Diez edificios de universidades públicas que son joyas de la arquitectura española

La buena arquitectura se distingue por unos valores que desbordan lo utilitario. Los edificios que hemos seleccionado, de Vigo a Tenerife, pasando por Zaragoza o Almería, demuestran que la formación universitaria consiste en mucho más que recibir clases y presentarse a exámenes

Fotografía de la ampliación de la Escuela Técnica Superior de Arquitectura de Barcelona, obra de José Antonio Coderch.Fotos de Nicanor García. Cortesía de la ETSAB

La universidad pública española está en peligro. Las políticas de la Comunidad de Madrid para la creación de “universidades” privadas (que el lector entienda este uso de las comillas como considere) y de opresión financiera hacia las públicas han puesto en el foco mediático una situación que, desafortunadamente, no es nueva en absoluto. Las universidades de todos los españoles llevan asfixiadas muchos años. Demasiados.

La buena arquitectura, como le sucede a la buena educación, se distingue por unos valores representativos intrínsecos que desbordan lo meramente utilitario. Una universidad no puede ser una máquina expendedora de títulos. Tampoco una fábrica de ingenieras, médicos, abogadas y maestros. Del mismo modo que una universidad que se precie de serlo debería ser garante del buen funcionamiento del ascensor social, de la igualdad de oportunidades y de una investigación de calidad e independiente de los intereses de ciertos grupos de poder, hay edificios que hacen que la formación universitaria sea mucho más que recibir unas clases y presentarse a un puñado de exámenes. Nuestros campus públicos están llenos de ejemplos.

Vista de la Ciudad Universitaria de Madrid cedida por el Archivo General de la Universidad Complutense de Madrid.

Ciudad Universitaria de Madrid (1928-1943), de Modesto López Otero y otros arquitectos

Acostumbrados a una clase política cuyo mayor empeño suele ser el de destruir lo que han hecho sus adversarios y predecesores en el cargo, la Ciudad Universitaria de Madrid constituye un rarísimo ejemplo de estoica resiliencia. Concebida durante el reinado de Alfonso XIII, construida mayoritariamente durante la Segunda República, escenario de fieras batallas durante la Guerra Civil y reconstruida y concluida durante los primeros años de la dictadura franquista, la de Madrid fue la primera ciudad universitaria de toda Europa proyectada siguiendo el modelo típico de campus a la americana. Esto es: edificios independientes rodeados de vegetación en un entorno aislado en las afueras de la ciudad.

Declarada bien de interés cultural (BIC) desde 1999 con la categoría de conjunto histórico, el campus madrileño es un auténtico museo de arquitectura al aire libre. A los primeros edificios racionalistas de las facultades de Filosofía y Letras, Medicina, Derecho o Farmacia, fácilmente reconocibles por sus fachadas de ladrillo visto, fueron incorporándose obras de algunos de los mejores arquitectos españoles del siglo XX. El Centro de Formación del Profesorado de Enseñanzas Media y Profesional (1952-1957; actual Facultad de Estudios Estadísticos) y el Centro de Cálculo Electrónico IBM (1963-1967; actual Centro de Proceso de Datos UCM) son obras de Miguel Fisac, mientras que la Escuela de Ingenieros de Telecomunicación (1960-1964), corrió a cargo de Javier Carvajal y José María García de Paredes. Los amantes del hormigón brutalista pueden darse un festín con ‘la Corona de Espinas’ (Instituto del Patrimonio Cultural de España, 1964-1967), de Fernando Higueras y Antonio Miró; con la Facultad de Ciencias Geológicas (1964-1969), de Fernando Moreno Barberá; y con la Facultad de Ciencias de la Información (1970-1979), de José María Laguna Martínez y Juan Castañón Fariñas. Si añadimos el Centro Nacional de Investigaciones Metalúrgicas (1963), de Alejandro de la Sota; la biblioteca de la UNED (1989-1991), de José Ignacio Linazasoro; y el impresionante catálogo de colegios mayores distribuidos por todo el campus, el resultado es una de las concentraciones de arquitectura moderna más valiosas del mundo.

Facultad de Filosofía y Ciencias de la Educación de la Universidad de Valencia.Iñaki Romero

Facultad de Filosofía y Ciencias de la Educación de la Universidad de Valencia (1956-1959), de Fernando Moreno Barberá

Fernando Moreno Barberá abrió en España una puerta a la arquitectura de los grandes maestros del Movimiento Moderno. Hibridó la expresiva contundencia en el uso del hormigón de Le Corbusier, el funcionalismo orgánico de Alvar Aalto y la radicalidad geométrica de Mies van der Rohe, para crear un lenguaje propio que encontró su filón en la arquitectura docente y universitaria. La Escuela de Ingenieros Agrónomos y Forestales de la Universidad de Córdoba (1963-1969), la Facultad de Ciencias Geológicas de Madrid (1964-1969), o el apabullante conjunto de la Universidad Laboral de Cheste (1965-1969), son sólo unas muestras del legado de un arquitecto que construyó mucho y muy bien.

La Facultad de Filosofía y Ciencias de la Educación (1956-1959; antigua Facultad de Derecho) de la Universidad de Valencia fue el primero de los tres edificios que Moreno Barberá proyectó para el campus de Blasco Ibáñez. El conjunto se organiza alrededor de un exuberante patio ajardinado en diferentes volúmenes cuyas tratamientos en fachada responden a la orientación solar. Así, el bloque más alto, que alberga el decanato, salas de profesores y seminarios, se abre al norte con un muro cortina de perfilería metálica negra muy similar a los rascacielos norteamericanos del momento. Las fachadas soleadas, sin embargo, se protegen con un expresivo catálogo de celosías y parasoles de hormigón claramente inspirados en los brise-soleil de Le Corbusier. El resultado, internacional y vibrante, constituye uno de los mejores edificios de la modernidad arquitectónica española.

Una imagen del vestíbulo del edificio, procedente del libro '50 años de Geología en la Universidad de Oviedo'. Cortesía de la Universidad de Oviedo.

Facultad de Geológicas y Biológicas de la Universidad de Oviedo (1965-1969), de Ignacio Álvarez Castelao

El arquitecto asturiano Ignacio Álvarez Castelao proyectó tres facultades para la Universidad de Oviedo. La Facultad de Geológicas y Biológicas fue la primera de ellas y, seguramente, la mejor obra de su carrera. Todo en el proyecto opera por contraste. Biología y geología, lo orgánico y lo mineral, se traducen en un conjunto de dos piezas tan diferentes que parecen pertenecer a dos edificios distintos. Por un lado, los laboratorios, los despachos, los seminarios y la biblioteca se concentran en un solo volumen vertical en forma de L. A su lado, se encuentra el aulario: un edificio bajito de planta centrífuga similar a la concha de un molusco. En su interior, ocho muros de hormigón definen ocho aulas triangulares, todas diferentes, dispuestas en orden ascendente de tamaño alrededor de una rampa circular que envuelve un impresionante vestíbulo central.

El gris rugoso del hormigón visto de esta “plaza del pueblo”, como le gustaba decir al arquitecto, se enriquece con un ambicioso programa de arte integrado que destila el universo disciplinar de la facultad. Los murales escultóricos de Joaquín Rubio Camín extraen conceptos de la geodinámica y la paleontología, mientras que el diseño del suelo, obra del pintor Antonio Suárez, incorpora formas ameboides de colores. Perteneciente al colectivo artístico de El Paso, Suárez también contribuyó con vidrieras policromadas en el claristorio (hoy desparecidas), así como con el mosaico del microscopio, un mural de colores que rinde homenaje al invento que revolucionó nuestra manera de observar el mundo.

Facultad de Matemáticas de Sevilla. Juan Miller

Facultad de Matemáticas de la Universidad de Sevilla (1972), de Alejandro de la Sota

Alejandro de la Sota tuvo que esperar hasta los 61 años para recibir el Premio Nacional de Arquitectura. Le llegó con uno de los edificios más complicados de su carrera: el edificio de aulas y seminarios de la Universidad de Sevilla, actual sede de la Facultad de Matemáticas. Cuando el arquitecto visitó el solar, no le gustó demasiado lo que había a su alrededor. Decidió que iba a dar la espalda al entorno, y proyectó una caja de ladrillo casi ciega. Unas ventanas alargadas, pequeñas y parcialmente cubiertas por unas celosías blancas, dibujan la imagen de una fortaleza impenetrable.

Una vez dentro, el hermetismo exterior se diluye y deja paso a un interior transparente y fluido. La estructura de acero, así como las barandillas de las pasarelas ligeras y demás elementos metálicos, están pintados de azul celeste (en su día eran de color marrón rojizo). Su aspecto fabril contrasta con la joya del edificio: un gran jardín central equipado con unos toldos textiles retráctiles que dejan pasar la luz en invierno y se protegen del inclemente sol sevillano el resto del año. “Al modo de las calles y patios andaluces”, dijo de la Sota.

Vista de la Universidad Laboral de Almería. Cortesía de Archivo Cano Lasso.Carlos Pérez Siquier

Universidad Laboral de Almería (1973-1974), de Julio Cano Lasso, Alberto Campo Baeza, Antonio Mas-Guindal y Miguel Martín Escanciano

Julio Cano Lasso tenía fama de generoso. “Demasiado, incluso”, recordaba Alberto Campo Baeza en el acto de conmemoración de su centenario. “Éramos unos niños, y nos llamaba para trabajar en su estudio… ¡y firmábamos los proyectos a medias y cobrábamos lo mismo que él!”. Aquella relación maestro-discípulo se tradujo en la década de 1970 en una serie de proyectos docentes: los Centros de Formación Profesional de Vitoria, Pamplona y Salamanca, y la Universidad Laboral de Almería, una de las obras más emocionantes de sus respectivas trayectorias.

Aulas, talleres y laboratorios para 1.200 alumnos, así como despachos para el profesorado, una cafetería, comedores y dos residencias femeninas de 200 plazas cada una. La necesidad de satisfacer un programa máximo con un presupuesto mínimo forzó a los arquitectos a proyectar un edificio austero. Su restrictiva retícula estructural, de sólo 4 x 4 metros, sirvió como tablero de juego para organizar un complejo flexible cuya secuencia de calles interiores, patios y muros encalados de blanco aludían a la tradición arquitectónica de la Andalucía mediterránea. “La sequedad del clima, el viento y el polvo, y la luz deslumbradora aconsejaban un edificio cerrado al exterior y abierto hacia infinidad de patios interiores”, escribió Cano Lasso. Más allá de su aspecto, para el arquitecto “lo esencial de este edificio es la forma de tratar el espacio, de relacionar el interior con los espacios exteriores en una riquísima gradación de ambientes”.

Superficies cerámicas en la terraza de la Escuela Técnica Superior de Arquitectura de Barcelona de Coderch.Fotos de Nicanor García. Cortesía de la ETSAB

Ampliación de la Escuela Técnica Superior de Arquitectura de Barcelona (ETSAB) (1978-1982), de José Antonio Coderch

José Antonio Coderch fue un arquitecto genial que despreciaba a los genios. “Todos quieren ganar mucho dinero o ser Le Corbusier”, lamentaba en su famoso artículo-manifiesto “No son genios los que necesitamos ahora”. Su ideología ultraconservadora y carácter histriónico e irascible opacaban su talento arquitectónico. Quizá por ello tuvo que esperar al final de su carrera para recibir su primer encargo público. La ampliación de la Escuela de Arquitectura de Barcelona le llegó por designación de su director, Oriol Bohigas, quien también era delegado de urbanismo del primer ayuntamiento democrático tras la dictadura, regido por el socialista Narcís Serra. Coderch acudía a aquellas reuniones con los más selectos representantes de la Gauche Divine catalana con el periódico falangista El Alcázar bajo el brazo y explicaba, en perfecto castellano, que la forma de las aulas era como la de los cascos de los soldados nazis.

Más allá de la provocación, la realidad es que la adopción de la solución curva respondía a la voluntad de orientar todas las aulas al norte, y así iluminarlas con una luz indirecta y tamizada. Hacia el exterior, las soluciones de forma, color y textura en fachada diferencian con absoluta claridad la ampliación del edificio preexistente. El recubrimiento de plaqueta cerámica se adapta a las formas sinuosas del proyecto, a la vez que constituye un homenaje a la tradición material catalana. Porque para Coderch, los arquitectos debían trabajar “con una cuerda atada al pie, para que no puedan ir demasiado lejos de la tierra en la que tienen raíces”.

Campus de la Universidad de Vigo.Alex Gaultier

Campus de la Universidad de Vigo (1999-2003), de Miralles Tagliabue EMBT

En un bello entorno natural de suaves laderas y rodeado por el bosque del monte del que debe su nombre, el Campus Universitario de Lagoas-Marcosende es el de mayor extensión y principal de la Universidad de Vigo, con sede triple en Vigo, Pontevedra y Orense. El proyecto de 1999 de Enric Miralles y Benedetta Tagliabue llevó a cabo la reordenación y sutura de las instalaciones ya existentes, así como la construcción de nuevos edificios docentes y auxiliares. El resultado fue un continuo construido que sigue el modelo de ciudad universitaria típicamente estadounidense: facultades, residencias, centros deportivos, dotaciones comerciales y de entretenimiento se conectan física y visualmente mediante carreteras sinuosas, senderos peatonales, colinas artificiales, estanques y plazas.

En este paisaje universitario destacan los edificios proyectados por el estudio Miralles Tagliabue, que parecen surgir de las complejas reglas topográficas y geométricas previamente dictadas en su plan de ordenación para el campus. Esta coherencia formal se traslada igualmente a su dimensión material, gracias al empleo del hormigón visto y el granito gris Mondariz en las fachadas de los edificios y en la pavimentación del campus.

Patios interiores de líneas sinuosas en la facultad de Bellas Artes de La Laguna.José Ramón Oller

Facultad de Bellas Artes de la Universidad de La Laguna (2015), de GPY Arquitectos

Erigida en un solar encajonado entre carreteras, la Facultad de Bellas Artes de la Universidad de La Laguna se formaliza como una curva sinuosa continua de hormigón rugoso que se enrosca sobre sí misma. Este gesto le permite protegerse del exterior y envolver la plaza pública de acceso, corazón de la facultad. Alrededor de esta plaza se despliegan las zonas de circulación, fundidas en un continuo de terrazas, rampas y pasillos abiertos que diluyen la tradicional separación entre interior y exterior.

Estos lugares, convertidos en puntos de encuentro e intercambio entre estudiantes y profesorado, también se utilizan como espacios expositivos y aulas abiertas para la docencia artística de la facultad. Por su parte, las aulas interiores disponen de paredes divisorias móviles que permiten crear espacios de distintos tamaños, en función de las necesidades. “Nos gusta ver la nueva Facultad de Bellas Artes como un edificio que ofrece espacios rompedores e innovadores para la educación experimental y creativa de los futuros estudiantes de artes visuales”, declaran sus autores.

La transparencia define la planta baja de la Facultad de Psicología y Logopedia de la Universidad de Málaga.Javier Callejas Sevilla

Facultad de Psicología y Logopedia de la Universidad de Málaga (2021), de LLPS Arquitectos

La nueva Facultad de Psicología y Logopedia de la Universidad de Málaga divide su programa en dos universos arquitectónicos claramente diferenciados. La planta baja es completamente transparente y permeable, y alberga las zonas comunes y funciones públicas, tales como la cafetería y los comedores, el salón de actos, las oficinas de secretaría y la biblioteca. Sobre ella, se dispone la actividad docente de la facultad: las aulas, los seminarios, los laboratorios de investigación y los despachos para el profesorado se aglutinan en un cuerpo hermético, sin apenas ventanas, protegido del exterior gracias a un revestimiento de piezas cerámicas de color blanco.

Una retícula de patios distribuida uniformemente sirve de conexión entre estas dos zonas. Estos huecos permiten la entrada de luz, tanto a los espacios docentes superiores como al nivel inferior público, a la vez que favorecen la circulación del aire y la ventilación natural. En la cubierta, junto a las placas fotovoltaicas, se ubica un jardín-bioclimático que posibilita que los patios se encuentren hasta cinco grados por debajo de la temperatura ambiente.

Exterior de la Facultad de Filosofía y Letras de la Universidad de Zaragoza.Rubén P. Bescós

Facultad de Filosofía y Letras de la Universidad de Zaragoza (2018-2021), de Magén Arquitectos

En 2016 la Universidad de Zaragoza convocó un concurso para la rehabilitación, ampliación y adecuación de los espacios exteriores de la Facultad de Filosofía y Letras, primera construcción del Campus de San Francisco, de 1941. La propuesta vencedora abordó el proyecto desde una perspectiva doble. Por un lado, mantener la continuidad visual y física con el edificio histórico; y por el otro, implementar un despliegue tecnológico encaminado a la máxima eficiencia energética.

El extenso programa del nuevo edificio (incluye cuarenta y dos aulas, laboratorios, estudios de radio y plató de televisión, cafetería, sala de exposiciones, sala de estudio y despachos) se resolvió en un volumen que reformula en clave contemporánea el lenguaje de muros de ladrillo visto y la distribución regular de vanos de la estructura original. La rotunda severidad exterior contrasta con un interior amable, ajardinado y luminoso. “Un edificio universitario remite a cierta idea de comunidad, de encuentro y relación entre estudiantes e investigadores, no sólo en los espacios reglados, sino también en lugares improvisados”, explican sus autores. “Generar espacios comunes, abiertos y versátiles ha sido un propósito clave del proyecto”.

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