“Los turistas quieren una ciudad auténtica, no una temática”: el plan de renovación que busca devolver barceloneses a La Rambla
El proyecto, que se espera finalizar en 2027, busca rescatar el paseo más emblemático de Barcelona del exceso de turismo y devolvérselo a los vecinos. Algo que parece más fácil de decir que de hacer
Todo lo que le pase a La Rambla le pasa a Barcelona. En sus 1.200 metros de largo se concentran las grandezas y miserias de la ciudad. Lo que en origen fue un escueto arroyo es hoy, para el ojo atento y desprejuiciado, un bulevar bellísimo cuajado de edificios representativos. Los barceloneses, sin embargo, tienden a cruzarla únicamente como límite obligatorio entre los barrios del Raval y el Gòtic. Solo los turistas hacen uso de su función original de paseo que une la céntrica plaza de Catalunya con el puerto antiguo. “Los locales la transitan transversalmente, y los turistas longitudinalmente”, resume la arquitecta Lola Domènec, miembro del equipo interdisciplinar km-ZERO que ganó en 2017 el concurso para la transformación de La Rambla. Una tarea que ahora por fin se reemprende y se espera finalizar en 2027.
La reforma del paseo arrastra un amplio recorrido que comenzó hace dos décadas. Otra arquitecta, Itziar González, era concejal del distrito de Ciutat Vella en 2007, cuando, en una rueda de prensa por las fiestas del Roser, declaró que el Ayuntamiento debería intervenir en una calle que ya estaba tomada por el turismo. “Porque era la más universal de Barcelona, y allí nadie hacía nada”, recuerda ahora González. Se puso manos a la obra para crear una comisión interna que estudiara el asunto, pero su labor quedó interrumpida cuando, al cabo de tres años, dimitió de su puesto por presiones ante lo que define como “prácticas corruptas en los servicios jurídicos y técnicos del distrito” que chocaban contra su acción política.
El proyecto se retomó ya bajo el gobierno de Barcelona en Comú, con Ada Colau como alcaldesa, que en 2017 publicó un concurso internacional para la reforma. González, para entonces plenamente dedicada a su práctica como arquitecta, recibió una llamada de la asociación de vecinos SOS Ramblas, sugiriéndole que se presentara. “Vivo al lado, así que como vecina me dije: y por qué no”, explica. “Monté un equipo interdisciplinar que llamamos km-ZERO porque todos vivíamos o trabajábamos en la zona, con Lola Domènec y Olga Tarrassó como autoras de la parte técnica y yo encargada de las estrategias, además de otros especialistas”. Nombres como el filósofo Paul B. Preciado o el experto en movilidad Ole Thorson estaban entre ellos.
El grupo logró adjudicarse el proyecto, e ideó 53 actuaciones, todas ellas consensuadas con distintos agentes. “Involucramos en aquel proceso consultivo a unas 500 personas de varios colectivos, incluyendo los vecinos y empresarios”, cuentan las arquitectas. En 2018 se presentó el anteproyecto, y un año después estaba listo el proyecto ejecutivo. Pero en 2020, con todo a punto para construir, la reforma se frenó, y no fue hasta el fin del segundo mandato de Colau cuando se decidió retomarla. “Solo que se planteaba como un proyecto en cinco fases que llevaría diez años, algo que nos parecía fuera de lugar”, apunta Lola Domènec. “Afortunadamente, el gobierno de Collboni (PSC) ha tomado la decisión de hacerlo todo en tres años, con lo que podremos resolver el tema en el corto plazo y sin incrementos de presupuesto”.
La primera fase, que interviene el área del monumento a Colón, junto al puerto, ya está finalizada. Se prevé terminar las obras en febrero de 2027. Para entonces, se habrán ampliado las aceras (hasta 5 metros, desde los aproximadamente 3,5 actuales) y el paseo central, a costa de reducir de cuatro a dos los carriles para tráfico rodado. La idea inicial era suprimirlo completamente, pero el ayuntamiento decidió permitirlo con restricciones. “Yo creo que La Rambla tiene que ser un espacio donde la prioridad sea el peatón, pero los vehículos deben acceder porque es un ámbito complejo, con equipamientos, y muchos bares, restaurantes, hoteles y comercios, además de viviendas”, indica Domènec. “Lo que hemos planteado es que sea básicamente peatonal, pero con acceso restringido para autobuses y usuarios internos”.
Se crearán tres nuevas plazas coincidentes con sendas puertas de entrada de la muralla medieval, Portaferrisa, la Boquería y Trencaclaus, con un pavimento bicolor. Se mejorará y homogeneizará la iluminación y el mobiliario urbano, se dará más espacio a los árboles –375, la mayoría de ellos plátanos catalogados–, y también hay proyectos para añadir equipamientos culturales (La Fonería, una antigua forja, será un centro de arte inmersivo, y se piensa en un segundo centro operístico más cerca del mar que complemente al clásico Liceu), que se sumarían al Teatro Principal, el CCCB, La Virreina, Ars Santa Mònica, el Poliorama, la Academia de Ciencias, el Museo de Cera o el cercano MACBA. Pero no todo se resuelve con ladrillo y pavimento.
Uno de los objetivos principales es rescatar el paseo del exceso de turismo y devolvérselo a la ciudadanía. Fernando Casal, miembro de la asociación SOS Las Ramblas, formada por vecinos de la zona, valora: “La turistificación es un problema grave que ha matado una de las calles más emblemáticas del mundo. Siempre estuvo llena de gente, pero antes era muy diversa, no el monocultivo turístico actual”. Por su parte, Jordi Valls, concejal y director del área de Economía, Hacienda y Turismo del ayuntamiento, asegura que todo es cuestión de equilibrio: “Queremos atraer al perfil adecuado de turistas, y que no venga el otro. No se trata de turistas con dinero o sin dinero, sino de gente con buen o mal comportamiento. Y, como la demanda es imparable, solo tenemos herramientas para controlar la oferta”.
Lo que parece bastante más fácil de decir que de hacer. En la actualidad, y con algunas excepciones, los comercios de La Rambla oscilan entre la oferta hostelera de dudosa calidad y la venta de souvenirs. “Esas tiendas están destrozando la imagen de esta calle y de toda la ciudad”, considera Lola Domènec. “Sería bueno revertirlo con un comercio más de proximidad. Eso les interesaría incluso a los turistas, porque no se trata de expulsarlos. De hecho, los turistas también quieren una ciudad auténtica, no una temática. De la misma manera que hay vivienda social, debería haber locales protegidos, con comercio de barrio o de productos locales”. Itziar González añade: “Hay opciones. Pero algunas de nuestras medidas contra la gentrificación y la turistificación no se han querido implementar, porque tocan lobbies. Hay muchos pisos cerrados o apartamentos turísticos. Dicen que hay más de 1000 personas empadronadas en esta calle, pero no es cierto: en 2017 quedaban unas 100. Lo sabemos porque fuimos entrando piso por piso”.
El otro gran problema barcelonés, la gentrificación y la expulsión de los vecinos originales, también encuentra aquí un escenario privilegiado. Hace meses se anunció el plan del ayuntamiento para eliminar las viviendas turísticas en 2029, pero las arquitectas del proyecto de La Rambla son más ambiciosas. “Tendríamos que rescatar esta calle como un espacio para vivir”. Itziar González es más específica: “Si mejoras una calle se generan para los propietarios unas plusvalías que habría que devolver a la ciudad. Ese retorno podría consistir en que, durante un número de años, los pisos que se alquilen en estos edificios tengan precios accesibles. Esa medida la incluimos en nuestro plan, pero al parecer no se va a aplicar”. Fernando Casal incide: “Hasta ahora no hemos visto un solo gesto para arreglar el problema de la vivienda, lo que no se consigue con cambios de pavimento. Menos mal que hay equipamientos culturales, como el Liceu, lo que pasa es que en general son instituciones que solo se miran a sí mismas, sin participar mucho en la vida de La Rambla”.
Xavier Masip, gerente de la otra asociación de la calle, Amics de la Rambla, que agrupa unos 300 socios, incluyendo propietarios, comercios e instituciones, sí confía en los centros culturales como elemento transformador: “La cultura va a hacer que el público local y el visitante puedan disfrutarla más, lo que no ocurre con las actuales despedidas de soltero, o con las celebraciones de fans del fútbol”, dice. “Queremos que la reforma sirva también para darla a conocer, y que la gente aproveche mejor su visita, aumentando el uso cultural. Mucha gente dice ahora que La Rambla es para los guiris, que no es la de antes. Pues nosotros queremos que la nueva Rambla sea la vieja Rambla. La de siempre”.