ve reflejado en la foto del turista que ve la estampa desde el lado contrario, entenderá el especial encanto del lugar. Este no es un paseo marítimo más en San Diego. Es el mundo que rodea y del que se enorgullece este hotel de altos torreones rojos y ondeantes banderas que le hará pensar ¿de qué me suena…? Le suena de toda la vida.

El hotel del Coronado es una institución estadounidense, en pie desde 1888. Es una atracción turística en sí que recibe, según sus propias cifras, un millón de visitantes al año. Ha aparecido en películas como Con faldas y a lo loco, de la que fue su telón principal y con la que quedó para siempre en el imaginario colectivo, pero también en Asesino, asesino, Mi cielo azul o en Hombre rico, hombre pobre. En su época, fue la mayor construcción de madera del país, y tenía incluso planta eléctrica propia y fábrica para hacer hielo y conservar los alimentos fríos; hoy, cuenta con una archivista y su propio museo. Pero para llegar hasta aquí han sido necesarias unas obras de renovación que han llevado seis años y la exorbitante cantidad de 550 millones de dólares.

Cuando empezó su andadura, el Coronado costó un millón de dólares, con unos 600.000 dedicados a su construcción (que se terminó en apenas 11 meses) y el resto a muebles y decoración. Con la inflación, serían unos 34 millones de hoy en día. Su lavado de cara en profundidad ha costado 16 veces más y ha tardado seis veces lo que la edificación. Pero, ¿en qué se ha invertido ese dinero? Su director, el suizo Marco Tadeo, está al frente del establecimiento desde esta primavera, cuando por fin se retiraron los andamios. Explica más con gestos que con palabras el destino de todos esos millones: “Puedes verlo”, afirma, extendiendo los brazos hacia el hotel, mientras toma agua con hielo en el restaurante de unos de sus clubes privados.

De hecho, esta pequeña construcción ya dice mucho de lo que es el hotel: la casita convertida en club era el hogar de Wallis Simpson en la isla durante su segundo matrimonio. Según la prensa de la época, la entonces señora Simpson conoció al príncipe de Gales en un gran baile ante 1.000 invitados celebrado en abril de 1920 en el hotel, durante una escala del barco del británico. Ella siempre lo negó, asegurando solo haberse fotografiado allí con Chaplin, sí, pero no con su Alteza Real, con quien acabaría casándose, en una boda que provocaría un terremoto geopolítico. Su pequeño cottage de la isla fue luego comprado por el hotel y trasladado a sus terrenos para convertirse en el Club del Del.

Pero volvamos a Tadeo. Explica el director que el hecho de que el hotel haya llegado hasta aquí, desde que se construyó en 1888, es casi un milagro. “Al fin y al cabo, nunca ha habido un incendio que lo queme y lo eche abajo”, reconoce. Con la renovación, comandada por el estudio local Heritage Architecture & Planning, han eliminado buena parte de los papeles, paredes y maderas que habían ocultado los originales. “Lo que todo el equipo tenía claro es que teníamos que darle crédito al hotel. Hay mucha historia aquí y queríamos respetarla”, reflexiona. “Lo que se ha hecho es recuperar el edificio. Cuando miro antiguas fotografías, entiendo cómo se construyó el hotel en aquel entonces, porque con otras renovaciones las cosas cambiaron un poquito, se hicieron añadidos, pero irrelevantes, algunas cosas no muy bien hechas”, concede. “Así que se ha ido atrás y se ha recuperado el hotel tal y como era”.

¿Y cómo era? Para empezar, hay que explicar que el Coronado (o el Del, como se le conoce popularmente en la zona) ahora son cinco edificios —cabañas junto a la playa, villas, incluso un edificio alto— que se expanden por 11 hectáreas de terreno en la isla que lleva su nombre, en la ciudad de San Diego, lo más al suroeste de EE UU que permite el mapa. Pero en realidad, al que se refiere Tadeo es al edificio principal, una enorme construcción victoriana de más de 400 habitaciones (hay 940 en todo el hotel) designado Punto Histórico Nacional. Claramente, alojarse en él ya no cuesta 3,50 dólares la noche, como antaño (ni mucho menos dos, lo que les cobrabran a los soldados en la II Guerra Mundial) sino que los precios parten multiplicando la cifra unas 100 veces.

La renovación se nota antes incluso de entrar. El porche inicial se ha recuperado y la fachada histórica ha mejorado, recuperando ventanas que se habían perdido (y estaban escondidas bajo muretes, papel, paredes posteriores) y también puertas francesas, que se habían cambiado por otras deslizantes. Nada más entrar al llamado lobby victoriano se ven recuperadas las maderas originales, y restauradas sus hermosas y coloridas vidrieras. Las antiguas llaves, con sus pompones verde oliva, cuelgan detrás del mostrador, que además está rodeado de paredes forradas de seda con motivos de flores y animales.

Porque en su conocido patio central, el Coronado llegó a albergar en su día un pequeño zoo; de ahí el guiño. Ahora, en cambio, es lugar de reunión para sus huéspedes, que lo cruzan para ir a sus habitaciones, pero también para pasear, tomar algo al fresco o contemplar su fuente de Venus. La original se retiró en 1912, pero encontraron un duplicado en el Estado de Washington, buscaron el molde y volvieron a colocar a esa mujer semidesnuda y que tanto pudor causaba a principios del siglo XX en el centro del patio, junto a macizos de camelias, hortensias y árboles de cítricos.

Las habitaciones también han pasado por chapa y pintura, en colaboración con la empresa angelina Wimberly Interiors. Se han recuperado más cuartos, porque además se han descubierto algunas salas entre unos y otros, como una destinada a niñeras y enfermeras al cuidado de bebés. Los textiles, los cabeceros curvos y hasta los espejos tienen toques victorianos, y el toque marítimo lo pone la rafia de los muebles de los baños, acompañados de suelos de mármol. Todo gracias a sus fotografías y su gran archivo, que han permitido observar los detalles y materiales primitivos.

El Coronado se jacta de haber inventado las vacaciones modernas, al menos en parte. Sus dueños fueron visionarios, si no en eso, al menos en su manera de hacerse con el terreno y en su marketing. Cuando llegaron a la isla en la penúltima década del siglo XIX, todo eso era campo. Pero ellos lo compraron, asegurando que era el lugar más saludable que jamás habían visto, perfecto para el descanso. Aunque nadie se bañaba en su frío Pacífico, tomaban aire, paseaban, comían sano. Con ese boca a boca empezaron a hacer lotes de terreno y a venderlos; el dinero les sirvió para construir el hotel y quedarse con un puñado de hectáreas para ir expandiéndose con el tiempo, alrededor de hermosas mansiones y calles de perfecto trazado. Hoy en día, San Diego es la tercera ciudad más cara de Estados Unidos.

El objetivo principal del abultado presupuesto de la renovación era, por tanto, poner en valor ese esplendoroso pasado con delicadeza (y sin cerrar, algo que lograron en los seis años de obras). Traer a la vida el hotel donde Frank Sinatra y John Wayne cenaron con el presidente Reagan —que rodó en él como hotel, pero también ofreció fiestas en su etapa como mandatario—, donde Bing Crosby creó una competición de caballos frente al mar o donde L. Frank Baum escribió tres capítulos de El mago de Oz.

El autor, de hecho, era aficionado al escaparatismo y a la producción teatral, y se enamoró tanto del hotel que acudía con frecuencia y hasta diseñó las lámparas con forma de corona de su Crown Room (o Habitación del Trono), el salón principal. Ya no se exponen, sino que se guardan en su museo, aquella antigua sala de hielo, que pueden curiosear huéspedes y visitantes. Hay hasta una audioguía para recorrer el hotel al completo, y tiene su propia y muy apetecible tienda de recuerdos. En él, se encuentran libros sobre su historia, las bodas que se han celebrado en él o para colorear. Pero las caras chaquetas de Top Gun (que se rodó al lado) y los enormes termos tan a la estadounidense grabados con el logo del hotel son incapaces de competir con esas postales y adornos navideños donde, simplemente, se ve el hotel, sus torres, sus banderas ondeantes por los vientos de Santa Ana. Y una sonriente Marilyn Monroe mirando al espectador con el Coronado de fondo, tan eterna como el propio lugar.

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